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Encuadernaciones ligeras para libros alados: el vuelo de la palabra

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Sün Evrad, Mechthild Lobisch, Jean de Gonet, Philippe Fié, Annette Friedrich
Sün Evrad 
Uno de León Felipe será el libro que tendrán que encuadernar quienes opten al II Premio de Encuadernación de la Imprenta Municipal de Madrid -anunció hace unos días la regidora Manuela Carmela-. Homenaje de rescate merecido al poeta de Tavara, pero ¿viene a cuento vestir con las galas de la alta costura ligatoria a unos versos para los que su autor habría preferido un modesto atuendo pret-à-porter? El hábito no hace al monje.

León Felipe 
Las piedras preciosas, el lujo desmedido de Sangorski&Sutcliffe convinieron a los epigramas de un poeta persa del siglo VII en Los Rubaiyat de Omar Jayyam; también podrían haber sentado bien a los versos de Rubén Darío sobre princesas, tirsos de rosas, centauros, cisnes y pavos reales. ¿No rechina, en cambio, para los versos adánicos de un poeta tan desgarrado e infortunado como L. Felipe? Con razón Luciano de Samosata (120 de J.c,) ironizó sobre la estulticia de quienes tan sólo aprecian los libros "con tapa de púrpura y botón dorado".

La celebérrima encuadernación de Sangorski&Sutcliffe sobre el "Gran Omar" antes de perderse en la aguas del Atlántico tras el hundimiento del Titánic, en 1912, quizá la mejor y más costosa encuadernación del mundo
Hace poco Gonzalo Santoja y Javier Expósito rescataron documentos inéditos de León Felipe del Archivo Provincial de Zamora y de la Residencia de Estudiantes de Madrid y entre ellos leemos una carta de 1965 donde el poeta se despacha con cierta destemplanza contra sus editores Gonzalo Quesada y Guillermo de la Torre:

“Estoy muy enfadado con vosotros. Me habéis hecho una jugarreta: cuando hace seis años estaba enfermo y loco de una enfermedad que los médicos no supieron nunca cómo se llamaba y tuvieron que mandarme al infierno porque en ningún sanatorio me admitían, publicasteis mis obras completas. Yo le dije a Gonzalo que no se publicaran… Pero la cosa no para ahí. Hicisteis un libro grande. Con una ‘preciosa encuadernación’ . ¡Y qué precio le habéis puesto! Con el valor de un solo ejemplar podéis pagarme los funerales. Pero esto no me importa. Lo que me tiene muy enfurecido y por lo que os escribo esta carta es por otra cosa. Por esto. Al libro, con su ‘preciosa encuadernación’, le pusisteis una camisa de celuloide, más fuerte que una camisa de fuerza y la metisteis (me metisteis) en una caja de cartón dura y gris con una cerradura japonesa: un perfecto catafalco. Así me quisisteis enterrar. Pero no estoy muerto”.

(Carta a Gonzalo Losada y Guillermo de la Torre,  editores, junio de 1965).

A L. Felipe la "preciosa encuadernación" no le parece tal. No le gusta la encuadernación-catafalco. Sería como hacer vivir a sus versos dentro de libros muertos o encapsulados en amortajadas larvas fantasmales  que se nutren de su propia descomposición putrefacta y se alimentan de cadaverina: las encuadernaciones-cofres de Gottif Kurz sólo se proponían dar forma al capital que se había invertido en ellas. Las cosas cambian cuando la caja remeda un primoroso escritorio, una  especie de caja-relicario como aquella en la  que el encuadernador-ebanista Alain Taral depositó con suma delicadeza Una temporada en el infierno de Arthur Rimbaud.

La ejecución de esta caja obra de encuadernador-ebanista Alain Taral es ajustada y precisa: pone un acabado material perfecto al servicio de una preservación fundada en el culto admirativo por el texto de Rimbaud
Es cierto que algunas encuadernaciones de arte pueden participar de la estética suntuaria de las cajas de joyas o de las tabaqueras déco, pero como el lujo no es precisamente una de las debilidades del zamorano, sus editores erraron cubriendo sus obras completas con una pesada encuadernación de arte.

Tras vilipendiar el gasto sin cuento, a L. Felipe le solivianta que la encuadernación se convierta en una especie de mazmorra o en una camisa de fuerza para sus versos.

Su ira no es gratuita. Todo encuadernador de arte sabe que el decorado del libro debe guardar una relación conveniente o decorosa con el contenido intelectual del libro objeto pasivo de su trabajo y en este caso sobra todo lo que perjudique la libre circulación del mensaje literario. Puede llegar a tergiversarlo. El códice impreso se inventó para facilitar lectura. El "libro de buena fe" de Montaigne, el que transmite ideas y emociones, sólo pide ser leído provechosamente "¡No me han vestido bien, los muy imbéciles!
Encuadernaciones llanas de pergamino para la los Ensayos de Montaigne: sería difícil encontrar un soporte más adecuado para resguardar el pensamiento del alcalde Burdeos, que reflejara mejor el tomo reflexivo de sus cavilaciones, su cristianismo pedregoso, sereno y casi conversado.
El libro "bello" no puede usurpar el puesto al buen libro. El hábitat natural de Jonás no es el vientre de la ballena ni el de Casanova una celda sórdida en los Plomos de Venecia. Esto, que siempre es verdad, lo es aún más en nuestros tiempos de cultura líquida (Kelvin Kelly y Zygmunt Bauman) y desrregulada, en los tiempos del remix de Peter Sloterdije. No nos interesan los catafalcos sellados, los libros-ataúdes, los cofres clausurados... Preferimos libros encuadernados de forma poco agresiva, lo que los anglosajones han llamado book friendly binding. La encuadernación no tiene porqué vigilar el sueño de los justos hasta el final de los tiempos como la cueva sellada que velaba el descanso de los Siete Durmientes de Éfeso.
Lomos de encuadernaciones románticas de la Restauración: monolíticos bloques de piel velan el sueño estático de la cultura establecida, pero ¿quién se atrevería hoy a leer estos imponentes volúmenes que cubren las novelas de George Sand y Alejandro Dumas.
La mejor ligación es, por el contrario, la que no se nota, la menos visible, las más ligera (reliures souples de Sün Evrard, como la de abajo), la que, estando ahí, no es visible, como las gafas encima de la nariz que nos dejan leer o como la máquina de proyección que nos permite ver una película sin que nos enteremos de que está ahí.
Encuadernación ligera de Sün Evrard en piel de veau con grapas, un trabajo de ágil manejabilidad, casi volátil. Para Gaston Bachelard el aire se asocia al hálito vital y a la creación literaria, al vuelo de la palabra. El libro se desmaterializa. Las de Sün Evrard son encuadernaciones aladas, ligeras, y distinguidas que respetan las leyes de la conservación, la consulta y la transmisión.
La forma y la materia no crean sentido por sí solas, los adornos tampoco: el león pierde cualquier fertilidad heroica cuando aparece gofrado sobre una pretenciosa encuadernación heráldica, es decir, cuando lo sacamos de la mera zoología. Para evitar que la encuadernación se convierta en una excrecencia kamp, según Susan Sontag, en "la esencia del amor por lo antinatural, lo artificioso y lo excesivo", no habrá de rivalizar en temperatura kitsch con los dibujos de Beardsley, las óperas de Bellini, con algunas puestas en escena de Luchino Visconti o con los colorines tornasolados de ciertas postales fin de siécle con puestas-de-sol-de- Nápoles-con-el-Vesuvio-y-las-ruinas-de-Pompeya
Los colores abigarrados de de los Encartonados románticos
Pero otras veces el mal gusto de algunas encuadernaciones de hoy, lo kitsch en ellas, consiste en la presentación del libro como un objeto abigarrado a causa de su forma impropia e incluso monstruosa, en la presencia impúdica de lo superfetatorio, en el ocultamiento del volumen geométrico natural del paralelepípedo, en la proliferación de lo innecesario: libros atacados de elefantiasis, picados por algún mosquito que les produce hinchazón. Daniel Knoderer ha llegado a metamorfosear el libro en una horripilante excrecencia de forma vagamente animalesca.
Michel Butor describe las encuadernaciones de Daniel Knoderer como "libros que han dejado de serlo, pero que todavía no han llegado a convertirse en otra cosa", pero la vestimenta del libro (como la de un edificio) no puede distorsionar o desvirtuar las cualidades estáticas de la estructura. Un adorno ligatorio que quiera armonizar plenamente con su soporte no debe sugerir una estructura diferente a la del armazón que la sustenta. 
Edgar Claes ha llegado a convertir el libro encuadernado en algo parecido a un deslumbrante neón multicolor.
Encuadernación de Edgard Claes. Lámparas led iluminan la superficie de las tapas
¿Porqué bibelotizar la encuadernación?
Encuadernaciones bibelotizadas del Grupo Cinco+ . ¿Dónde queda la lectura?
¿El modelo? Tchékéroul culminó bradeles, medias encuadernaciones, pero hoy es recordado sobre todo por sus impolutas encuadernaciones jansenistas desnudas o escuetamente decoradas por bandas verticales. "Poco importa que no fuera un creador de decorados -escribió Bellefroid sobre él-, pues las artes aplicadas consiguen sus mejores logros gracias al dominio perfecto de las técnicas antes de que haga su aparición cualquier intervención creadora que las sublime"
Encuadernación jansenista de Vladimir Tchékhéroul, un encuadernador esclavizado por la belleza de la materia. "No persigo -escribió- la realización de una hazaña externa, sino la actualización de una secuencia de operaciones concretas, de movimientos precisos, pautados y justos, cada uno de los cuales tiene un valor intrínseco de ejercicio espiritual, concentración, meticulosidad, paciencia, perseverancia y amor. Todas estas operaciones conducen a un gran todo". Como ocurrió con las poco vistosas encuadernaciones jansenistas del siglo XVII, las encuadernaciones de Tchékéroul, sin etiqueta, como para andar por casa, nunca han recibido la influencia de los agentes tradicionales de legitimación que operan en el mercado dada su escasa repercusión mediática.













El libro ha de ser un objeto funcional, manejable: libros cubiertos con extraños caparazones, con orografías sinuosas, con pequeñas colinas, planos surcados por altiplanicies, recorridos por sinuosos riachuelos, formando parte de improbables paisajes salidos de imaginaciones espúreamente dadaístas, perfiles humanos a base de retazos de piel horras de cualquier sutileza, libros con cadenas o cadenillas de ridículos eslabones que ni siquiera son medievales...

Los libros encadenados no son "libros libres".
Lo que nos interesa es, por el contrario, "la búsqueda de la belleza por la forma y no por su dependencia del ornamento"(Adolf Loos): mejor los encuadernadores de arte que los decoradores de libros.

Miremos las encuadernaciones de Mechthil Lobisch:

"Me he entregado incondicionalmente -escribe la profesora de Burg Giebichenstein- a la confección de libros objeto que sean perfectos a causa de su materialidad y he buscado nuevas formas de expresión poética que abominen de cualquier alteración de su forma natural, que respeten su forma física natural, que apoyen y corroboren la plasticidad del cuerpo del libro gracias al redondeado del lomo, al adecuado grosor de las tapas, a las cejas y a la calidad del acabado".

Mechthild Lobisch con sus encuadernaciones mínimas y conceptuales

Miremos esta encuadernación de Anette Friedrich,  una de sus alumnas.
Encuadernación de Anette Friedrich, piel de cabra con trazado de segmentos de círculos abiertos.
La foto no puede reflejar los movimientos profundos que, en esta encuadernación de Annette Friedrich (Hanovre, 1976), produce en el ojo la repetición, sobre la piel de cabra, de series de puntos delineados por puntos coloreados con tonos de diferentes colores, los cambios que la percepción de esta serie de variaciones cromáticas indiferenciadas  provoca en la mente del espectador: motivos tan sutilmente depurados casi escapan a la idea de forma perceptiva.

Pierre Lecuire ensalza la estructura:

"La tensión suprema de la encuadernación reside en el lomo. Las tapas sólo están para tranquilizar, para hacer descansar a la encuadernación de su tensión dorsal. Cargar excesivamente estas tapas disimula esta verdad".
Pierre Lecuire (1922-2013) alentó como editor-escritor libros que eran algo más que libros, jalones y testigos de una aventura continuamente reinventada en pos del Libro de los Libros: obras correctas y rigurosas, una arquitectura destinada a revelar con la ayuda de Nicolas de Stäel y Geneviéve Asse su propia estructura con una conmovedora sencillez de medios.
Miremos las escuetas encuadernaciones de polivinilo de Philippe Fié (figura abajo) o las
révorim (figura abajo), las encuadernaciones simplificadas y plaquettes de Jean de Gonet, un encuadernador que ha enfrentado airosamente su arte de la materia con las exigencias de la encuadernación corriente para darnos unos libros manipulables y resistentes estructurados en torno a su eje, es decir, alrededor de la espina dorsal del lomo, el lugar donde se halla el centro vital del libro:

"Había que conseguir libros que fueran agradables a la vista pero yo los deseaba más próximas de la mano, más propicios a la lectura".

La ligereza protege a la encuadernación dejándola libre. Elasticidad y agilidad frente a anquilosamiento, dureza, rigidez y aspereza. Estructura frente a ornamento sin cuento. No hay que dejar que el "artismo" ( o deseo de ser artista a toda costa), los arreglos decorativos artificiosos conviertan a la encuadernación en "un arrendajo ataviado con las plumas de un pavo real" o que en la fiesta represente, en un ridículo quiero y no puedo, el papel grotesco de "pariente pobre endomingado" (Lobisch). En encuadernación el arte no consiste en el decorado. Escribe Micheline de Bellefroid:

"Algunos encuadernadores se lanzan a la creación artística sin bases culturales serias, se marcan como regla haber leído el libro como si ello bastase para garantizar la calidad del decorado. Creyendo renovar su arte, utilizan materiales nuevos para crear efectos sensacionalistas que camuflen las insuficiencias de su técnica para que el resultado final se parezca lo máximo posible a un cuadro o a una escultura y lo menos posible a una encuadernación".

Pero, en realidad, la encuadernación es la reunión de elementos fabricados cuidadosamente para conformar un artefacto ligero y armonioso al servicio de la lectura. Todo lo que en ella se separa de este objetivo, que coincide con la simplificación formal definitiva e indiscutible hallada por el sentido común y pragmatismo de Aldo Manuzio en su presentación de textos griegos, latinos, árabes u hebreos, ha sido una lenta pérdida de las virtudes innatas de la manufactura ideada por el veneciano en el siglo XV-XVI, una disminución de las propiedades que informaron la construcción de un objeto atractivo que no tiene porqué renunciar a ser también un artefacto casi perfecto fabricado con cordura por sus inventores con el único propósito de facilitar la lectura.

Encuadernación de polivinilo de Philippe Fié
Jean de Gonet rinde homenaje a Rose Adler en esta encuadernación de tapas de ligeras sobre uno de las minúsculas plaquettes de Pierre-André Benoît
Jean de Gonet. Encuadernación révorim: lomo de box, costura aparente, tapa moldeada en rim negro. Una presencia "fuerte" en el lomo o bisagra del libro.

Manuel Bueno: encuadernaciones en el Centro Catalán de Artesanía

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Manuel Buen  en su casa  con una de sus encuadernaciones 
  Entre el  22 de marzo y el 22  de abril de 2018 podrá  verse en el Centro Catalán de Artesanía de Barcelona una  exposición dedicada a las encuadernaciones de Manuel Bueno Casadesús (1934).  Es una muestra  monográfica bastante representativa del que hacer de este  artista del libro a cuya obra no es fácil de acceder  fuera de los catálogos al uso y de las bibliotecas privadas. Desde 1962 Bueno ha mantenido  abierto su taller en la calle de Sagués de Barcelona en el barrio de San Gervasio, pertenece a una familia de encuadernadores y artistas singulares (hermano pintor, decorador y grafista; tío encuadernador; padre encuadernador, también llamado Manuel Bueno, formado con Rafael Ventura y en los talleres Montserrat), se inició precisamente con su padre a los catorce años, aprendió  en el taller de Emilio Brugalla,  en Encuadernaciones Montserrat, fue profesor en la escuela Lestonac y a los veintiséis años creó su propio taller; pero Manuel Bueno es ante todo un encuadernador autodidacta de fuerte personalidad, un creador singularísimo y francamente original. Entre sus clientes se contó Antoni Tàpies, pintor bibliófilo por antonomasia, que fue amigo suyo, y hoy sus encuadernaciones  son  apreciadas y atesoradas, entre otros muchos, por Jorge Carulla Font, José María Ribot Giménez y Manuel Espiau Espiau, los tres de la Asociación de Bibliófilos de Barcelona, y hace años lo fueron por Juan Uriarch Tey y sobre todo por el gran mecenas de encuadernadores que fue Bartolomé March. La Biblioteca del Palacio Real de Madrid conserva trabajos suyos.

La calidad indiscutible de las encuadernaciones de Bueno está en la técnica, sobre todo en el dorado, en el manejo del oro fino,  en la precisión con la que maneja los hierros, en la  limpieza con la que ejecuta los detalles, en la finura del cincelado de los cortes, en la precisión y bien pulso de una mano firme, en la perfección en el dorado de las líneas del mosaico, en una  ejecución que revela una voluntad constante de superación, de siempre hacerlo mejor. 
     Los   diseños figurativos de Bueno son atrevidos, provocadores, discutibles, a medio camino entra la ingenuidad creativa de un  niño insolente, la osadía colorista de un pintor fauvista  y un trazado  desbocado de perfiles, intencionadamente deformes, casi expresionistas, que por momentos tocan la genialidad. 
    Las encuadernaciones clásicas, de diseños  abstractos, en  cambio, nos ponen frente a las habilidades de un encuadernador reflexivo y minucioso,  de un artista euclidiano que ha interrogado con lucidez a las leyes de la geometría, la proporción  y la simetría clásicas. En estas  creaciones, que podemos llamar retrospectivas,  Bueno rinde homenaje a lo mejor de la tradición, demuestra conocer a la perfección los modelos históricos más prestigiosos, como el estilo Grolier, el de Maioli, el de Canevari, los célebres hierros de Aldo Manuzio y en especial la encuadernación mudéjar, esta última con  una tradición acrisolada en Barcelona en las encuadernaciones historicistas de Hermenegildo Miralles, en la del maestro Emilio Brugalla y que más recientemente también  han  cultivado con fortuna otros encuadernadores barceloneses como Jordi de la Rica, Miquel Monedero, Josep Cambras y Georgina Aspa. 
Muchas de las encuadernaciones de Bueno  rozan lo que podemos llamar sin exageración proeza técnica del virtuoso: miren las figuras delineadas con sutileza sobre los cortes dorados, fíjense  en la limpieza con la que los bloques de oro se recortan encima de la piel, siempre sin rebabas, miren cómo los leves pero intensos puntitos de oro siluetean efigies  de imágenes dinámicas , reparen en la ordenación matemática de los hierros de las encuadernaciones neomudéjares... 
Lo que hemos fotografiado aquí  es sólo una muestra de una producción más amplia bastante dispersa no siempre  fácil de ver.  Además de las  encuadernaciones de  esta importante exposición, reproduzco las que el propio encuadernador y su mujer Marina  Sánchez, también encuadernadora, tuvieron a bien enseñarme en su domicilio en una visita difícil de olvidar. Por ello tendremos el privilegio de ver algunas de las encuadernaciones de Manuel Bueno, seguramente las preferidas por él, sostenidas por  las manos de su propio artífice, por  una "mano que piensa", como la habría descrito  Juhani Pallasmaaa.
La exposición del Centro Catalán de Artesanía  ha sido posible  gracias al esfuerzo personal de Marina Sánchez, pero hay algunos nombres que también quiero destacar sin cuya ayuda lo que aquí se muestra quizá nunca habría podido verse: Andrés Márquez Márquez, profesor de encuadernación especializado en conservación y restauración, uno de los discípulos predilectos del maestro que ha destacado en el arte del mosaico; Àngels Arroyo Benet, encuadernadora formada en la Escuela de Artes y Oficios  y en la Escuela de Artes Aplicadas de Llotja, ambas en Barcelona,  que hoy trabaja en el el taller "Tinta invisible" con otros artistas gráficos encuadernando libros de artista y practicando la encuadernación contemporánea  en la que utiliza soportes muy diversos (aluminio, madera, arcilla) que incorporan el volumen a la percepción del libro; el encuadernador Carlos Vera Carrasco, de una dinastía de encuadernadores conquenses, hoy en la Biblioteca Nacional de España, que fue uno de los primeros en hablar sin tapujos de la calidad  de las encuadernaciones de Manuel Bueno en un momento en el que pocos lo hacían  y que en 2010 le entregó en mano en Madrid el I Premio Honorífico de Encuadernación Artística;  el profesor de encuadernación Josep Cambras Riu, quien recibió las enseñanzas de Bueno en el difícil arte del dorado y que hoy regenta el que quizá sea taller más activo y prestigioso de Barcelona. Finalmente, la periodista Gemma Tramullas, que cuando se escriben estas líneas prepara un trabajo sobre Manuel Bueno.
Las reproducidas a continuación son algunas de las encuadernaciones que Manuel Bueno ha terminado para su propio deleite y espero que su contemplación sea un acicate para que otros se animen a investigar unas creaciones tan poco difundidas y que, sin embargo, no me cabe la menor duda merecen ser valoradas como ejemplo de lo que, más allá de su indiscutible buen oficio, será  considerado en el futuro expresión de un arte escondido que el gran público debe empezar a aprender a valorar como se merece.




































































































































José Cambras o la sabiduría del encuadernador

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El taller de encuadernación de José Cambras Riu (Barcelona, 1954), en el nº 96 de la calle Muntaner de Barcelona, es uno de los más prestigiosos de la Ciudad Condal. Cambras es un encuadernador vocacional dedicado a su trabajo desde hace varias décadas. Como en otros casos, la iniciación en el oficio se explica por el amor a los libros: lo heredó de sus padres, que tenían una pequeña librería, donde él pudo acondicionar un ámbito para el trabajo, pero el  despertar de su afición  tuvo también que ver con la visita a un taller de encuadernación del Barrio del Raval.

Con solo catorce años Cambras entró  en l’Escola del Treball, donde tuvo como profesor a Francisco López Rebull, estudió dorado con Manuel Bueno Casadesús, uno de los grandes en España en este campo (sin olvidar a los grandes doradores catalanes Pedro Doménech, Miquel Cornadó, Pierre Schultz, Pierre Guerin y Miquel Bonet), y mosaico con el gran maestro español del siglo XX en esta especialidad, Ramón Gómez Herrera (+2017), un encuadernador que  no escatimó esfuerzos para comunicar sus habilidades con generosidad y amplitud de miras. 
  Cambras practica  el mosaico de estética contemporánea y también el mosaico clásico,  al estilo de Padeloup, Duseuil, Le Monnier  o  Gabriel de Sancha y que en  la España del siglo XX cultivaron Emilio Brugalla y Antolín Palomino.  En la exposición “Encuadernación y Bibliofilia en la Asociación de Bibliófilos de Barcelona” (Imprenta Municipal de Madrid, 2016)  pudo verse un mosaico de Cambras  sobre Sagrada cripta de Pombo, de Ramón Gómez de la Serna. El diseño de esta encuadernación (obra de Txema Pinto) interpreta  elementos del  cuadro de José Gutiérrez Solana La tertulia del café Pombo fijándose en  el amor por las cosas que destila la obra del autor de las Greguerías (dos figuras abajo), amor por los objetos, entre ellos por los códices impresos y por  sus encuadernaciones cuyos colores y emblemas sorprendieron al  fundador de la revista Prometeo en una de sus visitas a las librerías de las galerías parisinas del Odeón.

Encuadernación de José Cambras sobre Sagrada cripta del Pombo, de R. Gómez de la Serna


R. Gómez de la Serna: amor por los objetos y por los libros. Detalle  de  Tertulia del Café Pombo, de Gutiérrez Solana.













Con  los años Cambras ha acrecido su sabiduría con rebuscas de autodidacta dejándose llevar por su pasión por los libros bellos: miembro de la A.B.B., contumaz reunidor de obras de Ramón Gómez de la Serna, que él ha cubierto con multicolores mosaicos de papel (ver figura abajo) (Ramón prefería las  portadas vanguardistas de La Sirena a  las severas de la NRF), encuadernación de un Pla ilustrado por Miquel y Plana (ver foto abajo), de las poesías de Lorca y Altolaguirre  y finalmente... fabricante en su propio taller de una  biblioteca figurada, en realidad una puerta (ver figura aquí abajo), como la de los castillos de Compiégne y Chantilly o  como la simulada de Eugenio Scribe y Fernando IV de Nápoles que tanto gustó a Almela Vives. No debe extrañarnos este gusto por el  trompe l'oeil, por los efectos ilusorios de movimiento, profundidad, concavidad y perspectiva aérea en un encuadernardor que, seguramente, ha trabajado protegido por las sombras tutelares de Jakob Krause, los Andreoli y Samuel Mearne.  
La puerta-biblioteca o falsa biblioteca del taller de Cambras 
Cambras es profesor de encuadernación. Desde 1985 trabaja como docente titular en la Escuela de Arte “La Industrial” (antigua Escuela de Artes y Oficios de Barcelona), donde, contrario a los secretismos de antaño, viene transmitiendo a sus alumnos todo lo que sabe y de esta prolongada  docencia han salido en Barcelona encuadernadores como Santiago Raventós, Georgina Aspa, quien entre 1998 y 2003 trabajó en el taller de Cambras después de hacerlo con Miquel Monedero (+2016), Francisco Lacasta Núñez-Polo (1949), desde 2007 profesor en la Escuela Universitaria Elisava y en la Universidad Pompeu Fabra, y Àngels Arroyo Benet, que en el día hoy trabaja en el taller "Tinta invisible", en el barrio del Raval, con otros artistas gráficos encuadernando libros de artista y practicando sobre soporte diversos la encuadernación contemporánea. En 2001 Cambras fue galardonado por la Generalitat de Barcelona con el Diploma de Maestro Encuadernador. Estamos ante uno de los pocos encuadernadores españoles que compagina la enseñanza oficial del oficio con el trabajo privado en su propio taller, donde recibe encargos de libreros y bibliófilos. 

Traducción alemana de Encuadernación, de José Cambras
Cambras es autor de dos libros. El primero, Encuadernación, editado en 2003 por Ediciones Parramón y traducido a ocho idiomas (arriba vemos  la traducción alemana), es una obra sobre la práctica del oficio donde su autor compendia más de veinte años de docencia y cuarenta de actividad profesional, concebida como respuesta a las preguntas y problemas de bibliófilos y alumnos. Cambras es autor también de Encuadernación. Técnicas decorativas (Barcelona, Parramón Ediciones, 2006), una guía de iniciación a las técnicas decorativas de encuadernación y a los procedimientos para pintar papel, confeccionar estuches, cajas de protección y carpetas. En estos libros su autor obvia el léxico secreto, casi borrado del mapa, típico de otros manuales, como el de Mario Monje o Sabrel, donde, para desesperación de los no iniciados, no es raro toparse con vocablos tan esotéricos como “chilla”, “embuchar”, “chaquinar”, “chiflar”, “ombligo”, “posteta”. Cambras explica las técnicas clásicas y cómo adaptarlas a las nuevas tendencias y materiales desarrollando los criterios de los maestros Emilio Brugalla (autor de un Compendi sobre l’art de d’enquardenaciò no hace mucho traducido al español por la editorial de Julio Ollero), Santiago Brugalla, Manuel Bueno, Ramón Gómez, Miquel Monedero y Jordi de la Rica,  encuadernador este último formado en el taller de la Librería Verdaguer que hace  treinta  años regentaba Felipe Doménech Vilanova en Las Ramblas. Acompañan a las explicaciones claras, sencillas y metódicas de estas dos publicaciones  oportunas fotografías, se identifican los estilos históricos de encuadernación, los materiales, las herramientas, las técnicas del marmoreado (aquí con la colaboración de la artista marmoreadora Montse Buxó i Marsá), los pasos para encuadernar libros y los procedimientos de restauración y decoración exterior. 
Mosaicos de papeles para las obras de Ramón Gómez de la Serna
José Cambras termina en su taller encuadernaciones clásicas y modernas. Las primeras gozan de una arraigada tradición en Cataluña desde los últimos años del siglo XIX con Joaquín de Figuerola, Rafael Ventura y Hermenegildo Miralles bajo los auspicios del gran bibliófilo Ramón Miquel y Planas que culmina, entre 1940 y 1970, con las numerosas encuadernaciones retrospectivas que terminó  Emilio Brugalla Turmo (1901-1987), gran maestro de los encuadernadores barceloneses del siglo XX. Cambras, que ha hecho suyo este ilustre legado, también el de los decorados historicistas de César Paumard y Antolín Palomino en Madrid y el del taller Galván en Cádiz, ha cultivado, como todos ellos, el estilo múdejar, el gótico-monástico (ver figura abajo), el plateresco, los estilos italianos del renacimiento (entre ellos el aldino (ver figura abajo), el Grolier y el Maioli) y los franceses del XVII, como el estilo Le Gascon. Todas estas encuadernaciones retrospectivas son  bastante fieles a los modelos que las inspiran pero no caen en la reproducción arqueológica, pues, a diferencia de Beraldi, Cambras no cree que la encuadernación avance dando pasos hacia atrás. 
Encuadernación neoaldina de José Cambras

Encuadernación gótico-mudéjar de José Cambras

Las encuadernaciones de creación de Cambras (lo que Paul Bonet y sus acólitos llamaron  desde 1945 reliures originales) representan diseños figurativos o alusivos al texto sirviéndose de la técnica del mosaico de pieles superpuestas o yuxtapuestas sin uso de oro que interpretan o aluden a las ilustraciones del libro o a algún motivo del texto. Como en el caso de los encuadernadores barceloneses Andrés Márquez y Jorge de la Rica (ambos hoy retirados), en estos trabajos Cambras demuestra haber asimilado las enseñanzas de Ramón Gómez, como él un artesano que en todo momento “pensó con sus manos” (Juhani Pallasmaa) apegado a la física del libro y que, en la tesitura  de inventar un decorado, observaba algún detalle del texto antes de trasladarlo al diseño previo. El resultado de estas iniciativas es lo que suele llamarse una encuadernación parlante, lo más parecido que pueda imaginarse a una mímesis, pues  los decorados albergan instrucciones plásticas inequívocas para su desciframiento, produciendo en quien los ve una competencia interpretativa automática: en un Platero y yo encuadernado por Emilio Brugalla, un asno “de ojos duros como los espejos de azabache, duros cual dos escarabajos de cristal negro”, muy parecido, pues, al que vemos en una de las ilustraciones de la princeps obra de Fernando Marco. Por su parte, Cambras, y su actual colaboradora, Henar García (Esplugas de Llobregat, 1988), quien ha diseñado algunos de los decorados del taller de la calle Muntaner, evita la alusión pleonástica al texto, más bien lo piensa e interpreta plásticamente asumiendo las sagaces recomendaciones de Pierre Legrain: “la encuadernación es un frontispicio que resume el alma del libro y nos prepara para su lectura con la elección de un matiz o de un signo”. “Una encuadernación no debe evocar la flor, sino la esencia de su perfume”. 
Como querían William Blake, Thoureau, John Ruskin y William Morris, José Cambras encarna la figura de un artesano mantenedor de las tradiciones del oficio libres de las leyes del capital productivo siendo como es un perseguidor de la encuadernación  bien hecha que, sólo por el hecho serlo,  ennoblece un oficio secular hoy bastante castigado, pues, no nos engañemos, tras los fastos de un pasado no tan lejano, el arte de la encuadernación hoy languidece... y no sólo  en el Principado. José Cambras, con sus esfuerzos, contribuye a mantenerlo vivo.

Algunas encuadernaciones artísticas de José Cambras
Mosaico de José Cambras. Diseño de Henar García

Mosaico de José Cambras que adapta uno de los dibujos del grabador Miquel Plana i Corcó para Cadaqués de Josep Pla.

Mosaico de José Cambras. Diseño de Henar García
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Mosaico de José Cambras. Manuel Altolaguirre. Las islas invitadas. 
Mosaico de José Cambras. Federico García Lorca. Poeta en Nueva York

Diego Martínez Casado, bibliofilia y encuadernación

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No hay en España muchos bibliófilos capaces de convertir su colección de libros en una obra de arte que supere la acumulación casual, la copia mimética, el must have ("lo que hay que tener") y el must keep ("lo que ha de conservarse"). En su extraordinaria colección de obras de referencia sobre encuadernación, el  gaditano Diego Martínez Casado ha conseguido aunar el rigor del connaisseur y la pasión del hallazgo azaroso en el viaje. El resultado: una biblioteca originalísima que en el futuro dará mucho que hablar.

Un interesante artículo aparecido  en el Diario de Cádiz nos da las claves de la personalidad y criterios coleccionistas de un personaje llamado a convertirse en taste maker dentro  del mundo de la bibliofilia ligatoria hispana.



























Segunda edición de Los Estilos de Encuadernación

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        La primera edición del libro Los estilos de encuadernación salió hace quince años. Desde entonces en España se han publicado muchos libros sobre historia de la encuadernación y  celebrado no pocas exposiciones sobre este tema
    Acaba de publicarse una  segunda edición de este  libro que se llama Historia de los estilos de encuadernación. Se han  añadido capítulos nuevos para completar un estudio  como éste que, por su   naturaleza,  siempre estará sujeto a cambios y nunca  terminará de agotarse. Esta nueva versión   agrega a la primera  una extensa introducción que repasa los  cambios que se han producido en estos últimos años en el mundo de la encuadernación de arte al tiempo que matiza las conclusiones de la  anterior dando  entrada a nuevas metodologías de estudio. 
      Por otra parte, se  dedica  una atención muy especial al mundo de la bibliofilia y de los coleccionistas de encuadernaciones, a los bibliófilos de antaño pero sobre todo a los de hoy.  Es un aspecto descuidado en otros libros fundamental para entender el ars ligatoria.
     Para potenciar la visibilidad de lo que se describe con palabras, se añaden nuevas y abundantes ilustraciones  siempre relacionadas con  el texto.    
    Los estilos de encuadernación es una historia universal de la técnica y arte de la encuadernación desde el siglo III hasta el siglo XIX. El  autor agrupa diferentes encuadernaciones en clases diferenciadas según su estilo artístico, técnica y procedencia geográfica. Se estudian, en capítulos separados, los estilos copto, armenio, bizantino, románico, gótico, mudéjar, à la fanfare, islámico, grolier, aldino, mosaicado, cottage-roof, Imperio, rocalla y romántico 'a la catedral', entre otros; técnicas tales como el cuero repujado, el cuero cincelado, las planchas y la decoración por adjunción; se dedican capítulos especiales a los estilos típicamente hispanos, como el mudéjar y el plateresco y se identifican las encuadernaciones más emblemáticas de cada época.

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Palomino y Galván: hierro a hierro versus plancha

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Antolín Palomino
En el Madrid  del pasado siglo vivió un encuadernador  único llamado Antolín Palomino Olalla. Había nacido en un pueblecito de Burgos, no muy lejos e Aranda de Duero,  en 1909 y murió en Madrid en el año 1995. Desde 1942 tuvo un taller abierto en la calle General Pardiñas, entre 1954 y 1955 estuvo en El Salvador enseñando  algo de lo que sabía. Era un buen dorador, uno de los mejores, obtuvo el reconocimiento  público, muchos alababan sus encuadernaciones, sólo  los más ricos las compraban, pero muy pocos  sabían apreciar la técnica de su trabajo Ni siquiera la mejor conocedora de la encuadernación española, la bibliotecaria Matilde López Serrano, desde el palacio borbónico,  era capaz de distinguir si los decorados de sus encuadernaciones habían sido terminados laboriosamente hierro a hierro o aplicando una plancha.    

Encuadernación de Antolín Palomino
“Aquí no hay ninguna plancha", se defendió airado Antolín  ante  la descripción por parte de doña Matilde como plancha de una de las  encuadernaciones que él había trabajado con hierros. "Toda  la contratapa ha sido dorada... y a mano”.
José Galván Rodríguez en 1984
     En el Cádiz de los años cuarenta del pasado siglo, en la avenida  de Portugal, trabajaba un modesto encuadernador llamado José Galván Rodríguez. Había nacido en 1905 cerca de Morón de La Frontera y murió en   Cádiz a los ochenta y cuatro años.  Como Antolín, era muy bueno dibujando hierros, arquillos y tronquillos. Un día -corría el año 1972-, con la ayuda de sus dos hijos, Antonio y José, dio por terminada una encuadernación en la que desplegó  todo su arte, su saber y  sobre todo su excelso hacer con el dorado: dibujó los hierros,  los aplicó magistralmente sobre la piel, inventó una composición originalísima, lavó el dorado, suprimió  de  rebabas….   pero un compañero de profesión también dorador,  al verla, envidioso, le acusó de haber terminado este trabajo dando un “planchazo”, como hacía Thouvenin en el XIX, es decir, aplicando con presión sobre la piel un diseño previo ideado por otro. Akela, el famoso lobo de la selva de Kipling, título del manuscrito encuadernado por Galván, no se merecía un trato tan infamante. Galván, como Mowgli, no cupo en su indignación, como Antolín en su día, y para dar fe de la originalidad de su hallazgo y de paso acallar las insidiosas murmuraciones se le ocurrió una idea: aplicaría sobre la tapa de otro libro los mismos hierros floreales que él había ideado para su obra maestra pero esta vez colocándolos en sentido diferente, en composición diversa. Así no se autoplagiaría, no se repetiría y a la vez demostraría al avieso maledicente que los hierros de la primera encuadernación, que cuajaban de motivos  las dos tapas, eran reales, que habían sido creados por él ex profeso, que existían como piezas individuales, que él los había diseñado uno a uno robando horas al sueño… Veamos estas dos encuadernaciones diferentes y parecidas:
Encuadernación del taller Galván sobre Akela: es la obra maestra del taller Galván de Cádiz 
Encuadernación del taller Galván decorada con los hierros de Akela.
Hoy en día esta controversia  -hierro a hierro versus placa- , agua pasada ante  el auge de mosaico, deja bastante fríos a la mayoría de los encuadernadores en activo.   Pocos de ellos doran como antaño (quizá José Luis García Rubio, seguramente Juan Antonio Fernández Argenta, José Cambras, Luis Mínguez y Ángel Camacho), casi ninguno diseña sus propios hierros y  nadie los    aplica con la pericia  de   Palomino, Brugalla y  Galván.  ¿Qué nos queda hoy del dorado clásico? ¿De Florimond Badier y de Le Gascon?  ¿De las doublures de las encuadernaciones jansenistas de Boyet? He aquí el paisaje después de la batalla:  el legado literario de  Jules Fache que puede leerse en  La dorure et la décoration des reliures, París, 1954,  el de Eugéne Vérbizier   que leemos en  su magistral Traité de dorure sur cuir, París, 1990), el poco consultado libro de José Vicente Torrente Secorun, Manual del dorado de libros, Clan, 2000 y  en las bibliotecas y colecciones privadas las proezas   de  Manuel Bueno Casadesús, Emilio y Santiago Brugalla, las de los arquillos de ese modesto maestro que fue Vicente Cogollor Mingo, las hazañas de Raphäel, Alain Devauchelle, Raymond Mondange, Ives Devaux, Julien Fléty,  Robert Paris, André Jeanne (ver figura abajo) y las de  otros de Estienne. 
        "Hay cosas que desaparecen sin apenas llamar la atención Y quizá se trata de cosas fundamentales", escribió melancólico Roberto Calasso.  Inolvidable y ya olvidado dorado.  
Decoración de dorado diseñado por Paul Bonet y ejecutado por André Jeanne

ENCUADERNACIÓN ARTÍSTICA CHILENA... ESE LUMINOSO OBJETO DEL DESEO

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Santiago de Chile: Noticia de la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica

Con una exposición gratuita, un ciclo de coloquios y el lanzamiento de un libro especializado, la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica será el escenario de un evento sin precedentes y que verá la luz durante septiembre

Libros hechos a mano, hijos de una antigua tradición que combina cultura, arte y oficio. El arte y oficio de encuadernar será el protagonista del simposio “Encuadernación artística chilena… Ese luminoso objeto del deseo”, que tendrá lugar durante el mes de septiembre en la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica (BPRD). Por primera vez en Chile, importantes maestros de la encuadernación se darán cita en un evento sin precedentes, cuyos hitos principales serán la exposición de encuadernaciones chilenas abierta al público, el ciclo de coloquios con voces expertas y la presentación del libro del especialista español José Luis Checa Cremades “Ese oscuro objeto del deseo… Los bibliófilos y la encuadernación”.
Durante la exposición, que se extenderá entre los días 6 y 29 de septiembre y será gratuita, los visitantes podrán conocer de cerca el trabajo de encuadernadores como Mariano Muñoz-Hidalgo y Liz Gallegos -quienes son los organizadores del simposio-, Nils Navarro (obra póstuma), Olaya Balcells, Ediciones La Grullita Cartonera, Paulina Rodríguez; entre otros. Los trabajos expuestos permitirán conocer, a modo de registro gráfico y vivo, qué están haciendo hoy por hoy los cultores del arte de la encuadernación y la relevancia de este oficio en el panorama artístico actual.
Carolina Nahuelhual, directora de la BPRD, señala que “hablar de encuadernación nos remite al encuentro de diversas formas y miradas, dentro de las cuales es importante relevar o revelar lo invisible: oficio, técnicas o materialidades, así como también la fascinante tensión entre  arte y artesanía. Reconocer la historia de nuestra ‘propia’ encuadernación nos abre la infinita posibilidad de construirnos identitariamente con un quehacer de siglos, marcado por huellas estéticas que han ido variando, adaptándose o transformándose. Bajo este prisma, la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica dispone sus espacios como ‘laboratorio del libro’, para el aprendizaje permanente de la estética y la importancia de sus ediciones, tanto en colecciones nacionales, públicas y privadas”.
En el ciclo de coloquios, que se desarrollará los días 25 y 26 de septiembre, los asistentes encontrarán un espacio dedicado a la discusión conceptual de la encuadernación y su importancia en tanto arte, su relación con la literatura, el libro como objeto artístico y otros temas afines. Mariano Muñoz-Hidalgo afirma que “pese a las profecías agoreras acerca de  que el libro en papel estaría en extinción, el libro se mantiene como una de las fuentes insubstituibles de pensamiento y cultura, y la encuadernación artística, un quehacer desaparecido en Chile durante el siglo XX, está experimentando en el XXI un auge poderoso, como esperamos que lo ilustre esta exposición”.
El broche de oro será el lanzamiento del libro “Ese oscuro objeto del deseo… Los bibliófilos y la encuadernación”, de José Luis Checa Cremades, reeditado en Chile por Ediciones Liz y prologado por Mariano Muñoz-Hidalgo, experto en encuadernación formado en España y Portugal por maestros encuadernadores de las cortes española e inglesa. “En Chile no se está produciendo literatura sobre encuadernación, los encuadernadores chilenos tenemos que buscar el conocimiento en Europa. José Luis Checa es historiador e investigador del libro antiguo, con variadas y excelentes publicaciones a su haber y contar con la edición chilena de uno de sus libros es un hito muy importante, que abre las puertas al conocimiento”, señala Liz Gallegos, fundadora de Ediciones Liz y responsable de la edición chilena ya mencionada, que  se realizará con el apoyo de Diwehr, empresa líder en materiales de encuadernación.
Con la realización de este simposio, Liz Gallegos y Mariano Muñoz-Hidalgo inician el camino para la edición de un libro que indagará en el estado del arte de la  encuadernación chilena, tema que prácticamente carece de bibliografía especializada y que marcará un hito en el desarrollo teórico de esta disciplina.
La muestra es gratuita y  podrá ser visitada de martes a viernes de 10 a 17:30 hrs., en el salón anterefectorio/abierta a todo público.
Las actividades: inauguración y coloquios serán desde las 12 hrs.
Dirección: Av. Recoleta 683, Recoleta Santiago. Altura Metro Cerro Blanco. 
Contamos con estacionamiento interior y bicicleteros
Los Esperamos

Mirar a quienes miran

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Fig 1



Fig 2


        Observar al observador, al espectador que busca la obra de arte con la mirada,  y que, a veces,  como Velázquez en Las Meninas, entra a formar parte de ella al percibirla.
     En Amsterdam, Ruskin  mira a Rembrandt con tal intensidad, que  su mirada, la única que se ve en  el museo, suprime a todas las demás: "parecía  como si los lienzos de Rembrandt se hubieran convertido en algo más digno de ser visito después de que Ruskin, venido desde tan lejos, hubiese entrado en la sala" (Marcel Proust) .
      En  Vértigo, Hitchcock  nos hace mirar a Kim Novak -Madelaine- mirando el retrato de Carlota Valdés en el Museo de la Legión de Honor de San Francisco para comunicarnos algo que no vemos (figura 3).
   El fotógrafo Thomas Struth sorprende a los turistas en la Galería  de la Academia de Florencia. Es posible  saber cómo es una obra de arte  sólo por la impresión que causa en los demás, nos recuerda Svetlana Alpers recordando a Lacan.
      En  La Efímera del año  2015 (fig 1), sabemos cómo es  una encuadernación  de Hugo Liesen, aunque no la veamos del todo. Los ojos unánimes de las tres mujeres que la examinan  son  más importantes que el objeto mirado.
     En la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica de Santiago de Chile (exposición de  encuadernaciones artísticas de 2018), la actitud de un espectador escrutando los libros tras la vitrina es la única respuesta posible a un arte de  lo mínimo, del gesto concentrado sobre la materia, de lo que se ausenta del  tráfago... 





Fig 3






La encuadernación en España según Giménez Burgos

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En el numero 183  (otoño de 2018) de la Newsletter de Designer Bookbinders, sociedad británica para el fomento de la encuadernación de arte, el encuadernador zaragozano Eduardo  Giménez Burgos, segundo premio en la Designers Bookbinders International Competition (2013),   resume en 1000 palabras la encuadernación española. Una buena síntesis para dar a conocer lo que se hace en nuestro país.  





LA ENCUADERNACIÓN EN ESPAÑA 

 
Hasta el siglo XX, la mayor contribución de España al arte de la encuadernación fue el estilo de encuadernación Mudéjar o Hispano-Árabe, que floreció durante los siglos XIII a XVI, y que unió la gran tradición islámica con ciertos elementos propios de las encuadernaciones occidentales del momento gracias a la coexistencia de artesanos judíos, cristianos y musulmanes. Los ejemplares que se conservan en las principales bibliotecas nacionales son verdaderas obras maestras de una belleza incomparable.

Cada época artística tiene sus propias cualidades, y lo mismo ocurre con la encuadernación. Hoy en día, las formas de entender este arte provienen del comienzo del siglo XX, que sufrió una autentica transformación siguiendo el mismo compás revolucionario de nuestra cultura contemporánea, y que ha ido evolucionando y enriqueciéndose durante el siglo XXI.

Hasta hace relativamente poco tiempo, la encuadernación en España no tenía una especial consideración; era un apartado más del mundo del libro. Sólo unos pocos maestros aislados supieron elevarse por encima de la artesanía común y crear obras artísticas para un mercado que nunca fue muy amplio como en otros países de Europa. Entre los pioneros hay que destacar a tres destacados encuadernadores: Emilio Brugalla (1901-1987) en Barcelona, José Galván (1905-1989) en Cádiz y Antolín Palomino (1909-1995) en Madrid. El primero fue también un importante teórico de la encuadernación y publicó numerosos ensayos de gran relevancia tanto en su país como fuera de él.

A partir de los años 80 comienza a cambiar este panorama. En esta época ya existen algunos encuadernadores abiertos a influencias externas, sobre todo francesa, como Manuel Bueno, Ramón Gómez, y de la generación más joven, Josep Cambras, Carlos Vera y José Luis García Rubio, entre otros, poseedores de una gran destreza técnica y artística.

En 1986, la Biblioteca Nacional celebra una importante exposición consagrada a la encuadernación artística española, que reúne a los más destacados encuadernadores del momento y supone el acercamiento de esta disciplina a un público más amplio. La creación de la Asociación para el Fomento de la Encuadernación de Arte (AFEDA), la proliferación de escuelas privadas y la programación de premios y exposiciones de encuadernación hace que se consolide este fenómeno.

AFEDA se fundó en 1992 en Madrid. Asoció por primera vez a los encuadernadores españoles y llegó a alcanzar más de 700 afiliados. Realizó una labor extraordinaria, organizando exposiciones, conferencias, talleres y concursos. Publicó la revista “Encuadernación de Arte” con la intención de fomentar e impulsar el arte de la encuadernación entre encuadernadores, bibliófilos, libreros de viejo, estudiantes, coleccionistas y, en definitiva, a todos los amantes del libro. Una de esas grandes exposiciones fue “Raros y preciosos” en 1997, que descubrió en España a los principales encuadernadores europeos, como Pierre-Lucien Martin, Monique Mathieu, George Leroux, Jean de Gonet, Sun Evrard, Liliane Gérard, Edgar Claes, François Brindeau, Philip Smith o Daniel Knoderer. Lamentablemente, AFEDA desapareció en 2012 y desde entonces ninguna otra iniciativa de asociacionismo ha conseguido prosperar en nuestro país.

En España sorprende la ausencia de un centro oficial que otorgue el título profesional de encuadernador. La formación en encuadernación se lleva a cabo en algunas escuelas municipales, como la Imprenta Artesanal del Ayuntamiento de Madrid, la Escuela de Artes y Oficios de Barcelona, etc., y, sobre todo, en las escuelas privadas, dirigidas por encuadernadores profesionales que, fuera de su horario de taller, imparten clases particulares de encuadernación. La más influyente y prestigiosa de éstas ha sido la de Ana Ruiz-Larrea, una encuadernadora española formada en la Escuela La Cambre en Bruselas. Abrió su escuela “Diseño y Encuadernación” en Madrid en 1991, aunando las tendencias más renovadoras de la encuadernación artística con el rigor técnico y las ideas estéticas contemporáneas. Hoy trabaja y enseña en París, pero ha dejado tras de sí una importante influencia entre sus alumnos. Algunos de ellos han continuado su legado y formado nuevas escuelas de alto nivel formativo, como la de la encuadernadora Dolores Baldó en Madrid.
Con objeto de promover el arte de la encuadernación, en 1993 se creó el Premio a las Mejores Encuadernaciones Artísticas, un concurso anual de ámbito nacional creado por el Ministerio de Cultura español que goza de un gran prestigio en el mundo de la encuadernación de nuestro país. Consiste en encuadernar un libro del escritor galardonado con el Premio Cervantes, el premio literario más importante en lengua española. Un jurado de expertos concede tres premios y selecciona éstos y otros trabajos para exposiciones. Las obras ganadoras quedan en propiedad de la Biblioteca Nacional, que de esa manera va incrementando sus fondos de encuadernaciones contemporáneas. La mayoría de los encuadernadores ganadores de este premio, como Ángel Gómez Pinto, Mª José Pita Gherardi, Antonio Pérez-Noriega, Marielle Zarraluqui, Carlos Sánchez-Álamo, Juan A. Fernández-Argenta, Obradoiro Penumbra, Andrés Pérez Sierra, Guadalupe Roldán, Luis A. Mínguez, Zigor Anguiano, Susana Domínguez o Eduardo Giménez, se dedican al ejercicio profesional en sus talleres a lo largo de todo el país. 

Hoy en día existe una exigua demanda de encuadernaciones artísticas de instituciones o coleccionistas privados y los encuadernadores profesionales dedicamos la mayor parte del tiempo a trabajos para blibliotecas, la restauración y conservación de libros o la enseñanza privada. Una de las pocas instituciones públicas que promueve este tipo de encargos es la Real Biblioteca del Palacio Real de Madrid, que posee una importante colección de encuadernaciones del siglo XVIII y XIX, y que periódicamente encarga a destacados encuadernadores españoles la encuadernación delPremio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana.

La Biblioteca Nacional en Madrid lleva a cabo una importante actividad de difusión y restauración de nuestro patrimonio. Esta inmensa institución expone con regularidad sus fondos, publica buena documentación y mantiene dos talleres de restauración y encuadernación con profesionales muy cualificados. Cabe destacar también la labor de la “Imprenta Municipal-Artes del Libro” de Madrid, un centro cuyo objetivo es la conservación y divulgación de las técnicas tradicionales de las artes del libro. Su impresionante edificio racionalista de los años 30 alberga un interesante museo que ofrece contenidos ligados a la historia del libro, la imprenta y la encuadernación. En 2014 fue sede en España de la exposición itiniterante de la “Second International Designer Bookbinding Competition” sobre la obra William Shakespeare. Desde 2017, esta institución convoca otro premio de encuadernación artística de las mismas características y dotación económica que el Premio del Ministerio de Cultura.

En los últimos tiempos, una tienda de material de encuadernación, “Honorio y Anita”, se ha convertido en un punto de encuentro para los aficionados a la encuadernación de arte en la capital de España. Además de su negocio habitual, ha iniciado una actividad paralela consistente en la exposición de encuadernaciones  tanto de talleres profesionales como de escuelas de todo el país.

Para terminar, habría que mencionar las contribuciones de algunos buenos historiadores y estudiosos de la encuadernación, en particular la extraordinaria labor del principal historiador de nuestra encuadernación, José Luis Checa Cremades, que junto a otros colegas analizan y documentan en diversas publicaciones el trabajo de los encuadernadores contemporáneos.

Eduardo Giménez Burgos



Ivor Robinson

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      Ivor Robinson (Bournermouth, 1924-2014) fue uno  de  los  encuadernadores británicos más respetados del siglo XX. Miremos sus  decorados: líneas doradas surcan la piel negra,  nerviosas filaturas amarillentas hieren el ojo, dejando en nuestra retina una sensación  parecida al rastro que queda agazapado en el oído  tras  el hiriente agudo de una trompeta,  garabatos prehistóricos de Altamira, Lascaux o Chauvet. 





Viéndolos Octavio Paz habría dicho que  Robinson diseña como un niño de 5.000 años.  Didi-Huberman, que las  líneas de  sus encuadernaciones son el origen de todas las imágenes del universo, un   pentagrama secreto pergeñado por Haendel, el músico favorito de este encuadernador A G.W. Sebald le habrían parecido los anillos de Saturno, fragmentos de una luna anterior desintegrada por la acción de la mareas de la tierra.  John Berger habría hablado de la identificación de la mano con el objeto, pues el  amarillo  del oro vibra cuando ha sido aplicado sobre  la piel negra  como un buen violón rozado por el arco.  

Estos decorados  robinsonianos no aluden al texto,  a decir verdad no alude a nada diferente a sí mismo; no son una respuesta emotiva a una lectura o a las ilustraciones del libro; no interpretan  contenidos literarios, aquí no hay    sinestesias baudelerianas. El  Coup de dés  de Mallarmé sólo puede vestirse con una jansenista,  que es también la única "no decoración" posible para  el  ángel invisible de Celan, para su  sordo  batir de alas.   




¿Qué son  entonces estos decorados?  Sólo, quizá, la reflexión de  un sabio  artesano sobre el acto mismo de encuadernar,  una meditación acerca del objeto que ha creado con sus manos. 
"Ha llegado el tiempo en el que los libros se acostumbren a mi encuadernación", sentencia  Robinson.  En su  libro  Introducing Bookbinding (fig abajo),  este designer bookbinder llamó  a sus encuadernaciones “trabajos sobre libros” (Book works),  algo no tan lejano del  "aplicar arte sobre los objetos útiles" de  William Morris,  pero  desde luego muy cercano, en contra de Philip Smith,   del "encuaderno libros. No  literatura" de  Micheline de Bellefroid.
  



Manuel Valero, premio a la Mejor Encuadernación Artística 2018

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        Manuel Valero Moro, que  ha obtenido el premio a la Mejor Encuadernación Artística  de  2018, nos envía un   texto en el que comenta  su trabajo como encuadernador, explica la  encuadernación  con la que ha obtenido el galardón y reflexiona sobre el método de enseñanza del oficio que utiliza en su blog, reinoartesanal, uno de los más visitados.    Muchas gracias a este encuadernador y nuestra enhorabuena por el premio obtenido.





El trabajo del encuadernador
El proceso de encuadernación lo inicio pensando en el resultado final y para alcanzar el objetivo todos los procesos deben estar conjugados desde el principio: el material, las escartivanas, el cosido, la técnica empleada, etc.
La cubierta del libro ya la tengo pensada en cuanto tipo de material, grosor, diseño, estos procesos requieren una decisión anticipada en cuanto a elección de grosores de cartones, cartulinas, guardas, número de capas, todo ello ya me da un dato para la elección del cajo, y así sucesivamente, todos los procesos más de un centenar se van enlazando metódicamente, siempre con unas premisas claras: la encuadernación no debe impedir leer el libro correctamente y de forma cómoda, sus tapas deben cerrarse con ese sonido tan peculiar al dejarlas caer, el grosor de las tapas en conjunción con las cejas, las guardas en sintonía con las cubiertas y su diseño.
El libro encuadernado debe tener su sonido, su olor, su apertura y su armonía con las cubiertas, guardas, papel y tipografía… la encuadernación debe mostrar una limpieza y pulcritud que debe sobresalir por todos los rincones.
Una encuadernación precisa que cada uno de los procesos esté conectado con el siguiente, con una gran atención en su ejecución,  evitando descuidos, errores y rectificaciones, trabajando en un espacio limpio y ordenado, todo ello unido a la paciencia que se requiere en respetar los sucesivos tiempos de secado, prensado y espera…el libro debe ir fraguando poco a poco.
De todas las técnicas de encuadernación que he utilizado me parece con más posibilidades el doble cartón, me proporciona para el diseño la posibilidad de trabajar en diferentes profundidades de las cubiertas.
























La encuadernación sobre "La Ciudad de los Prodigios", premio  a la Mejor Encuadernación Artística 2018  

El diseño para el libro La Ciudad de los Prodigios surgió a raíz de localizar la piel “cebrada”…,
Antes de iniciar una encuadernación al menos si el libro no lo he leído, leo un extracto para intentar mantener una comunicación entre el texto y el diseño, mantener una correspondencia.
En el caso de la "Ciudad de los Prodigios", la ciudad de Barcelona con su gran transformación en la época industrial y etapas sucesivas me transporta a una ciudad con grandes cambios, profundos, dramáticos y siempre mirando al futuro… A raíz de la piel “cebrada” diseñé unos perfiles de edificios futuristas, limitando sus curvas a pequeñas pinceladas, desintegración de los perfiles, que posteriormente adapté a las zonas cebradas, busqué los diferentes fondos desde los más superficiales a los profundos que facilita la técnica del doble cartón, llegando hasta el traspasado de la cubierta… Los modernos edificios como fuente de inspiración, su perfil como simbolismo, su desintegración, y los nuevos acontecimientos que producen una profunda división en la sociedad catalana actual, los tajos de las cubiertas.

El blog "reinoartesanal"
Referente a blog de reinoartesanal desde su inicio en junio de 2011 lo planteé como la posibilidad de ejecutar una serie de proyectos, donde no se precisaran las herramientas más caras de la encuadernación: cizalla, telar y prensas.
Todos los tutoriales van dirigidos a curiosos y aficionados de este mundo de la encuadernación y que por diferentes motivos no encuentran o no pueden desarrollar los conocimientos para ejecutar diferentes trabajos.
Cada tutorial inicia el desarrollo desde el principio, sin tener en cuenta la experiencia que pudiera obtenerse de otros tutoriales anteriores con la esperanza de que el visitante que entre por primera vez al blog sea capaz de seguirlo completamente, y siempre apoyado por las fotografías que muestran los diferentes procesos y que incluso en ocasiones complemento con esquemas. En alguna ocasión me han insinuado que haga videos, pero en esta ocasión estoy de acuerdo con Carlos Rey  con quien tuve el gusto de hablar sobre el tema, y es que una fotografía puede estudiarse mucho mejor que una secuencia rápida de un video y captada con dificultad, las fotografías si no muestran lo deseado se repiten hasta lograr  lo que pretendo.
El método que empleo para su enseñanza es desarrollar un proyecto de fácil ejecución que creo puede interesar a los aficionados y curiosos con las premisas de no emplear herramientas caras,  que sea atractivo y útil para ellos y a la vez puedan descubrir nuevos proyectos, que les permita descubrir más posibilidades, y despertar una mayor inquietud y ya sería estupendo que alguno de ellos decidiera tomar clases en escuelas de encuadernación para otras metas más elevadas.
Como curiosidad el tutorial mas visto es la encuadernación Belga con 81.000 descargas, le sigue la Copta con 76.000 y curiosamente la tercera con 64.000 descargas es  Cuaderno con materiales caseros".

Encuadernaciones de Manuel Valero











Los bibliófilos y la encuadernación: edición chilena. El Ilustrado. Santiago de Chile

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Editan libro que explora la encuadernación artística y la bibliofilia


A cargo de Ediciones Liz, “Ese oscuro objeto del deseo… Los bibliófilos y la encuadernación”, del especialista español José Luis Checa Cremades, aborda el arte de encuadernar y realzar así el contenido de un libro.
Este jueves a las 12 h se realizará el lanzamiento de “Ese oscuro objeto del deseo… Los bibliófilos y la encuadernación”, del especialista español José Luis Checa Cremades. El libro, publicado por primera vez en España, aterriza en Chile de la mano de Ediciones Liz. La versión nacional honra la temática con una cuidadosa encuadernación hecha íntegramente a mano.
En palabras de Liz Gallegos, editora responsable de la publicación, “este  es un hito importante, pues Chile no está produciendo literatura especializada en encuadernación, el único fue (el editor, encuadernador y bibliófilo) Ismael Espinosa en el siglo XIX, pero en el siglo XX no hubo nada. Checa es un historiador e investigador de nombre en España. La editorial, desde la humildad del trabajo hecho a mano, da un salto internacional, en la cuna de la encuadernación, España”.
José Luis Checa es un reconocido historiador e investigador del libro antiguo, que cuenta con variadas y excelentes publicaciones a su haber.  La edición chilena de uno de sus libros marca un hito muy importante, que abre las puertas al conocimiento de un tema que se encuentra en pleno auge en Chile, como ha demostrado el éxito del Simposio de Encuadernación Artística que por estos días se lleva a cabo en la Biblioteca Patrimonial Recoleta Dominica (BPRD) y que organizan Ediciones Liz, Editorial Sociedad FollaG y Diwehr.
Esta nueva edición cuenta también con el prólogo de Mariano Muñoz-Hidalgo, experto en encuadernación formado en España y Portugal por maestros encuadernadores de las cortes española e inglesa.

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Ivor Robinson II, recuerdos de una visita a su taller

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Ivor Robinson II, recuerdos de una visita a su taller

por Eduardo Giménez Burgos

Me alegra ver en tu blog una buena reseña sobre el encuadernador británico Ivor Robinson, lamentablemente muy poco conocido aquí. Fue, sin embargo, un gran maestro respetado por sus contemporáneos, como muy bien dices, y no hace muchos años fue el encuadernador mejor valorado por sus colegas británicos en una amplia encuesta realizada por la revista Designer Bookbinders.

En el verano de 2001 tuve la suerte de visitarlo en su taller de Oxford por medio de su amigo James Brockman con el que yo estaba realizando un curso de dorado a escasos kilómetros de distancia. La visita duró apenas dos horas, y podría decir que fue la experiencia más intensa y emocionante que he vivido en toda mi carrera como encuadernador.

Desde hacía años admiraba sus encuadernaciones y tuve la inmensa fortuna de poder conversar con él, ver de cerca algunos de sus trabajos y, sobre todo, examinar sus numerosos bocetos y plantillas de dorado que guardaba meticulosamente en grandes carpetas perfectamente ordenadas. Oirle describir el proceso de gestación de sus diseños con un entusiasmo y una pasión inusuales en un hombre casi octogenario, me resultó conmovedor.

Era un hombre sabio, con una carrera muy dilatada de profesor de diseño y encuadernación en la Universidad de Oxford. Utilizaba casi exclusivamente la piel negra, la que mejor podía destacar sus líneas de oro. Muy raramente añadía algún mosaico de color, aunque siempre con gran acierto. Sus diseños, aparentemente sencillos, eran de una enorme complejidad. Unir las líneas que formaban esos dibujos de sugerentes abstracciones, requerían de cientos y cientos de impresiones con pequeños hierros. Su técnica de dorar consistía en recoger una triple capa de pan de oro con el hierro después de haberle aplicado grasa de la frente, y depositarla sobre la huella con mordiente. Normalmente realizaba tres veces la misma operación sobre cada huella para conseguir una perfecta y rica definición del trazo.

Era sorprendente la economía de medios para llegar a tan extraordinarios resultados. Apenas media docena de paletas cortas de tres o cuatro grosores, dos pares de tipos de letras de diferente tamaños y unos cuantos librillos de pan de oro que había comprado años atrás en Italia, y que le duraron toda la vida. El mismo taller donde trabajaba, una luminosa habitación del segundo piso de su casa con vistas a un sencillo jardín en donde se alineaban armoniosamente todas sus máquinas y herramientas, podría medir no más de 8 metros cuadrados. A pesar de ser yo un desconocido, me habló abiertamente de sus comienzos en la encuadernación, de su forma de abordar los diseños, de cómo dibujaba una y otra vez sobre una pequeña pizarra sus líneas entreveradas hasta dar con el resultado perseguido. Me explicó la importancia que le daba al espacio, al balance entre la forma y el espacio en los tres planos del libro, y me describió su técnica a través de los bocetos sin regatear ninguna pregunta. Su forma de hablar describía a un hombre pulcro, meticuloso, refinado, apasionado por el oficio y conocedor del alcance de su obra, pero sin mostrar nunca arrogancia.

En el momento en que lo conocí, había decidido poner fin a su carrera, pero aún le quedaba un compromiso a medio acabar. Era la encuadernación de un poema de tan sólo 4 páginas, tamaño folio, de John Wilmot, Conde de Rochester, donde había trazado un sencillo dibujo de líneas sugiriendo a una mujer leyendo, sorprendentemente figurativo. El título: A Letter From Artemiza In The Towne, to Chloë in the Country(ver fotografía arriba). En fin, un colofón brillante a una carrera en la cima de la encuadernación moderna.

Cuando le preguntaron en una ocasión a ese otro gran maestro de la encuadernación contemporánea, Jean de Gonet, cuál era la diferencia entre un artesano y un artista, respondió que para él un artista se reconocía por su capacidad de descubrirse a sí mismo en su trabajo y de reinventarlo. Era aquél que nos mostraba cosas desconocidas hasta ese momento por nosotros, y que sin él ni siquiera las habríamos imaginado.

Según esto, Ivor Robinson, además de un gran artesano de la encuadernación y un reputado maestro, fue también, yo creo, un gran artista de nuestro tiempo.


Eduardo Giménez Burgos



Los 62 encuadernadores de la "Efímera"

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Mesa con las encuadernaciones de Anick Bruté en "La Efímera" de París

         ¿Quienes son los mejores encuadernadores de hoy? Veinticinco años de  "Efímera"  (para saber lo que es, ver  la entrada 29-V-2014 de este blog) permiten hacer balance: entre 1994 y 2018 sesenta y dos encuadernadores han expuesto al menos  una vez en la Biblioteca Histórica de la Villa   de París o en la Sala de Fiestas de la rue Bonaparte. La mayoría  son franceses, pero también  ha habido belgas, alemanes, italianos, japoneses y  españoles, tres hasta ahora.  Hay un  ligero predominio de mujeres. Sesenta y dos representaciones visuales de una cultura que, a veces, se atreve a separarse del sistema de la representación.

    En el  catálogo la última   "Ephémère", la que abrió sus puertas a las cuatro de la tarde  el 4 de octubre de 2018, pueden verse sesenta  retratos de  los encuadernadores participantes  (faltan las fotos de   Jean de Gonet y Gabrielle Claes).  Un resumen   casi  completo  de  los gustos imperantes en París y también de lo que puede llegar a   asimilar un mercado que hoy es raquítico y exigente. ¿Canon parisino? ¿Canon  europeo continental? ¿Por qué   ningún Designer Bookbinder?  ¿Cuántos de estos nombres será recordado dentro de cincuenta años? Mientras tanto, ¡cuidado con las listas!:  "lamento lo de la lista de autores canónicos. Hubo muchas lamentables omisiones: en muchos países, como en España, lo reseñado y criticado, no fue mi  libro (los criterios del canon), sino la lista..." se lamentó en su día Harold Bloom, autor del  famoso Canon literario.







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Faith Shannon

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         El 24 de agosto de 2018 falleció Faith Shannon (Uttar Pradesh, India, 1938), una de las encuadernadoras europeas más reconocidas en  los siglos XX-XXI.  Artista versátil, publicista, pintora, ilustradora de libros, finalmente, casi por causalidad,  animada por Edgard Mansfield, encuadernadora, abrió su taller en 1963, se formó en el Colegio de Arte de Belfast, tuvo clientes en esta ciudad y en Dublín, fue alumna de Peter Waters y de Mansfield,  estudió en la  Camberwell School de Londres,  entre 1960 y 1963 en el Royal College of Art, fue profesora en la escuela politécnica de Brighton, se dejó influir por el arte xilografico de  Blair Hughes-Stanton, participó en los  esfuerzos de  rescate y restauración del patrimonio bibliográfico de Florencia tras  las inundaciones de 1966 y fue uno de los motores de la Society of Designer Bookbinders. 

    Faith Shannon buscó su inspiración en la naturaleza y, como los pintores prerrafaelitas, la estudió  en su nimios detalles: siluetas de  líquenes, la claridad y áspera granulosidad del granito,  adustas piedras ilusoriamente esculpidas, las formas enroscadas de los fósiles sobre rocas sedimentarias, fragmentos de pizarra de la Isla de Piel, el  grano fino del basalto de  la isla de Staffe, en la costa este irlandesa de Mull, formas que evocan las   cataratas de Escocia, donde vivía esta encuadernadora, el agua cayendo sobre las rocas, formas de hace 5000 años.... Coleccionista de piedras, observadora   en la India y después en Irlanda de formaciones rocosas, Faith Shannon las estudió  para desvelar en sus encuadernaciones los secretos de sus  vidas inanimadas y conocer  la vida íntima de la tierra. Estas encuadernaciones ("geológicas" quizá "paleontológicas") contienen citas de lo primordial de la vida. "No son paisajes poetizados, sino profundas intuiciones poéticas de ciertos aspectos de la gran vida en la Tierra, tan llena de misterios", como, según Carl Gustav Carus,  las últimas obras de Goethe.  






Junto a éstas, otras  visiones  menos esencialistas de la naturaleza. Sobre la piel negra, el  crocus brota  del iris ocular para indicar la minucia con la que  el polímata  George Maw  observa esta especie botánica en The Great Crocus (1886) (figs 1 y 2).  Además, mariposas que son "luz de candil" (fig 3 y 11),  la Alicia   "a través del espejo y lo que encontró al otro lado", de Lewis Carroll, el espejo convertido en niebla (figs 5 y 6) , el delicado naturalismo de los botánicos ingleses del siglo XVIII (fig 7), cierto infantilismo naïf (el "hombre de las nieves" de las figs 12 y 13), un humorismo surrealista (más cercano de Satie que de Rabelais) con   recuerdos de   Trevor Jones y Georges Leroux (fig 8 y 9), un kitsch  apacible y risueño (fig 12)... Variaciones sobre un tema, pero  técnicamente  no ha existido un  estilo  uniforme Faith Shannon.  Sí, en cambio, un conjunto de encuadernaciones  inolvidables, una obra selecta y escasa  (menos de seis encuadernaciones al año) muy apreciada por   los bibliófilos y solicitada por prestigiosas bibliotecas públicas.  
    Shannon había escrito: “el libro es un vehículo perfecto para combinar el ojo del pintor, la destreza del diseñador, la habilidad del artesano, la imaginación del artista, el alma, el amor por la invención…y el sentido del humor”.          
  Como otros Designers Bookbinders, una perfecta desconocida en España.  Miremos sus encuadernaciones.








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6 Alicia desaparece en una tapa  y emerge en la otra dando la sensación de que la encuadernación ha transformado las páginas del libro en un espejo.
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Jean de Gonet

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“Para algunos ser encuadernador consiste -ha dicho De Gonet- en ser cubista un día, surrealista al día siguiente y en hacer el Miró los fines de semana, con muchos colores”. Las encuadernaciones de Jean de Gonet, siempre segregacionista, no son objetos de arte, tampoco objetos de artes decorativas. Son una especie de assemblages, una reunión de elementos diversos que no son adornos, sobrecargas o añadidos (nada en ellas es superfetatorio), sino elementos que se han agregado unos a otros para conformar un objeto autónomo, de nueva planta. A diferencia de las cajas de Cornell, no estamos, pues, ante una reunión arbitraria de elementos preexistentes dados, sino delante de objetos fabricados cuidadosamente, de algún modo “civilizados” por su propio creador, quien se ha esforzado con éxito para dar nacimiento a un objeto nuevo que, una vez terminado, es frío, fino, artificioso en grado sumo, prístino, mudo, afásico, atemporal, aliterario porque ha sido “cocinado” para negar la posibilidad de todo discurso e imposibilitar cualquier comentario, para ofrecerse al bibliófilo como un silencio suntuoso: encuadernaciones egocéntricas porque sólo hablan de quien las ha creado y de su sensibilidad para captar la armonía que alberga la estructura de las cosas.

Montse Buxó

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En los aledaños de la encuadernación se halla el marmoreado o la “marmorización”: aquí Monserrat Buxó i Marsá (Barcelona, 1960), una “hipersensible cromática”, al modo de Michel Pastoreau, ha alcanzado un merecido reconocimiento internacional pintando desde 1981 sobre la agitación acuática y la hiel de buey, sobre mucilago de algas con pinturas al agua, gouaches y acrílicos, el movimiento fluido de los colores de África (el polvo mogrebí  de Miquel Barceló), la luz de Sicilia, la de Nápoles, tan bien descrita por Ana María Ortese y Fabrizia Ramondino, reconciliándose con ella entre las ruinas de Agrigento, como Nicolas de Stäel, trasponiendo al papel las emociones de la mente y lo que podemos llamar "reencarnación de lo ancestral". Encuadernadores españoles como Ángel Camacho, Juan Antonio Fernández Argenta, Carlos Vera Carrasco, José Cambras, Manuel Bueno, Galmes, Marisol Chávarri, Pita Gerardy y Paz Alomar, entre otros muchos, han utilizado estos marmoreados  Son papeles únicos en los que Buxó busca la armonía de unos colores que van unos detrás de otros, que se influyen compensándose en su proximidad sin dejar por ello de jugar con el azar de su emparejamiento. Buxó prefiere las pinturas al agua, el gouache y el acrílico, pero no desdeña las tintas ni las grasas plasmando en sus trabajos ideas, evocaciones y emociones del inconsciente: Kandinsky, Kunz, Klee, Miquel Barceló, misterios, mensajes inefables, como el de ese libro erótico-místico del Oriente que ha pasado a nuestra Escritura con el título de Cantar de los Cantares y que, como la cuarta Égloga de Virgilio, jamás sabremos lo que significaba para su autor, pues tienen el místico privilegio de ser inefables en su sentido. 


Tampoco sabremos nunca a ciencia cierta qué  significa   la página marmoreada que  Shandy Hall, el editor    del Tristam Shandy, de Laurence Sterne, colocó entre las páginas de la  celebérrima novela. Aparece   en el  tercer volumen de varias ediciones inmediatamente después del capítulo XXXVI y ocupa  la superficie de la caja del texto.    Podemos leer en una  nota de una edición de 1790 : The bookbinder is desired to cover both sides of this leaf with the best marbled paper, taking care to keep the folio lines clear, and to preserve the proper margins.“Se espera que el encuadernador cubra ambos lados de esta hoja con el mejor papel marmoleado, teniendo cuidado de mantener las líneas del folio claras para preservar los márgenes adecuados”.    El enigma de esta hoja multicolor coincide con el  de la colocación de todo marmoreado en   un libro. ¿Hemos de considerarla  un signo iconográfico   dotado de sentido propio? ¿Un mero ornamento? ¿Una ilustración? Según Sterne, es el  emblema multicolor de la novela, molty emblem of my work, “el abigarrado emblema de mi obra”, un  modo  de garantizar que el ejemplar es  único, lo que  se revela acorde con la naturaleza misma de todo marmoreado, pues, conforme a su origen turco, un   ebru  no es  igual a ningún otro siendo imposible   repetir la misma danza de colores, transferir los idénticos  al papel desde la superficie del agua espesada llamada apresto. Colocando estas hojas  entre las páginas, el editor  indicaba que  no hay dos lecturas idénticas del Tristan  Shandy.  No se trata de bromas, caprichos, tampoco  de  excéntricos engendros del ocio: toda página marmoreada intercalada en un libro,  no sólo  la del Tristan Shandy, no sólo únicamente las de Montse Buxó,  aluden a la  experiencia única que depara la lectura de un texto que tampoco tiene parangón con otro. Como sostiene Sterne,  la imagen de color es  el icono del emblema de un texto literario, una expresión cromática que, ante la duda  sobre la capacidad descriptiva de la palabra para significar la nada, opta por la imagen, como las mourning pages del Tristanla  elocuencia silente de una monocromía de Klein. También puede ser que esa imagen  pretenda  expresar la idea de lo simultáneo ante la imposibilidad de describirlo con las letras de una novela que, por su misma naturaleza,  sólo pueden intentar  dar cuenta de una realidad mediante lo sucesivo, con el encadenamiento de las palabras, como apuntaba  Borges al describir el Aleph.  Controlando los procesos de cambio del agua, desde su estado puro hasta su gelatinización con liquen Carragheen para conseguir el punto de densidad adecuado, los papeles marmoreados de Buxó plasman, tras su viaje a África, la magia que encierra declinar todos los códigos posibles de una gota base antes de convertirla en filatura de seda. Son los “colores aparentes” de Berger, el color del cielo, el del mar, el de la tierra iluminada por el sol, el de las sombras en la carne: en algún lugar recóndito de los marmoreados de Buxó emerge el negro azulado del cielo nocturno, un rojo derrotado, un verde vencido, incluso un amarillo escurridizo, pero la vitalidad del conjunto no proviene de cada color, sino de la relación mutua que se establece entre todos ellos, pues su entrecruzamiento les da vida propia. Hemos de contemplarlos con nuestra percepción agudizada, como Leonardo da Vinci miraba los remolinos de agua, representaba los torbellinos de los elementos vivos, la briznas de hierba, con la misma intensidad hipnótica con la que Coleridge percibía el velado resplandor de la luna. 







Carlos Vera Carrasco y su Manual de encuadernación

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    El comienzo de 2019 nos trae la publicación de un interesante Manual de encuadernación. Proceso y métodos de trabajo, obra del encuadernador  Carlos Vera Carrasco. Este libro   es   la culminación exitosa de un largo esfuerzo  de sistematización y ordenación de los múltiples saberes y habilidades que, en torno al libro y a su encuadernación, ha adquirido un  profesional de dilatada trayectoria que hoy desarrolla su trabajo en el taller de la Biblioteca Nacional de España. 
    Vera, un encuadernador cuya obra se dio a conocer en Madrid en 1986 en la mítica exposición La encuadernación española actual,  describe en ciento sesenta páginas lo mucho que le ha enseñado el trabajo en el taller, lo no poco que ha aprendido de  sus alumnos y  también  da a conocer algunos de los secretos más arcanos que le transmitió  su padre, el estuchista Benito Vera Vigo, a quien   dedica el  libro, uno de los mejores encuadernadores españoles del siglo XX.   
     El autor  ordena la materia, realmente amplia,   con  equilibrio y coherencia mostrando un buen "espíritu de sistema",  como prueban las divisiones arborescentes de los asuntos, explicando  muy bien todo lo que tenía que explicar, que es mucho, con   palabras directas y eficaces, superando  airosamente las  dificultades que entraña  dar cuenta de    la experiencia que se adquiere día a día en un taller de encuadernación, pues  estas páginas  dan cuenta con concisión, extrema minucia  y propiedad lingüística  de los gestos, el utillaje, la materia y  las técnicas de encuadernación.
   El Manual de Vera (que quizá pronto será  llamado  "el Vera") ha sido editado  por    Julio Ollero, un nombre  inexcusable en España en la edición de "libros sobre libros" siempre atento a     la encuadernación. Hace veinte años la editorial Ollero/Ramos ya nos había dado un espléndido y hoy  buscado La encuadernación. Técnica y proceso de Annie Persuy y Sün Evrad. 
       Además de su interés técnico como instrumento de trabajo, el Manual de Carlos Vera es un objeto   que resultará atractivo a quienes aprecian los libros bellos: la  nítida   impresión del diseño y la calidad de la tipografía que facilita una grata  lectura son el resultado  de la pericia y buen gusto de   Alfonso Meléndez, un tipógrafo vocacional que ha dejado un reguero de sus habilidades en las editoriales  Renacimiento, Comares,  Espuela de Plata y Pre-textos. También la belleza de las fotos, entre ellas, al final del libro, una evocadora imagen de un taller  de la Bauhaus que muy bien podría haber sido el de Otto Dorfner, Paul Kersten o Else von Guaita.   
    Varios dibujos   describen gráficamente la confección de cabezadas y  unas 500 fotografías   ilustran vívidamente  los diferentes pasos y gestos del encuadernador.  Todas estas imágenes han sido colocadas en su sitio con escrupulosa exactitud,    interacción texto/ imagen  facilitada por  pertinentes  llamadas  numéricas  en rojo,  como podemos ver abajo. 


 En cuanto a la exposición, lejos del esoterismo  y de la torpeza expresiva de otros manuales, llama aquí la atención  la claridad  y eficacia de las definiciones:   "los tejuelos son trozos de piel chifladas que se pegan en el espacio que queda entre el primer y el segundo nervio". "El pergamino es una piel de cabra, oveja o ternera que, a diferencia de la piel que se usa normalmente para encuadernar, no ha sido curtida sino que se la ha sometido a un secado sin haber recibido tratamiento químico alguno".   
    
"Las técnicas   explicadas aquí -escribe  Carlos Vera- no son exclusivas, exponen las diferentes técnicas de  encuadernación, desde la encuadernación en tela y  la encuadernación en media piel u holandesa hasta  las técnicas más complejas,   como el estuche de petaca pasando por la encuadernación a  media piel o pergamino flexible". Además, el dorado con  película u oro americano y el  dorado con pan de oro precedidos de  unos consejos sobre su utilización   que  no desmerecen  de los que leemos en los tratados   de Jules Fache, Eugéne de Verbizier, Ives Devaux o en los apuntes de los doradores de la Escuela Estienne. Además, un anexo dedicado a la restauración de encuadernaciones. A destacar también la descripción   de la maquinaria, las herramientas y los materiales, el tratamiento de la encuadernación en pergamino flexible, los modos para confeccionar cajas, estuches y camisas... y las explicaciones generales que encabezan los capítulos, todas ellas separadas por antañones calderones.

En definitiva,  un  libro  interesante y práctico  imprescindible  para quienes deseen iniciarse  en la encuadernación clásica, funcional y estética o profundizar en  lo que ya saben,   un vademécum  -da la impresión-  llamado a convertirse en  una referencia  insoslayable  porque consigue poner en  palabras asequibles la sabiduría  de unas manos que piensan.
  Carlos Vera Carrasco (Madrid, 1956) es encuadernador en la Biblioteca Nacional de Madrid desde 1987. Hijo de Benito Vera Vigo y tercera generación de una familia de encuadernadores, aprendió  el oficio desde muy joven en el taller familiar, complementándolo con estudios en la Escuela de Artes Gráficas de Madrid  con  Ángel Macedo y Cecilio Cámara.
Gran conocedor de la encuadernación clásica y de sus técnicas, como el dorado con pan de oro, la confección de estuches o la restauración de encuadernaciones antiguas, ha trabajado para  bibliófilos como Bartolomé March, Rafael Berrocal, Maurice Lachard, Manuel Arroyo, José María Cervelló o Antonio Rodríguez Moñino y libreros como Enrique Montero o Luis Bardón. Ha impartido la docencia en diferentes escuelas y centros de encuadernación. En los últimos años está realizando un meritorio  trabajo de reconocimiento e identificación de encuadernaciones históricas de la Biblioteca Nacional.


Carlos Vera Carrasco, Manual de encuadernación. Procesos y métodos de trabajo.Área Editorial-Julio Ollero. 163 páginas. 500 fotos. Los ejemplares de este libro se imprimen exclusivamente bajo demanda. Pedidos: ollero.manualencuadernacion@gmail.com . www.olleroyramos.com

  







  

Helena Jiménez de Aberasturi. Encuadernando con Helena

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Acaba de publicarse  Encuadernando con Helena, un manual  de encuadernación donde la  donostiarra Helena Jiménez de Aberasturi,  maestra artesana de la Diputación de Guipúzcoa vinculada desde siempre con el mundo de la edición, nos explica  con amena claridad las técnicas y habilidades que utiliza en los cursos de encuadernación que ha dado en la Biblioteca Central   y en el taller Txarnela de San Sebastián.  Estamos ante un libro atractivo e innovador. Atractivo    porque piensa en los alumnos a los que ha sido destinado, en los problemas que se plantean a la hora de encuadernar un libro:  el verbo claro y preciso de una encuadernadora vocacional describe   certeramente gestos y habilidades. Innovador    porque  añade a este  trabajo puro de pedagogía   lo que podemos considerar   una aportación señera   en el terreno de la terminología especializada, pues este libro presenta  un léxico de términos de encuadernación en euskera con su equivalente en castellano, un trabajo linguístico   pionero   que supera  airosamente el   escollo de decir con las palabras  vernáculas de una  lengua ibérica no indoeuropea las operaciones y herramientas de un oficio y un arte que siempre merecen ser descritos con los mejores vocablos  posibles. 
A destacar, a más del texto y la capacidad de transmitir de una buena profesora de encuadernación y  la    aportación lexicográfica, las magníficas ilustraciones y oportunos  dibujos de Carlos Elizalde Zalba así como el toque artesanal que rezuma todo el libro, un cálido homenaje al trabajo con las manos.












Helena Jiménez de Aberasturi. Encuadernado con Helena. Ediciones Txarnela: www.encuadernaciones-txarnela.com. Tirada de 50 ejemplares.



Prólogo de "Encuadernando con Helena".
 “El artesano va inspirado por la norma de encajarse en una tradición, está vuelto al pasado y no abierto a posibles novedades. Sigue el uso constituido. Se producen, sin embargo, modificaciones, mejoras, en virtud de un desplazamiento continuo y por lo mismo imperceptible; modificaciones, mejoras, que no se presentan con el carácter de innovaciones sustantivas sino, más bien, como variaciones de estilo en las destrezas. Estos estilos, de tal o cual maestro, se transmiten en forma de escuelas; por lo tanto, con el carácter formal de la tradición”. 
 Las palabras de   Ortega y Gasset, escritas en 1939 y que pueden leerse en su Meditación de la técnica,  no dejan lugar a dudas:  el aprendizaje y la transmisión de la cultura técnica son asuntos cruciales para la supervivencia de cualquier  oficio de artesanía. La encuadernación es, con frecuencia, un arte “anacrónico”, tradicional, que vive a la sombra o bajo la advocación de lo ya sabido o de lo que ya ha sido practicado. Los avances son parsimoniosos. En realidad, todo es lento en la encuadernación. Un ritual. El trabajo progresa en el taller como lo hace el más lento de los glaciares sobre las aguas. Pero la Revolución Industrial trajo,  desde el siglo XVIII, la eficiencia. El trabajo se mueve entonces con la terrible rapidez de la más frenética de las estrellas fugaces. “Adieux, travaux infiniment lents!”, suspira Paul Valéry rememorando el ritmo tranquilo de la labor intelectual y musical de un pasado no tan lejano en el tiempo sostenido por los aristócratas supervivientes, para Rilke, de un continente caballeresco que se resiste a la degradación de una modernidad que sostiene el lucro de los marchantes, que ha olvidado la imagen de la mujer del cuadro de  Vermeer cosiendo en el ámbito de una tenue zona de luz con la cabeza inclinada sobre una labor donde la aguja va y viene cadenciosa llevada por la mano en un ritmo armonioso con las pausas sabias que su trabajo le impone. Hoy, cuando se impone por doquier el aprendizaje a vistazorápido, cuando los niños tienen que reconstruir visualmente con  rapidez de aprehensión una página para poder entender su significado, los gestos pausados y meditados de un encuadernador en su taller pueden parecernos anacrónicos, pero en el oficio siguen siendo necesarios para culminar, según una lógica de conjunto, una obra bien hecha ajena a la fragmentación, a la inminencia y a la prisa. Ha dicho el encuadernador Eduardo Giménez Burgos:
       “Una encuadernación es la suma de una serie de procesos que exigen cierta destreza y un conocimiento técnico complejo donde entran en juego múltiples elementos artesanales que resultan invisibles a la vista, pero que cuando alguno falla el error se hace muy evidente. Aunque no lo parezca a simple vista, una encuadernación artística puede acarrear alrededor de cincuenta operaciones que han de ser perfectamente calculadas para que su funcionamiento sea el correcto, como un preciso mecanismo de relojería.”
La palabra lenta del maestro se adapta al ritmo cadencioso, de “tiempo detenido”, típico de las operaciones del oficio, que se suceden unas a otras despaciosa e inexorablemente: 
  Las vías de acceso al conocimiento de lo ligatorio se multiplican: observación de un hacer o de un saber hacer, comunicación oral, transmisión escrita, lectura  de un manual…. Las dos primeras se dan en la transmisión de las habilidades del maestro al aprendiz, del padre al hijo en los talleres familiares,  una comunicación que suele hacerse con el lenguaje coloquial al   que acompaña la demostración práctica. 
Sobre la observación escribe Giménez Burgos:
       “Cuando veo trabajar a un artista en su taller, cualquiera que sea su oficio, lo que me atrae por encima de todo es su forma de expresar su libertad frente al objeto, y también su gestualidad, la exactitud y economía de sus gestos, el orden peculiar que impulsa a sus acciones guiado por la experiencia que mueve sus manos para ejecutar la obra. De esa observación suelo aprender más que de cualquier manual.”

Están, por otra parte, como modelo de aprendizaje, los libros ya terminados, ya encuadernados: si han sido culminados y habilidades  con corrección, pueden llegar a convertirse en arquetipos de autoridad, devenir testimonios mudos y elocuentes de lo que se hacía antaño, pero ¿es posible sólo viendo el libro encuadernado  ya terminado deducir las habilidades que desarrolló  un encuadernador? Cabe también   estudiar, como ha hecho Middleton, las patentes de invención. 
Pero los encuadernadores españoles son poco amigos de escribir acerca de sus técnicas e invenciones. No sólo eso, incluso, a veces, las ocultan: lo arcano está en el origen del oficio. Antolín Palomino, encuadernador autodidacta   celoso de las recetas de su cocina, que -decía- “nadie le había enseñado”, colocaba un paño encima del libro sobre el que estaba trabajando para que nada pudiera ser visto. Sus secretos murieron con él.   
Según una  famosa imagen de Robert K. Merton,   el oficio camina “a hombros de gigantes”, Philip Smith, Paul Bonet, Jean de Gonet, que han hecho todo lo posible para que se les considere genios inimitables, pero el secreto aísla al genio y  el oficio se estanca en lo que, seguramente, es una negación de las ideas de progreso y modernidad, una refutación de que el conocimiento sea acumulativo
Los manuales de encuadernación son los antídotos más eficaces contra  este secretismo. Han paliado  el “ruido” de la volátil cultura oral, pero pocas veces han sido capaces de establecer la correlación idónea entre lo que se dice y la demostración práctica, grave inconveniente, a pesar del gran interés que presenta un libro como el de  Douglas Cockerell (1870-1945), Bookbinding and the care of books (1901)o de lo que nos pueden enseñar las notas de  Roger Payne (1739-1797).  
Repasando la literatura ligatoria que, en 1970, inventarió el bibliógrafo británico  Graham Pollard  nos percatamos de que, antes de la Edad Moderna no se conocían documentos que describieran el proceso de la encuadernación de libros. De la Edad Media sólo nos han llegado tratados generales. De Diversibus artibus(c.a.1110), del monje Theophilus, es, por ejemplo, una enciclopedia sobre las artes que trata sólo incidentalmente aspectos relacionados con la encuadernación: la fabricación de pegamento y panes de oro (cap. I), los modos de fabricar cubiertas de metal y hojas de plata o cobre para los libros (cap. 72), piezas de estampación para cubiertas (cap. 73), tachones para encuadernaciones de cuero (cap. 76) y el trabajo del repujado para cubiertas (cap. 77). El Libro de la Facilidad que trata de la Encuadernación(c.a. 1200), de Obrahim al-Isbili (manuscrito de 14 hojas conservado en la Biblioteca de Tetuán), también aborda de modo harto sucinto problemas técnicos relacionados con los trabajos sobre piel. En el siglo XVII, Ars Magna luces et umbrae(Roma 1646), de Athanasius Kircher, yMagia Universalis naturae et artis,de Caspar Schott (Wurtzburgo 1657-1659), tratan todavía el marmoreado en un contexto enciclopédico. Der vornehmsten Künstler und Handwercker Ceremonial-Politica,de Friedericus Frisius (Leipzig 1712), aborda el ceremoniel der buchbinderen un contexto de descripción general de los diferentes oficios. En los libros de oficios encontramos artículos cortos y escasamente elaborados que describen los procesos de manufactura, indicaciones sobre tarifas y datos sobre las condiciones de trabajo. 
Los llamados libros de secretos describen operaciones incidentales o secundarias, como la pintura de cortes. Se publicaron muchos en los siglos XVI, XVII y XVIII para cubrir una demanda de información sobre medicina popular y recetas domésticas de taller. En los tratados de metalurgia hallamos referencias a los métodos para refinar oro y dorar metales. Los libros que explican cómo confeccionar manuscritos describen el uso de panes de oro, tanto para iniciales iluminadas como para el dorado de los cortes. Este dorado de cortes, el primer proceso de encuadernación que se describe por escrito, está presente enDe'secreti del reverendo donno Alessio Piemontese(Venecia 1556-1557), una obra que se tradujo muy pronto al francés, alemán, holandés, danés e inglés.
La publicación de manuales de encuadernación con información detallada sobre el proceso ligatorio completo principia en la Alemania del siglo XVIII. Entre 1741-1753, Christoph Ernst Prediger da a la imprenta en Leipzig Der in aller heutzu Tag üblichen Arbeit wohl anweisende accurate Buchbinder, un manual que describe la confección y encuadernación de libros con tablas con los precios de los materiales, datos sobre la duración de los procesos de manufactura y acerca del coste de cada encuadernación.
A mediados del siglo XVIII, se imprimen manuales que explican los procesos de la manufactura: desde 1765 se imprime laEncyclopédie,de Diderot y d' Alembert, con ilustraciones sobre técnicas y herramientas. Aparecen también los manuales de oficio que sirvieron de base para redactar Description des Arts et Métiers,de la Real Academia Francesa de Ciencias. Las primeras enciclopedias con artículos sobre encuadernación fueron el Dictionnaire universel du commerce,de Savary des Bruslons (1723), y la Cyclopaedia,de Ephraim Chamber (1728). El artículo de Savary aporta el modelo para la redacción de artículos parecidos en enciclopedias británicas gracias a las traducciones de Chabers y Postlethwayt. Pero el texto de Savary obviaba el marmoreado del papel, que sí aparecía, en cambio, en John Evelyn, mientras que el dorado de cortes se describe enArt Treasury, de John White, antes de que se publicara laEncyclopédiey laDescriptionde la Academia Real de Ciencias. Estas dos últimas cubrían todas las ramas de la encuadernación, pero la calidad de sus artículos era desigual: los compiladores no tenían experiencia de primera mano, y mientras algunos se limitaron a copiar artículos anteriores, otros apenas comprobaron la exactitud de sus informaciones. El artículo dedicado a la encuadernación delaDescriptionfue escrito por René Martin Dudin. Fracasado el proyecto de la Academia de describir todos los procesos de manufactura, Dudin reelaboró su descripción de la encuadernación utilizando un borrador de Jaugeon (Description et perfection des arts et métiers) y un manuscrito de Capronnnier Gauffecourt tituladoTraité de la reliure des livres(Lyon 1763). Apoyándose en la experiencia del encuadernador parisino Le Monnier y en láminas de Simoneau,dio a la imprenta un tratado técnico titulado L'Art du relieur-doreur(Paris 1772), donde, siguiendo un discurso muy bien organizado en el que cada materia encontraba su lugar adecuado, describió todos los detalles del proceso de encuadernación y el utillaje. Era un manual que respondía a las pretensiones, manifestadas por Colbert y Louvois, de escribir para laDescription“un tratado en el que la teoría y la práctica se expusieran con claridad y de modo fácilmente inteligible para todos”. L'Art du relieur-doreurse dirigía las gentes del oficio. Un testimonio contemporáneo demuestra que las diferentes descripciones del trabajo de Dudin se vendían en cuadernillos separados, de modo que cada una de las ramas del artesanado podía adquirir el tratado que le interesaba. Contrariamente a los autores de manuales del siglo XIX, Dudin no propuso nuevas herramientas o procedimientos innovadores. Escogiendo como consejero e informador a uno de los mejores encuadernadores del momento, dio a conocer los sistemas en uso y espoleó a los artesanos anclados en el pasado a perfeccionar sus métodos de trabajo y renovar su utillaje.
Salvo la Description des Arts et Métiersy laEncyclopédiede Diderot, en Francia no se publicaron manuales antes de que Louis Sébastien LeNormand (1757-1839) diera a la imprenta su Manuel du relieur dans toutes ses parties(Paris 1827), frecuentemente reimpreso y traducido con modificaciones hasta al menos 1923, como parte de la Encyclopédie Roret,técnicamente muy competente y con un buen vocabulario de términos profesionales. 
Los primeros manuales ingleses son mucho menos detallados: Nathaniel Mishall probó enThe Whole Art of Bookbinding(Oswestry 1811) que los procedimientos que se enseñaban mediante demostración y práctica también podían ser explicados por escrito con competencia y exactitud. Este manual describe el cosido de pliegos, el recubrimiento y la estampación de ornamentos y da instrucciones precisas para la preparación y uso de los pigmentos para colorear los cortes de los libros, teñido y marmoreado de las cubiertas de papel. The Circle of the Mechanical Art (1813) repite literalmente la división de capítulos y parte del contenido de este trabajo de Mishall.

Exceptuando a Emilio Brugalla, los encuadernadores españoles no han demostrado gran interés por escribir sobre su trabajo y las raras veces que lo han hecho no han gustado explicarse en roman paladino, sino que han utilizado un léxico desterrado, secreto, casi borrado del mapa cuyos vocablos, “arquillo”, “cajo”, “ceja”, “chilla”, “embuchar”, “chaquinar”, “chiflar”, “ombligo”, “posteta”, resultan, incluso para el experto, más esotéricos que la onomástica ligatoria que habla con toda naturalidad de “un Grolier” o “un Aldo”.  ¿Qué literatura técnica se ha escrito en España en los últimos siglos?
M. Sabrel es autor de unManual completo del encuadernador. Teórico y practico (Barcelona, tercera edición de 1883, cuarta edición de 1911), donde describe el proceso de encuadernación y las máquinas utilizadas en los talleres de Barcelona a finales del siglo XIX. Las operaciones de alzar, satinar, glasear, plegar, coser, encordelar y desencordelar, los modos de jaspear y dorar los cortes, la descripción de herramientas, la preparación de los cortes para el dorado, los tipos de encuadernación (a la bradel, rústica) dan paso, en la sección XV, a lo que su autor llama “encuadernación mecánica”. En 1944 Mariano Monje Ayala considera este trabajo “anticuado para nuestro tiempo”. 
Mario Monje Ayala (Bolea, Huesca, 1887, jubilado en 1957), director en los años 1940 del taller de las Escuelas Gráficas de la Santa Casa de la Misericordia de Bilbao, es autor de un Manual del aprendiz encuadernador(Bilbao, 1929), del El arte de la encuadernación (Labor, Barcelona, 1944) y del El arte de la encuadernación (segunda edición ampliada, 1956, Labor, Barcelona), un manual de encuadernación donde explica los conocimientos y operaciones precisas para realizar una encuadernación completa. Es un ejemplo de claridad y sentido práctico. “Al escribir este tratado –escribe Monje- hemos pretendido ordenar metódicamente todo lo que se relaciona con el arte de encuadernar: desde lo más rudimentario, el plegado de los pliegos, hasta lo más delicado y complejo: el dorado de los cantos de las hojas y el dorado artístico de las tapas de los libros”.
El Compendi sobre l’art de d’enquardenaciò, de Emilio Brugalla, editado por Aitor Quiney, transcrito por Santiago Brugalla y traducido al castellano por Albert Vitó (Ollero/Ramos, 2012) a partir de un manuscrito del Fons Brugalla de la Biblioteca de Catalunyatiene interés para comprender el arte de un encuadernador en ciernes. A los treinta y cinco años, con el taller de la calle Aribau parado a causa de la guerra, Brugalla explica sus logros y nos habla de sus gustos. Lo hace de manera sencilla, olvidándose por una vez de la prosa afectada y enfática de sus artículos más rimbombantes. Se nota mucho que ha leído los manuales de Le Normand, Cockerell, Pagnier, Pio Colombo, Le Bosquet (La reliure, 1894) y Chanat (Manuel pratique, 1924) y sus años de aprendizaje entre 1921 y 1923 en el taller parisino de Alfred Chevalier; también se trasluce en estas páginas cómo aprendió el dorado con Robert Paris, que domina las técnicas del mosaico y sabe cómo ha de restaurarse un libro dañado y cómo conservar uno nuevo. En cuanto a sus gustos de arte, sus explicaciones sobre los estilos plateresco, mudéjar, Grolier, Maioli, à la Duseuil, de los encajes y de los estilos neoclásico, dècoart nouveau, presagian los revivalso “neoapropiaciones” que llenan buena parte de su obra. Lo más interesante es la descripción del estilo Le Gascon, “el más elegante y sutil, el más delicado, el que mejor responde a la idea de belleza que pueda imaginar la fantasía más rica y elevada”. Los encargos que hicieron al maestro barcelonés los bibliófilos Antonio Carabassa, Manuel Perdigó y Ricardo Viñas, más que los anteriores de Montaner y Casanova en Barcelona, y Félix Boix, Vicente Castañeda y Pedro Vindel en Madrid, prueban que las pericias de Brugalla a la hora de realizar estas encuadernaciones que imitan las cimas señeras de la historia, siempre a la sombra augusta del libro, tuvieron muy buena acogida entre los coleccionistas. 
La obra de Cecilo Cámara (Madrid 1932) hoy está olvidada, pero no puede ser ignorada. Fue encuadernador y profesor de encuadernación en la Escuela Nacional de Artes Gráficas de Madrid. Nació en una familia dedicada a las artes gráficas (su padre, también llamado Cecilio Cámara, fue dibujante aguafortista discípulo de Ricardo Baroja), en el taller de César Paumard aprendió dorado y decoración cincelada de cortes y después encuadernó para José Antonio Vallejo Nájera, José Luis Espejo y  Eduardo Aunós. Fue autor de tres libros, que han quedado inéditos, donde resume su práctica docente: Encuadernador de mostrador (Programa de promoción profesional obrera, Ministerio de Trabajo, Madrid, 1971), El dorador a prensa, (donde describe y dibuja herramientas como la prensa de dorar, títulos, viñetas, rótulos, geometría aplicada a la encuadernación, filetes, orlas, filetes en las tapas, Madrid, 1973,) y Dorador de cortes(donde trata el pulido, la preparación y el cincelado de cortes). 
 Presentan   interés también los dos manuales escritos por Josep Cambras Riu (Barcelona, junio de1954), un encuadernador vocacional que estudió en l’Escola del Treball de Barcelona durante siete años con Francisco López Rebull y después con Manuel Bueno, desde 1985, profesor titular en la Escuela de Arte “La Industrial”.   Encuadernación (Barcelona, Parramón Ediciones, 2003, traducido a ocho idiomas) es una obra sobre la práctica de la encuadernación que compendia más de veinte años de docencia y cuarenta de actividad profesional concebida como respuesta a las preguntas y problemas de bibliófilos y alumnos. Cambras es autor también de Encuadernación. Técnicas decorativas(Barcelona, Parramón Ediciones, 2006), iniciación a las técnicas decorativas de encuadernación y a los procedimientos para pintar papel, confeccionar estuches, cajas de protección y carpetas. En estos dos libros, el encuadernador barcelonés  demuestra ser un continuador de las técnicas clásicas del oficio y saber adaptarlas a las nuevas tendencias y materiales de la profesión desarrollando los criterios de los maestros Emilio y Santiago Brugalla, Manuel Bueno Casadesús (1934-2018, Ramón Gómez,  el gran especialista español en el arte del mosaico, Miquel Monedero (1945-2016) y Jordi de la Rica (1931)   o formando en la enseñanza a nuevos encuadernadores, como Georgina Aspa Vendrell (Barcelona, 1975) o Francisco Lacasta Núñez-Polo (Jaca,1949). Los manuales de Cambras identifican los estilos históricos, presentan los materiales de encuadernación, las herramientas, explican las técnicas del marmoreado (con la colaboración de marmoreado artística Montse Buxó), detallan los pasos para encuadernar libros y los modos de restauración y decoración exterior. 
Merecen ser recordados también los manuales publicados bajo los auspicios de Delfín Seral Aranda en la editorial Clan de Madrid. En 2000 se dio a la imprenta El Manual del dorado de libros, obra del escritor y diplomático José Vicente Torrente Secorún (Huesca, 1920-2006), poco después el clásico La Encuadernación japonesa, del maestro artesano Kojiro Ikegami,  traducido al español por el encuadernador Eduardo Giménez Burgos, a la sazón conocedor de la ligatoria nipona, y las reediciones en esta misma editorial de los manuales de Sabrel y Monje. Casi en paralelo al libro de Jiménez de Aberastury,  acaba de publicarse un Manual de encuadernación  de Carlos Vera Carrasco   (Ollero/Ramos de Madrid, 2019), que se ha reseñado en la entrada anterior de este blog.
                               J.L. Checa 



La encuadernación barroca

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 “El libro es un objeto que percibimos con todos nuestros sentidos mientras lo leemos”, dejó escrito Roger Laufer. A lo que podemos añadir que un libro bellamente encuadernado, leámoslo o no, como objeto visible de arte, lo es porque enuncia unas cualidades que van más allá del habitual uso funcional relacionado con la conservación y la protección que se da a toda encuadernación. Nos interesa de él ante todo la realidad indubitable de una hermosura exterior cuya difícil descripción reclama el conocimiento conjunto de su ornamentación y estilo.
La primera aporta un interesante factor instructivo de cultura histórica, pide un análisis microscópico y una atenta observación del ejemplar. Contamos para ello con los trabajos generalistas de Semper, Bötticher, Jacobsthal, P.S. Meyer y en el terreno de la decoración exterior de los libros con lo escrito en el siglo XIX en España por el erudito vallisoletano Rico y Sinobas y con lo practicado en París y Barcelona y con lo escrito desde 1930 por el proyectista de encuadernaciones y profesor de composición decorativa Hermenegildo Alsina Munné en su addenda de 115 láminas al Manual de ornamentación de Meyer.  El estilo, el segundo elemento de esta descripción, resulta del conjunto de las peculiaridades que derivan de una relación recíproca que en el libro-objeto se da entre una materia, una finalidad y una forma de expresión estética. Sustenta, además, una perspectiva sintética más proclive a construir y desarrollar conceptos partiendo de la organización de los ornamentos en una composición (lo que los latinos llamaban compositio)que a descomponer, individualizar y a deducir conclusiones a partir de estos mismos ornamentos. Ornamento y estilo están relacionados: el análisis microscópico de los motivos que patrocina el primero conduce hacia esa comprensiva síntesis de referencias culturales interconectadas que implica la noción de estilo. Para llegar a su través a la noción de estética de la encuadernación habremos de servirnos de una metodología ecléctica, tal y como se propone el análisis  del gusto barroco en la encuadernación de arte del siglo XVII.La acepción vulgar de la palabra barroco la relaciona con un ornamento recargado, fantasioso e hiperbólicamente acentuado. Esta referencia, aplicada a la encuadernación, aun entrañando cierta verdad, no deja de ser una descripción impresionista. tópica. Las encuadernaciones sin ornar, por ejemplo, los ajados y abarquillados pergaminos de tantas vanitas, los escuetos encuadramientos “a la Duseuil” y las desnudas encuadernaciones jansenistas, no pueden ser excluidas del estilo.       


Una segunda matización alude a la pretensión del ornamento barroco de conseguir efectos de movimiento, profundidad, concavidad , convexidad y perspectiva aérea mediante ese ilusionismo óptico que ha dado en llamarse trompe l’oeil. No se trata aquí de la duplicación de una realidad preexistente, sino de algo más equívoco que la mímesis aristotélica, de algo que está más cerca de la duda cognitiva que Platón pone en boca del irónico Sócrates y Shakespeare en la de Hamlet que de las especulares imágenes desnudas que el agua del estanque devuelve a Narciso. Dado que el encuadernador no puede alcanzar la profundidad de volúmenes del arquitecto, trata de engañarnos creando falsas apariencias volumétricas: miremos las encuadernaciones cottage roof inglesas. No lo consiguen, pero a veces obtienen tenues y expresivos relieves aplicando orfebrerías o brocados cuyo hilo de oro o plata despunta con insinuante levedad sobre un tejido de seda del fondo. 



Una tercera matización nos lleva a resaltar, por encima de la intención ostentatoria del ornato barroco, su naturaleza dinámica: “La nueva sensibilidad –escribió Ortega- aspira a un arte y a una vida que contenga un maravilloso gesto de movimiento”. Además, su versatilidad, inestabilidad, veleidosa multiformidad e inconstancia. Las flores, punteados, rameados, encajes, abanicos pueden exhibirse jactanciosamente, sin embozo. Las figuras de Circe y el Pavo Real resumen, para Jean Rousset, los símbolos respectivos de las metamorfosis y ostentaciones de la edad barroca. Las transmutaciones de la maga y la visibilidad del ave están relacionadas con los rasgos de un ornato que cubre gran parte de las tapas en las encuadernaciones romanas pontificias de los Andreoli, las patrocinadas en Alemania por Jakob Krause, los tipos populares hispanos e invade los llamados dos à la grotesque, todos cuyos entrenervios (menos el segundo que se destina al título) están decorados con pequeños motivos dorados en forma de espirales al estilo Le Gascon. 


A esta diversidad y superabundancia corresponde una variedad de técnicas: planchas, pequeños hierros, ruedas (proliferantes pero menos que en el Renacimiento) y lo que los inventarios de libros llaman desde los Reyes Católicos guarnición, un nombre colectivo que describe las aplicaciones accesorias que se colocan en el exterior de las tapas de un libro observando un plan armónico de composición para embellecerlas o protegerlas de los roces. Eran piezas ejecutadas por orfebres especializados que podían traspasarse de un libro a otro: esmaltes, perlas, pedrerías, cantoneras para las esquinas, protecciones para el lomo, bollones, tachones, chapas, clavos, cerramientos confeccionados con cordoncillos, trenzas, cintas o correas, hebillas, eslabones, verdugos, sortijas, botones o agujetas, bisagras (“charnelas” en los inventarios), abrazaderas (“manos”, “manezuelas” en los inventarios)... La composición formal interna típica es el cuarto rasgo del adorno barroco. Se apoya en la línea curva o voluta inspirada en los arabescos o morescos tal y como aparecen en el Livre de Moresques,de Jean de Gourmot. Alois Riegl analizó en Stilfragen (Berlín, 1893) su composición como una estilización del ornamento vegetal, del pámpano ornamental de la antigüedad clásica: líneas sinuosas cuyo trazado de superficie evoluciona sin observar una dirección principal dominante, sino desarrollando una trama intrincadísima de direcciones que conforma una tupida red de compartimentos estancos regulares de variadas formas esferoidales. En el ritmo frenético del movimiento curvo de la voluta suelen interpolarse pequeños hierros conformadores de motivos diminutos que se presentan observando una ley de alternancia simétrica. Con arquillos, con pequeños hierros curvilíneos, alterando su concavidad y convexidad, el encuadernador barroco lograba sobre la piel variopintas combinaciones de huellas onduladas. Con arquillos también se cuajaban fondos delineando motivos en forma de S según una moda muy extendida en la encuadernación española desde el siglo XIV. La sucesión no interrumpida de eses conformaba líneas onduladas y, según la farragosa explicación de Rico y Sinobas, “muchas veces se combinaban no tanto para producir líneas continuas paralelas o tangenciales, sino como huellas en las cuales la extremidad de la segunda ese en su parte convexa se correspondía con algún punto de la parte cóncava de la primera y así sucesivamente hasta producir con los hierros de doble arquillo el efecto aparente de los ramales retorcidos de las cuerdas, cordones y los fustes de las columnas salomónicas”. 


Dentro de la curva, la forma oval se impuso al círculo de rotación de la cosmología galileana, cuya simetría absoluta era quebrada por la simetría dinámica de los óvalos incompletos, de los óvalos rotos, que en los grandes blasones con bordes salientes o cóncavos, llamados tarjas por la terminología heráldica, se suceden con tenues interrupciones creando gratos efectos de sorpresa. El óvalo, según el Borromini de San Carlino, como anamorfosis del círculo. Ha escrito Jean Rousset: “el Barroco estira el círculo, lo arranca de su centro y rompe la igualdad de los radios; en lugar del plano circular en el que la mirada, en un solo instante y en la inmovilidad, puede asegurar su soberanía sobre el espacio total, el Barroco inventa el óvalo, donde ya no hay un solo centro, sino varios y en el que el punto de vista se desplaza”.El oro es elemento consustancia a la estética ligatoria barroca. Buscando un efecto de presentación externa en la cubierta del libro, puede interpretarse tanto como símbolo de aspiración utópica a una vida mejor (Cervantes) como metáfora flameante de espiritualidad. Bernini lo había usado aparatosamente en el baldaquino de San Pedro y la iconografía escultórica áurea de santos contrarreformistas (Santa Teresa de Jesús, San Francisco Javier, San Luis Bertrán, Santa Rosa de Lima y San Juan de Dios) lo asimila con intensas experiencias devocionales. No sólo se propone entonces el halago de los sentidos (“goza, goza el color, la luz, el oro”, escribe Góngora), sino más aún comunicar conceptos espirituales militantes contrarrefomistas. El oro es también divisa de ascetismo -para San Carlos Borromeo emblema de purificación interior- y expresión de fuerzas integradoras de sociabilidad religiosa que niegan el individualismo intelectualista protestante, las opacas encuadernaciones cistercienses y los lugares sombríos de la contemplación franciscana. El dorado expresa, por otro lado, la milicia jesuita: “He venido a traer el fuego sobre la tierra. Id y prended fuego sobre el mundo”, escribe San Ignacio de Loyola en sus Ejercicios espirituales, donde recomienda su utilización en el ceremonial para suscitar la emoción religiosa. El emblema o el jeroglífico religioso dorado sobre la cubierta de los libros favorece la técnica ignaciana de la aplicación de los sentidos en la lectura de los libros litúrgicos para ayudar a la imaginación a “sentir y gustar las cosas internamente”. A su través, el lector, llegado el libro a sus manos, se representa los tormentos de la condenación, el horror del pecado, los espantos del alma o las delicias de la vida piadosa. Experiencia directa, suspensión de las facultades racionales y covencimiento logrado por la vía de lo emocional tal y como planeó San Carlos Borromeo en sus Instrucciones Fabricae et supellectis eclesiasticaeEn las cubiertas de libros de San Luis Gonzaga sobre martirilogios romanos salidos de la imprenta véneta de los Giunta, hay un centro irradiante dorado que es un monograma dorado de la Compañía de Jesús: el emblema se convierte aquí en arma de propaganda. Este enérgico foco de luz central, parecido a la “pincelada de mancha” de la pintura veneciana, irradia hacia los ángulos dejando a su paso una explosión de haces de luz. En algunos de los llamados tipos popularesel emblema o la empresa moral dorada da forma sensible a la experiencia sobrenatural para hacerla accesible: la silueta dorada de corazones atravesados por flechas, un emblema contrarreformista inspirado en imágenes de la Dolorosa, comunica a los iletrados de forma sencilla el dolor de la Madre de Dios. Es una comunicación emocional. Junto a estos significados espirituales el oro destila un proceso de determinación indirecta, encadenada y circular que vincula su simbología con la de un “tesoro” . Entre libro y tesoro se da una articulación recíproca de motivos procedentes de la cultura literaria y la tradición folklórica. Comparados con riquezas reales ocultas y por descubrir, los libros barrocos profusamente dorados son, según un difundido símil, un “tesoro oculto”, no sólo por estar decorados con oro, sino también por la riqueza de su contenido intelectual. Desde el marqués de Villena los poderes mágicos que se atribuyen a la palabra escrita están vinculados al poder taumatúrgico que los alquimistas confieren al oro. Buscar y poseer libros con encuadernaciones doradas entraña una dificultad parangonable a los esfuerzos de Sebastián de Covarrubias para “buscar tesoros encantados, el tesoro de la lengua castellana” . El oro refleja una simbiosis del contenido del libro y el metal con el que está decorado su encuadernación. El oro en la entrada al libro que es una encuadernación es también, aplicado al cuero, la materia que da mayor cantidad de fulgores y de deslumbramientos que no llevan forma alguna de cosa pero que implican un reflejo y este reflejo, por su propia naturaleza, delimita el contorno del objeto de todo aquello que le rodea al mismo tiempo que lo convierte en un espectro sin materia. Entonces el ornato dorado no tiene forma, no es forma de nada, tan solo tiene la facultad de insertar contornos de puro resplandor. Del mismo modo –escribe Ortega- “a la entrada del Paraíso se halla un ángel blandiendo una espada de fuego, es decir, con un reflejo en el puño”. Pero el empleo de oro en la encuadernación barroca es también crasa expresión de poderío económico. La doctrina del mercantilismo lo había convertido en ultima ratiode lo que en el siglo siguiente Adam Smith llamaría “la riqueza de las naciones” . El “libro de oro, esmaltado, embutido en ámbar con dieciséis rubíes y en medio dos óvalos de cristal” perteneciente a Antonio Robles, aposentador de la Casa y Corte de Su Majestad, descrito en el Protocolo 1463 del A. H. P. de Madrid es valorado en este documento en veinticuatro ducados. En los inventarios de encuadernaciones se describe con el calificativo de “ricos” a determinados libros decorados con oro por orfebres. Esto denota por un lado la valoración simbólica que dicho libro merece para la sociedad bibliófila y es, por otra parte, una referencia al precio elevado en el que el libro ha sido tasado.  El color es el segundo elemento consubstancial de la estética ligatoria barroca. Fue defendido, frente al disegno, por los tratadistas de arte venecianos Paolo Pino, Lodovico Dolce y Cristoforo Sorte (c.a. 1550-1600). En 1648, Carlo Ridolfi alabó el colorismo de la pintura veneciana y en 1668 Roger de Piles manifestó su admiración por los tintes de la paleta de Rubens, que se alimenta en estudios de la pintura de Tiziano, Veronés y Tintoretto. En España García Hidalgo (1693) alaba el color de los lienzos de Carreño Miranda, Claudio Coello y Francisco Rizzi. En 1724, Palomino ensalza las cualidades cromáticas de Velázquez. Los encuadernadores toman nota de esta reivindicación de lo cromático que hacen los críticos de arte y los pintores cuando en las encuadernaciones textiles, en las fanfarespolicromas y en los mosaicos de pieles de las cottage roofde Samuel Mearne sobre Books of Common Prayer(1662) juegan con los vistosos efectos de profundidad y relieve que producen los contrastes.  Frente a la consideración del color por parte de cierta poesía barroca –la de Enrique Gómez y Lope de Vega- como engaño y expresión de fealdad, el tratadista Bouhours (1628-1702) anticipa la gnoseología de la percepción sensible de Locke y Hume cuando lo tiene como forma y fuente de conocimiento. En la obra de arte –cree- el color ha de seducir a los sentidos para conmover el alma. Los emblemas de la Contrarreforma meridional, pero también los dorados celados en las contracubiertas de las jansenistas de Boyet, hablan este lenguaje. En el primer caso ampulosamente, en el segundo con contenido espiritualismo, el “ser de afuera” y el “ser latente” o “pulsación” de Kandinsky.  Los colores, según la crítica formalista, están relacionados con la forma de los ornatos: “El colorista apasionado inventa su forma a partir del color”, escribió Charles Blanc . Con la destrucción de la dicotomía colore/disegnocae también la oposición platónica entre la filosofía entendida como disciplina de la línea y la retórica cromática de los afeites, de los cosméticos y el maquillaje fraudulento que, antes de Baudelaire, ofendía la mente y ofuscaba los sentidos. Realzar los colores lleva al encuadernador a introducir lo accesorio, tal vez lo inútil, pero no lo inexpresivo. La encuadernación que cubre Fueros y actas de la Corte del Reino de Aragón hechos por Carlos II(Zaragoza, Pascual Bueno, 1678, BN R/8036) ostenta el color rojo del terciopelo que cubre el Escudo de Aragón, el oro plateado de los hilos, el amarillo del canutillo y los tonos rosas de las sedas. Las reacciones emotivas que produce el color admiten grados. Hay usos cromáticos ponderados y discretos (discretionde John Locke) en las cottage roofde Samuel Mearne, quien, entre 1663 y 1667, resucita los colores de las ceras y lacas de los mosaicos de piel italianos y franceses del Renacimiento. Hay usos destellantes de la policromía en las encuadernaciones bordadas ejecutadas para María en Médicis bajo el reinado de Luis XIII (1628), donde el estallido cromático de los tintes del Islam y los agudos contrastes del claroscuro remedan la paleta del pintor con el mosaico o el teñido de pieles mientras que, por encima del corte, flores pintadas y cinceladas culminan el efecto de caleidoscopio. Uso aún más punzante del color (en una función morfológica que anticipa la abstracción de Kandinsky), a menudo en paralelo a la pintura de cortes de libros, hacen los marmoleados de papeles de guarda, técnica documentada en el siglo por Francis Bacon (1627), Daniel Schwenter (1677) y Athanasius Kircher (1666) y que en la magnífica explicación de Johannes Zahn (1685) toma tintes de secreto alquímico. Parece que en España hay pocos usos coloristas del marmoleado en guardas antes de los Borbones, es decir, antes de los efectos de luz y sombra de la llamada onda ola españoladel siglo XVIII, pues dominan las guardas simples o volantes, hojas de papel o pergamino, con frecuencia de desecho, que se doblan en un cuadernillo situado al final del cuerpo del libro. En cambio, en la Francia del XVII, coincidiendo con una época de esplendor del oficio de marbreur, los vemos en encuadernaciones de Macé Ruette, Le Gascon, Antoine-Michel Padeloup, Nicolas Denis Derome y Le Breton. Fabricantes de papel turco hubo también en Holanda. Años después, en 1772, el encuadernador y tratadista René Martin Dudin distinguió estas modalidades: “papel mosca” de color azul y blanco tipo peine, “papel arena” (mezcla de azul, rojo y blanco), “marmoleado que debe permanecer” (mezcla de seis colores: negro, azul, dorado ennegrecido, rojo, verde y blanco), el “color luto” (mezcla de negro y blanco) y el “papel escama” de tonos mármol rojo y blanco. El encuadernador barroco borró las fronteras entre todos estos elementos icónico-visuales de las encuadernaciones que venimos glosando y la lecto-escritura. Nació una nueva encuadernación parlante de significado alegórico: “no es más/ que un espejo que traslada/ lo que es con lo que no es”, de modo que el que está mirando una (imagen) “piense que está viendo entrambas” (escribe Calderón). Es muy probable que el significado de hierros inspirados en jeroglíficos, emblemas, alegorías, empresas morales y políticas llegara con claridad al espectador. Es indudable que letrados e iletrados, eruditos teólogos y mercaderes sin formación, todos quienes veían el libro encuadernado, quedaron impresionados por su brillantez, color y fantasía y no es probable que cayeran en el anatema contra el bibliómano de La Bruyère, “un hombre que tiene libros solo por tenerlos, para alimentar su vista: su ciencia se limita a saber si son de la buena edición, si están bien encuadernados, que no desea ser iniciado en el misterio de lo que estos libros contienen”.                              

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