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Channel: José Luis Checa Cremades
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Coleccionistas de encuadernaciones

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El bibliófilo barcelonés  Ramón Miquel y Planas consideró el coleccionismo de encuadernaciones  “la suprema manifestación de amor al libro,  aquella en el que este amor llega a alcanzar los caracteres de un verdadero culto”. Es cierto, pero contemplando el libro  solo  como objeto bello y suntuario, el bibliófilo solo atento al aspecto exterior del libro puede acabar ignorando  su contenido literario. 

Ramón Miquel y Planas

Luciano de Samosata acertó en su diatriba contra los bibliófilos:  si alguien que no supiera tocar la flauta comprara la de  Timoteo o Ismeneo, ¿podría solo por  esa adquisición sacar notas musicales de ella con el  arte adecuado? ¿Podría alguien que no fuera Filotectes  tensar el arco de Heracles y hacer un disparo tan certero como él?    La valoración del continente por encima del contenido del libro puede desembocar en comportamientos aberrantes.  


El librero asesino


Manuel Rico y Sinobas





El caso  de  Manuel Rico y Sinobas (1819-1898), que algunos consideran prototipo  de discreto coleccionista de encuadernaciones, aporta un buen ejemplo de este coleccionismo bibliopégico escasamente ilustrado  En pleno siglo XIX, este   científico  vallisoletano  inició, junto a otras muchas, una colección  curiosa y singular: tapas de libros sueltas en vez de encuadernaciones  completas, restos de encuadernaciones... ¿De dónde las sacaría? Si Rico no fue capaz de  reparar en  que  una  encuadernación  deja de serlo cuando  ha sido  separada  del cuerpo del libro del que formaba parte desde su nacimiento, no cabe duda de que no tenía muy claro qué era realmente el artefacto que, como si tal cosa, atesoraba tan  despreocupadamente. El Conde las Navas, Vicente Castañeda, más recientemente Elisa Ruiz, se han aprestado a señalar  lo  aberrante de  la  práctica.   Lo que Rico   reunía y exponía como si fueran mariposas  disecadas no eran  seguramente restos de  libros desechados por inútiles. Eran tapas   bellamente decoradas que habían sido desprendidas  del cuerpo del libro por este entomólogo y taxidermista del libro del con avieso cuidado.   Es algo que puede constatarse fácilmente viendo los magníficos dibujos ejecutados probablemente por el propio Rico y reunidos en un  Álbum de encuadernaciones españolas que puede consultarse  en la biblioteca  de la Real Academia de la Lengua de Madrid. En la   de abajo vemos una encuadernación de medalla típica del renacimiento según un diseño de gusto anticuario muy difundido gracias a   bibliófilos humanistas   tales como como Diego Hurtado de Mendoza y  Jean Grolier.
Uno de los diseños de Manuel Rico y Sinobas del Álbum de encuadernaciones españolas. Madrid, Biblioteca de la Real Academia de la Lengua. 

Rico, apasionado bibliófilo equivocado, deseaba para su colección, costase lo que costase, a cualquier precio, el ejemplar bello, el diseño elaborado y  bien conservado. Resulta incongruente y un despropósito por ello atribuirle  el papel de salvador de los ejemplares perdidos de entre una masa damnata de encuadernaciones que hipotéticamente pudieron quedar desvencijadas tras ser arrojadas por la ventana para ser salvados durante   el terrible incendio que asoló a  la Biblioteca del Monasterio de El Escorial en el año  1771.No hubo en este caso una intención recuperadora (como, por ejemplo, la  política restauradora de libros impulsada por el Ministerio de Cultura italiano tras las terribles inundaciones de Florencia del año 1966), sino una mera  glotonería y extravagancia bibliófila que  aprovechó descuidos e incurias bibliotecarias para hacerse con tapas de libros que ya habían dejado de ser encuadernaciones. Una  encuadernadora tan poco sospechosa de esteticismo como la belga Micheline de Bellefroid (1927-2008), cuya muerte  ha dejado huérfana a una ligatoria europea absolutamente  atenta a la técnica y a la calidad de la factura del cuerpo de obra,  no se equivocó cuando en una célebre entrevista negaba la  condición  de bibliófilos  a quienes  consideraban la encuadernación  de un libro como simple   artefacto que pudiera tener cualquier significación   desprendida   del libro  al que   acompaña.

Micheline de Bellefroid



José Lázaro Galdiano
Pero aquí no todo han sido dislates. Conocemo a otros muchos coleccionistas de encuadernaciones algo más respetuosos para con el libro  considerado   como indisoluble unidad volumétrica susceptible  de transmitir mensajes intelectuales. El bibliófilo vasco Francisco Zabálburu (1826-1897), cuya biblioteca está en Madrid,  reunió, por ejemplo, las encuadernaciones personales del Marqués de Moya y las del Duque de Medina Torres procedentes de la biblioteca del Conde-Duque de Olivares.   José Lázaro Galdiano (arriba) reunió libros con encuadernaciones mudéjares, pero  no siempre supo distinguirlas de  reproducciones de finales del siglo XIX.   José Lameyer y  Francisco Javier Cortezo también reunieron   encuadernaciones hispanoárabes (¿del siglo XV o de Hermenegildo Miralles, Mario Monje o  Saturnino Martín?). Joaquín Muntaner, las mejores encuadernaciones retrospectivas del XIX. Más recientemente, los Condes de Orgaz,  Guillermo Barandiarán,  Bartolomé March, Luis Bardón e   Isabel García de la Rasilla, entre otros, encuadernaciones textiles.  También es de notar la colección de brugallas juntada por Ricard Viñas (1892-1982) en Barcelona y vendida al Ayuntamiento de Madrid: nos sirve para percatarnos del ecléctico academicismo, corrección formal y escasa originalidad del encuadernador catalán.      

Encuadernación de Emilio Brugalla. Foto de la exposición Lope de Vega en la piel de Brugalla. Madrid, Biblioteca Histórica Municipal. 

El coleccionismo  ligatorio  de estilos o de especialidades artísticas  convive en algunos de estos casos  con un  coleccionismo bibliopégico  más atento al origen  del libro explicitado sobre las cubiertas mediante  una repetitiva parafernalia heráldica que ha pesado como una losa sobre la ligataria (y los estudios ligatorios) europeos desde su nacimiento. Atento o no al contenido del libro, nuestras reservas para este tipo de coleccionismo que tantos entusiasmos concita:  se marca como meta  ensalzar la cualidad de los  objetos ligatorios en tanto que  símbolos de un protocolo identificativo de sus  propietarios,   los clasifica  por sus  procedencias y  funciones e  indaga acerca de la  existencia de un  lenguaje bibliopégico  específicamente real o  áulico, es decir, está solo  atento (demasiado atento) a las  encuadernaciones de arte que están relacionadas con un patrocinio real para tratar  de definir una cultura ligatoria de corte. Un ejemplo acabado de este  enfoque exclusivista nos lo dio la exposición Grandes encuadernaciones en las Bibliotecas Reales, celebrada en 2012 en el Palacio Real de Madrid, donde se pudo admirar  457 libros bellamente encuadernados pertenecientes a bibliotecas del Patrimonio Nacional de España. 




En este caso se extendió elusivamente  la encuadernación de arte  como  mecenazgo real o nobiliario, se la valoró por sus significados simbólico-institucionales y se asignó  a los  aspectos técnicos del oficio un papel mas bien secundario sin tener en cuenta  que  la encuadernación,  prima facie un artesanía, una realidad material, merece un acercamiento más acorde a su conformación física y confección en el taller.  Cuando no se  tiene en cuenta el   "edificio”, cuando no se valora su   buena o mala estructura, la calidad   de su “hormigón”, la resistencia y el buen ensamblaje de sus materiales, estamos olvidando   los  factores que marcan las pautas  de la  funcionalidad que toda  encuadernación se supone debe aportar al libro, la misma que Ludwig Wittgenstein encomió para la arquitectura en la Viena  de los años 1930 a la vista de  una  casa de la Kundmanngasse.  A estos  acercamientos centrados  en la   vinculación de una  encuadernación con el mecenazgo de  un monarca, de un noble,  opondremos aquellos otros atentos a la crasa materialidad del libro encuadernado, por ejemplo, los escritos de Nicholas Pickwoad antes que él los de los encuadernadores-historiadores (no existen en España y así nos va) Berthe Van Regemorter, Janos Szirmay, Bernad C. Middleton  y por delante suyo aún los del gran  Ferdinad Geldner (1902-1989), quien, por solo dar un ejemplo, fue capaz de calificar a una encuadernación de cuero cincelado terminada en Bamberg o Nuremberg  como Lederschnitto Lederzeichnung atendiendo tan solo, tras un minucioso análisis visual de su materialidad,  a  los  modos de cortar, grabar o rayar un dibujo sobre la piel teniendo presente el tipo de herramienta utilizada.





Bernard C. Midletton
¿Qué podemos aconsejar a quienes emprenden  una colección de encuadernaciones? Lo primero, para evitar lo anterior, que valoren la calidad del cuerpo del libro, que estén atentos al acabado y a la construcción del objeto. Lo segundo: que elaboren su propio  criterio  estético  si lo que desean  es reunir  verdaderas encuadernaciones de arte. Aconsejable parece por ello  conocer bien y saber distinguir los diferentes estilos que, procedentes de la arquitectura, pintura o escultura, quizá sobre todo de las artes decorativas, llegan a la  encuadernación desde mucho antes de la Edad Media.   Tampoco están de  más unas cuantas  nociones básicas sobre historia del ornamento  e historia del diseño gráfico.
    En la España contemporánea, si exceptuamos el caso de Bartolomé March Servera, quien recabó los consejos del encuadernador Antolín Palomino, son muy pocos los coleccionista privados que han alcanzado el eminente grado de competencia  y discernimiento exclusivamente estético que en estos campos observamos en  Major Abbey, G.D. Hobson, A.R.A. Hobson y  E. P. Goldsmichdt  en el Reino Unido,  Papantonio o Paul Guetty  en Estados Unidos  o Michel Wittock en Bruselas.  



Michel Wittock en su biblioteca de Bruselas

Sí que hay,  en cambio,  un grupo de  bibliófilos  que han reunido  colecciones medianamente interesantes cuyo catálogo aún esta por hacer.  Daremos algunos nombres.  La Fundación Casa de  Alba, tras la compra de la biblioteca de Vicente Castañeda, se hizo  con  bellísimas  encuadernaciones del siglo XVIII y XIX, entre ellas cortinas y Guías de Forasteros.  (Biblioteca del Palacio de Liria, Madrid). 
Encuadernación  para Guía de Forasteros de la colección de los Duques de Alba (Palacio de Liria, Madrid) 

Carlos Romeo de Lecea (1910-1999) - editor de la colección Joyas Bibliográficas yescritor sobre temas de imprenta y Beatos  que firmaba sus trabajos como el  “aprendiz de bibliófilo”-  reunió encuadernaciones mudéjares  españolas (hoy en la Fundación Lázaro Galdiano). A decir verdad, aquí era poco original, pues no hizo  sino glosar lo que coleccionaron y escribieron antes que él  Miquel y Planas, Henry Tomas, Hueso Rolland y  Rico y Sinobas, texto  sobre texto, colección sobre colección comentario sobre comentario que nos hace preguntarnos  si, a semejanza del “análisis interminable” freudiano,  la fabricación de libros y coleccionismo innecesarios innecesarios  tocará algún día a su  fin. Su legado, hoy en la Fundación Lázaro Galdiano, nos hace ver, sin embargo, que también estuvo atento a la ligataria del siglo XX: Giulio Gianini, Georges Cretté, Jacques-Antoine Legrain, Henri Mercher, Robert Bonfils...


Romeo de Lecea, Madrid, Biblioteca Nacional, 1983


El editor  Santiago Saavedra Ligne ha reunido muy escogidas encuadernaciones para Guías de Forasteros amén de muchas  encuadernaciones históricas (existe un catálogo privado de esta colección). La madrileña librería  Bardón, Guías de Forasteros, encuadernaciones españolas del siglo XX,  palominos, galvanes, panaderos etc. 



Librería Bardón de Madrid
José Luis Cotoner es especialista  en  Guías de Forasteros
La encuadernadora Isabel García de la Rasilla (del grupo Cinco + de Madrid salido de la escuela de Ana Ruiz Larrea) posee  encuadernaciones gótico-mudéjares españolas, abanicos, textiles y ejemplares Art Nouveau  además de una  buena colección de encuadernaciones contemporáneas europeas. José Albulquerque Dueñas ha vestido su colección de albertis y de otros del 27 con encuadernaciones de Ángel Camacho, Ramón Gómez, Galván y Luis Mínguez. Al cabo, resulta  una deseable  sintonía del continente con el contenido, otro dato a tener en cuenta.







El bibliófilo madrileño José Albulquerque Dueñas delante de su biblioteca. Arriba con el encuadernador Ángel Camacho

El bibliófilo gaditano  Diego Martínez Casado, tras más de veinte años de   viajes y apasionada bibliofilia, ha juntado a su escogida colección de  encuadernaciones (en la que destacan las curvilíneas concéntricas de Galván-Moncey  y las dinámicas tipografías expresionistas de Juan Antonio Fernández Argenta) una   selecta  biblioteca  de   referencia que las explica en su contexto  bibliofílico. La documentación conforma aquí el buen criterio.

 Diego Martínez Casado sostiene una encuadernación de Juan Antonio Fernández Argenta

Juan Carlos Solís ha iniciado una selecta  colección  con los más granado de la encuadernación española de hoy: Pérez Sierra, Fernández Argenta, Giménez Burgos, Dolores Baldó…La bibliofilia de hoy en este caso como factor de conocimiento.  Blanca Jacob-Ernst Escario/Claudio de Ramón poseen  una colección  conformada con criterio y buen gusto  en la que hallamos  fanfares, encuadernaciones francesas para almanaques y  ejemplares  del taller de Gabriel de Sancha. Solo una  encuadernadora es capaz de desarrollar una sensibilidad tan atenta al cuerpo del libro. El librero anticuario José Luis Sánchez de Vivar, experto en ex libris y en  libros firmados, ha orientado sus pesquisas hacia encuadernaciones europeas, sobre todo españolas, de los siglos XVIII y XIX. José Mañas, hacia las encuadernaciones de bibliófilo. En Valencia Luis Caruana ha reunido encuadernaciones francesas del siglo XVIII. El librero madrileño Guillermo Blázquez, encuadernador en su juventud,  posee una  escogida colección de encuadernaciones industriales de plancha del XIX además de  encuadernaciones españolas del siglo XX, entre ellas  de Antolín Palomino y de Vicente Cogollor. 


Dos vistas de la librería anticuaria de Guillermo Blázquez, Madrid.



El modelo de la primera  especialidad está en el  librero  parisino Jean-Étienne Huret y en elCentre de documentation de livres à plat historié.  El librero-bibliófilo  Rafael Berrocal, encuadernaciones históricas  amén de    ejemplares de la saga Galván y  de Luis Mínguez. La  Condesa de Orgaz y   Luis Crespi de Valldaura, encuadernaciones históricas. En Asturias, Ignacio Pando García-Pumarino ha juntado una colección  formada por  encajes, diseños a “ la  Duseuil” y devocionarios de plata y marfil. El editor Julio Ollero -en su haber el mejor    catálogo hispano  de libros sobre encuadernación- también valora la encuadernación de sus “Libros     de  Arte”. 

    
Libros de Arte puestos a la venta porJulio Ollero (arriba el editor en el Salón del Libro antiguo de Madrid)



     ¿Que puede coleccionarse? Siguiendo los criterios expuestos,  prácticamente de todoLas encuadernaciones  de orfebrería  constituyen una categoría selecta, entran en la categoría de tesoros y son con frecuencia propiedad de la iglesia.    Las telas ricas tienen muchos coleccionistas y han merecido exposiciones monográficas.  Dentro de los estilos  renacentistas, una encuadernación patrocinada por  Grolier, Maioli o Canevari  es uno de los  tesoros  más preciados que un coleccionista puede aspirar a poseer. También las encuadernaciones relacionadas con la imprenta veneciana de Aldo Manuzio o con  la antuerpiense de  Cristóbal Plantino (algunas de ellas identificadas en La Laurentina hace poco  por la bibliotecaria mazarina Isabelle de Conihout y el librero parisino Pascal Ract-Madoux). La fanfares (siglos XVI-XVII) aportan un ejemplo de diseño refinado que combina la simetría del arte del renacimiento con la sofisticación  del manierismo.

Encuadernación á la fanfare



¿Qué decir de las llamadas encuadernaciones de Apolo y Pegaso perseguidas  por libreros y  bibliófilos desde 1850 hasta nuestros días? También son muy apreciadas las que están marcadas con monogramas que cubren incunables o las firmadas por sus autores con el nombre estampado en seco o dorado.


Encuadernación renacentista con el medallón de Apolo y Pegaso



En la España de hoy hay hechos  objetivos que dificultan el coleccionismo de encuadernaciones. Libreros, bibliófilos  y bibliotecarios, como  propietarios o gestores  exclusivos de un objeto precioso y no fungible,   a menudo lo acaparan, monopolio sobre el objeto apenas  paliado por escasas exposiciones,  monopolio que  lleva a menudo aparejado   para los investigadores la imposibilidad de acceder  a él.  En contra de la socialización cultural del libro bellamente encuadernado  milita también  la actitud de   quienes lo  entienden  exclusivamente  como marca de distinción social, pues  poseer libros bellamente encuadernados se ha convertido  para  un  grupo   que disfruta de una desahogada posición económica en  una    “profesión” artístico-literaria, un pasatiempo  con el que  embellecer la  biblioteca familiar.

El libro encuadernado en armónica consonancia con otros  objetos de arte

El libro- bibelot, ornato superfluo   de  la  bibeloteca burguesa o aristocrática,  compite  con otros  bellos objetos   de las artes decorativas.  “Hay quien adorna sus habitaciones con   libros -escribió Petrarca- que fueron inventados para ornar el espíritu y que se sirven de ellos como si fueran vasos de Corintio, cuadros o estatuas”.  En ese caso, como escribió Chesterton, “la superstición  empieza cuando   el cofre, que  encierra las joyas más valiosas en los  receptáculos  más pequeños, empieza a ser más valorado que la joya”.





L´Éphémere de París

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¿Qué es  l´Éphémère ? Un acontecimiento capital para el libro de arte europeo contemporáneo. Se llama así porque  solo dura unas  horas, una reunión breve pero intensa.   Lo organiza  la Association des  Amis de la Reliure Originale (ARO), una entidad fundada en 1945  que desde ese año   promociona  la encuadernación de arte original fomentando los encuentros entre bibliófilos y encuadernadores.  Durante muchos años se celebró en la Biblioteca Histórica de la Ciudad de París bajo la éjida de su conservador, Jean Dérens, pero hoy abre sus puertas  en la alcadía del distrito VI de París. 

En l'Éphémere los bibliófilos  dialogan y cambian impresiones con  veinticuatro encuadernadores de estética contemporánea, quienes  presentan al público  sus últimas creaciones  y las comentan a quienes se lo piden. El encuadernador sale de su taller, socializa su trabajo. El bibliófilo alimenta y dialoga con él su pasión por los libros bellos. Cada encuadernador  acude a esta cita  con cinco o seis de sus últimas creaciones (porque sin originales), ls presenta encima de una mesa y explica sus características. La   encuadernación no solo se hace visible, sino sobre todo accesible como tangibilidad material. Son muchos quienes ya están cansados de solo contemplarla tras una vitrina, en la foto de un catálogo o en la pantalla de su ordenador.

¿Quienes participan en el evento? ¿Quién decide qué encuadernadores pueden concurrir?  Parece determinante, dentro del ARO,   la opinión de   Claude Blaizot, prestigioso heredero de una dinastía de libreros parisinos especializados desde hace tres  generaciones en la encuadernación  de arte.  Leamos la lista de  los expositores.  Predominan   los  encuadernadores francófonos (franceses, belgas y suizos):  Annie Boige, Brigitte Benoist, Hélène Segal, Daniel Knoderer, Florent Rousseau, Claude Debras, François Brindeau, Jean Luc Honegger, Philipe Fié, Louise Bescond...  Entre los extranjeros solo tienen o han tenido cabida los relacionados con el medio bibliófilo parisino.  Como en tiempos de Beraldi, la ciudad del Sena hoy es todavía  la capital mundial de la encuadernación.  El  español   Carlos Sánchez Álamo  y la japonesa Nobuko Kiyomiya, cuyas encuadernaciones  hemos visto en las tres últimas sesiones,  se han formado en París (École Etienne, Vesinet). La española Ana Ruiz-Larrea, asidua a la reunión, formada en Bruselas con Micheline de Bellefroid, ha afianzado en los últimos años sus lazos con la   bibliofilia francesa. Pero en l'Éphémere  (donde casi todo es bueno) echamos  en falta al algún encuadernador de calidad residente en Francia  (como la húngara Sün Evrard),  a los encuadernadores canadienses de Quebec (bajo el magisterio de Odette Drapeau), a los italianos (bajo la sombra del libro futurista) y a los alemanes (Otto Dorfner y la sobriedad Bauhaus nunca han gustado en Francia). Una excepción: Mechthil Lobisch, artista conceptual del libro alemana,  que ha vivido algunos años en París y estudiado en Bruselas con Micheline de Bellefroid, tiene, sin embargo, reservada una mesa en este encuentro (ver figura). Tampoco están representados los Designer Bookbinders,  quizá porque la  deliberada aparatosidad artística de algunos encuadernadores británicos  (Philip Smith a la cabeza) siempre ha chocado con el formalismo, esprit de finesse y   formas depuradas y contenidas preconizadas desde antes de mediados del siglo XX por Paul Bonet y sus acólitos  de la Société de la Reliure Originale. El buen gusto francés funciona en este caso como contención expresiva, índice de calidad e imposibilidad de traspasar unos moldes preestablecidos.

     La encuadernación española autóctona también brilla por su ausencia. En Francia es una gran desconocida (pero también lo es para la mayoría de los bibliófilos españoles).  ¿Escasa promoción  institucional? ¿Inoperancia asociacionista? ¿Gustos anacrónicos de  buena parte de la bibliofilia española de hoy?  Sin  embargo, algunos de nuestros encuadernadores  han terminado en los últimos años trabajos  que pueden saltar con creces el listón de lo que en París se ha llamado reliure original, es decir, una  encuadernación   que renueva  el  concepto tradicional del oficio, los métodos habituales de construcción del libro y  aboga por unos diseños de decoración que integran los motivos tradicionales  con los  de la vanguardia del arte gráfico. Aquí es obligado recordar, por su creatividad y buen gusto, las encuadernaciones de Juan Antonio Fernández Argenta: el IV Congreso Nacional sobre bibliofilia y  encuadernación artística, que ha de celebrarse en Cádiz esperamos que pronto,  nos permitirá hacernos una idea cabal de las  aportaciones de este encuadernador y dorador cuyos expresivos  diseños tipográficos convierten a la cubierta del libro en el  escenario privilegiado donde, en la estela de Monique Mathieu,  se desarrolla un diálogo fructífero entre la materia bruta y sus accidentes deliberados. Tampoco debemos olvidar las  encuadernaciones de Guadalupe Roldán -decorados esenciales, despojados de  elegante bicromía con ecos de Saura, Chillida y Oteiza-,  Eduardo Giménez Burgos, Obradoirio Prenumbra, Andrés Pérez Sierra, Dolores Baldó, por solo citar los creadores españoles más destacados en el día de hoy. Las innovaciones en la construcción espacial del  decorado del libro que han llevado a término estos artistas españoles del libro, evidentes y valiosas, no han venido, sin embargo,  acompañadas de   experimentaciones con la estructura  del paralelepípedo  o de la invención pura de estructuras ligatorias  innovadoras ni  de un  tratamiento especial de los materiales  en función del decorado. Estas vía de desarrollo no nos parecen con todo  absolutamente  imprescindibles  para  concurrir y ser recibido en los foros internacionales.

L´Éphémere es una  expresión acabada  de  lo que podemos llamar sociabilidad bibliófila (¿un invento francés?), algo que los españoles ignoramos hoy por completo, y sin embargo desde el  Renacimiento  las encuadernaciones materiales han sido posibles  gracias a la intervención coordinada  y mancomunada de una pluralidad  de actores: diseñadores,  faconniers, decoradores, doradores, cosedores, mamoreadores, encuadernadores propiamente dichos, además, por supuesto, de los mecenas que animan todos estos trabajos con su dinero, gusto  y  solicitaciones.  La encuadernación, que es resultado,  como una catedral gótica  en miniatura,  de este encuentro de voluntades, necesita de reuniones como l´Éphémère. De  ellas depende  la subsistencia de un oficio que hoy sobrevive cada vez con mayores dificultades.

Monique Mathieu (a la derecha) ha traducido a decorado la mejor poesía francesa del siglo XX. En esta foto aparece con  el bibliófilo gaditano Diego Martínez Casado en l´Éphémère del año  2013

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Las encuadernaciones de Louise Bescond que pudieron verse en la l´Éphémere de  2013 evocan  las esculturas de Richard Serra y la rugosidad  de los lienzos de Dubuffet y Antoni  Tapies.

  Mechthil Lobisch con  sus encuadernaciones conceptuales, esenciales, minimalistas ... 

Sociabilidad bibliófila: el decorador francés François Brindeau con el encuadernador español Juan Antonio Fernández Argenta (Efímera de 2012). Un encuentro lógico  entre la depurada abstracción  y la genial experimentación con el signo gráfico. 



Encuentro visual con el libro encuadernado
Diálogos entre bibliófilos y encuadernadores
Mesa de Nabuyo Kiyomiya.   Las de esta japonesa afincada en París son encuadernaciones técnicamente clásicas con base de cartón recubierto con   box pintado. Buscan el efecto de sorpresa  con   fuertes contrastes cromáticos creados  con trozos de piel coloreada que  exceden  la dimensión de las tapas creando relieves acusados.   

El editor Juan Carlos Solís observa una de las encuadernaciones presentadas por el decorador  francés François Brindeau. Una visión en directo de las creaciones del antiguo  façonnier de Georges Leroux permite comprobar que,  en su caso, la expresión abstracta de un contenido semántico ha sido posible gracias a una depurada investigación gráfica y  a una técnica virtuosa.

   
Una de las encuadernaciones presentadas por  Ana Ruiz-Larrea en la Efímera de  2012. Aúna eclecticismo, equilibrio formal y elegancia cromática con un sensible tratamiento de las pieles 
Daniel Knoderer, l´enfant terrible de la encuadernación francesa de los  años ochenta, ha logrado integrar en sus trabajos la forma heterodoxa con el rigor en la construcción del libro. Aquí le vemos en la Efímera del año 2012 con una sus creaciones. 

Manuel Aguilar: un proyecto editorial

UNIKA BOOKS: imágenes de encuadernaciones de arte

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Encuadernación de Juan Antonio Fernández Argenta


De una atenta lectura de algunos de los manuales de encuadernación escritos por los artesanos ligatores (entre ellos se cuentan los de Mario Monje, Sabrel, Emilio Brugalla, José Cambras Riu, pronto quizá el de Carlos Vera Carrasco, que editará Julio Ollero) podemos deducir una imagen absolutamente veraz de la realidad de lo que llamamos encuadernación. Nos dan, seguramente, una imagen mucho más fiable desde el punto de vista material que la iconografía meramente representativa que emerge para nosotros de la lectura de la historiografía ligatoria al uso, la que ha salido de la pluma de algunos importantes bibliófilos (como Miquel y Planas en la primera mitad del siglo XX) o de eruditos bibliotecarios (como Matilde López Serrano en la segunda mitad del siglo XX) . Más exacta también que la iconografía ligatoria que en el día de hoy nos trasmiten ciertas bases de datos de encuadernaciones, que han nacido en los últimos años con la ambiciosa pretensión de abarcar en tiempo real la totalidad y que llegan, a través de la navegación internáutica, a nuestras pantallas globales informadas por la opresiva ideología del inventario. 

Ante esta realidad, cabe preguntarse por qué hemos de preferir al palpable objeto real de la artesanía, a su contemplación aurática, una biblioteca de fantasmas virtuales fotográficos que amplifican el libro hasta el infinito pero que desvirtúan su contemplación individual. ¿Hemos de anteponer el museo fotográfico y democrático de la picture gallery de la British Library Database of Bookbindings a la contemplación de la interesante cualidad icónica tridimensional, a la volumetría del paralelepípedo encuadernado? La polémica no tiene nada que ver –en uno de sus extremos- con el fetichismo del objeto (sambenito que pesa sobre los bibliófilos ) o con lo que algunos llaman despectivamente efectos pintorescos de la antigualla sobre una bibliofilia tildada a menudo de anacrónica. Este asunto más bien ha de relacionarse con una adecuada y necesaria puesta en valor del artefacto ligatorio dentro del mundo del arte. Daremos un ejemplo. 
Los coleccionistas de 1910-1920 admiraron en las célebres encuadernaciones Peacock o "pavo real" de la casa londinense Sangorsky & Suttclife la deslumbrante construcción de un trabajo minuciosísimo ejecutado sobre y con la materia. 


Vieron en ellas las relumbrantes mil piedras preciosas montadas en oro sobre el Rsyiyyàt, de Omar Khayyàm, sus incrustaciones de plata, perlas, ébano, marfil, amatistas, rubíes, olivinas, granates, turquesas, topacios y una esmeralda. Pudieron apreciar en este tesoro, hundido para siempre en 1912 con el Titanic en las aguas del Atlántico, una especie de caparazón cubierto con incrustaciones diamantinas que, a semejanza de la tortuga de De Esseintes, que, a su paso, hacía revivir a los ojos del protagonista de A rebours los colores de una alfombra persa; percatarse también de que tenían ante sí un ensamblaje de maravillas que eran enemigas mortales y rivales entre sí porque no estaban emparentadas por ninguna correspondencia, un ecléctico harén de sultán otomano que seguramente Paul Valéry habría considerado poco agraciado a causa de su propio exceso y por su obsesión por “cosquillear la sensualidad de nuestras pupilas”, como diría Carlo Carrá. 

Pues bien, estos y otros juicios estéticos sobre los libros bellamente encuadernados no habrían podido aquilatarse con tanto fundamento y tino si solo hubiéramos contemplado estas pedrerías del “Gran Omár” en la pantalla de nuestro ordenador. La imagen realmente fiable y sugestiva de una encuadernación no tiene por qué depender del número de píxeles de una fotografía. Nuestro juicio sobre la belleza de un libro encuadernado ha de ser la consecuencia de la observación directa del objeto, pues solo ella permite dilucidar con toda seguridad si éste reúne o no los factores múltiples que conforman lo que podemos llamar estética de la técnica ligatoria. No es fácil agotar la enumeración de estos factores: las correspondencias de proporcionalidad entre una cabezada y un lomo, la relación entre una apertura fácil, la flexibilidad de un lomo y la adopción de una u otra tipología de costura, la reacción de un producto químico a la textura de un soporte, en el caso de pintar o teñir la piel para obtener veladuras, 
la aceptación y la conciencia de las diferencias entre los efectos de una sola pintura o teñido cubriente y varias capas de pintura translúcida.

Con todo, dado que el libro bellamente encuadernado es a menudo un artefacto exclusivo y de complicado acceso, patrimonio de unos pocos y a menudo adinerados mecenas, las bases de datos y sitios web que divulgan su imagen nos sirven sin duda como guía (quizá como consuelo) para saber de la existencia de un objeto escasamente y mal conocido.

En España los esfuerzos más logrados por hacer accesibles (siempre con estas limitaciones) las encuadernaciones antiguas al gran público es el "Catálogo en línea de las encuadernaciones de la Real Biblioteca de Madrid" (BDRB), un sitio web con datos identificativos del ejemplar y específicos de cada encuadernación (también de sus hierros) , donde se identifican bellas encuadernaciones patrimoniales de los siglos XVI-XIX: no se pierdan, entre otras muchas, las reproducciones convencionales de las cubiertas de las encuadernaciones terminadas por Antonio Suárez Jiménez, taller de los Ginesta o Pedro Pastor. Hay que lamentar, sin embargo, que en este caso, como en el de la British Library, la presentación fotográfica de las encuadernaciones quede circunscrita a la visión del plano delantero de cada libro: esto priva al internauta de la posibilidad de poder imaginar la interesante cualidad volumétrica connatural al paralelepípedo que es todo libro encuadernado, lo que no sucede en otros sitios web dedicados a la encuadernación.

Así, hace muy poco UNIKA BOOKS, una galería de arte  creada por el editor Juan Carlos Solís orientada exclusivamente a libros con encuadernaciones de arte de los siglo XX y XXI, ha abierto un sitio web que solo podemos calificar de excepcional (unikabooks.com). Por primera vez en España es posible ver on line en fotos de alta resolución una selección de lo más granado y creativo de las encuadernaciones españolas y latinoamericanas de hoy. La calidad y variedad de las imágenes de esta página nos deja deducir no solo las cualidades volumétricas de cada ejemplar, sino también los aspectos técnicos que han presidido su construcción.

Una descripción impecable en tres idiomas de los ejemplares, una acertada selección de los artistas del libro, el buen hacer de la fotógrafa Paz Guillén, actúan de consuno para mostrarnos con eficacia indudable cómo es la realidad del libro abierto, su apariencia cerrada, cómo sus lomos y cortes han sido decorados, intuir también sus costuras, ver las escartivanas (figura abajo), apreciar con bastante claridad los alto y bajorrelieves gracias a audaces fotos transversales… 



Estas fotos también nos dejan especular sobre el asunto (fundacional en todo diseño de encuadernación, que por ello deja de ser una actividad inocua realizada por un menestral solo contratado por su habilidad) de las relaciones que los decorados de las encuadernaciones fotografiadas mantienen con las ilustraciones del libro, pues éstas también han sido reproducidas: 

En la imagen de abajo, las “palabras en libertad” de Juan Antonio Fernández Argenta, entre los encabalgamientos tipográficos de Raoul Haussmann y el cuidadoso caos de Robert Rauschenberg, dialogan con los poemas en prosa de Baudelaire: letras para ser vistas y para ser leídas al servicio de una estética cubista de lo discontinuo que rompen con el sistema morisoniano de la geometría axial.

En la siguiente ilustración, los negros litográficos de Antonio Saura improntan los elegantes decorados de la encuadernadora Guadalupe Roldán. Esencialismo despojado con recuerdos de Palazuelo y de la escultura vasca de hierro del siglo XX, en especial de Eduardo Chillida

El refinamiento oriental recreado por Eduardo Giménez Burgos a base de maderas exóticas dan una réplica oportuna a un Quijote Samurái. El japonismo siempre ha estado presente en la decoración de las encuadernaciones desde el Art Nouveau.

Veremos también en la página de Unika Books los libros encuadernados por Andrés Pérez-Sierra. En ellos el análisis de los materiales, el cálculo de sus resistencias y la física del libro, con la referencia del diseño industrial, dan como resultado un artefacto constructivo perfectamente ensamblado.

Podremos disfrutar también en este sitio de las  encuadernaciones de Dolores Baldó y Eduardo Tarrico. Pronto quizá de las de Zigor Anguiano (guiños a los libros de artista) , de los delicados diseños de Sol Rébora y las armonías cromáticas de la etapa parisina de Ana Ruiz-Larrea a cuyo través es posible que entren también en esta excepcional galería de imágenes los refinamientos formales de la ligatoria francesa de hoy: François Brindeau, Philippe Fié, Florent Rousseau, Sandra Aftalion, Louise Bescond, Anne Leméteil… Habrá que esperar. 
El proyecto de UNIKA BOOKS, primera galería de arte dedicada exclusivamente a las artes del libro del siglo XX, es un empeño pionero en España que sin duda contribuirá a conformar entre los bibliófilos españoles un gusto fundamentado sobre qué es o ha de ser un libro bellamente encuadernado


La Mano de Hefestos

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La mano de Hefestos es un ensayo sobre encuadernación, bibliofilia y artes del libro. La toma en consideración de las condiciones generales que intervienen en la producción del libro como objeto de artesanía dependiente de la destreza de la mano de un hombre es en estas páginas el hilo conductor de un análisis acerca de su materialidad y del espacio social que ocupa en el mundo de la cultura. Después de analizar las relaciones que el libro mantiene con la biblioflia real y áulica y con el coleccionismo practicado por los amantes del libro, las dos expresiones de esta situación del objeto libro en la sociedad, en estas páginas se identifican los criterios estéticos que han de tenerse en cuenta para definir una encuadernación como posible valioso objeto de arte o bien como craso objeto de artesanía. El propósito de estas páginas es la reivindicación de un oficio como el de encuadernador que hoy subsiste a duras penas y cuya identidad, casi borrada del mapa, es ignorada por los mandarines de la cultura.

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Ese oscuro objeto del deseo...

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Este libro estudia la relación que el bibliófilo mantiene con el libro. ¿Cómo reacciona ante esas decenas de metros cuadrados de papel contenidos en un paralelepípedo cuyas caras admiten decoración? ¿Cómo impregna su sensibilidad esa máquina de leer perfecta de fácil acceso gracias a una organización lógica de un contenido inmaterial armónicamente dispuesto en palabras, párrafos y capítulos? Antes que cualquier otro estímulo, antes incluso que la lectura, la encuadernación es la imagen primera y primordial que le llega de los códices impresos. ¿Es verdad, como escribió Beraldi, que "la bibliofilia empieza en la encuadernación"? Hay muchas posibles respuestas. Aquí leeremos las de T.F. Dibdin, Juan Ramón Jiménez, Marcel Proust, Azorín, Ernst Jünger, Italo Calvino, hector Bianciotti, Orham Pamuk.... Juanto a ellas, algunas imágenes de una pasión, acompañada o no de una idea, cuya realización convierte al libro encuadernado en un objeto de deleite artístico y placer intelectual.


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NOVEDAD EDITORIAL: El "Quijote" encuadernado

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¿Qué encuadernaciones han cubierto el “Quijote” desde 1605? ¿Qué ilustraciones lo han decorado?¿Cómo han interpretado el texto de Cervantes? Este libro estudia el impacto que tuvo el “Quijote” en las artes del libro haciendo un repaso de las aportaciones de ilustradores como Doré, Daumier, Jou, Picasso, Dalí, Antonio Saura, Manolo Valdés, Eberhard Schlotter, de empresas editoriales como la casa Mame de Tours, Saturnino Calleja, Santiago Rodríguez, Editorial Gredos y el Acantilado, pero sobre todo se detiene en las intervenciones de encuadernadores del siglo XX como Paul Bonet, Fernández Argenta, Giménez Burgos, Cristina Puyol, Zigor Anguiano, Luis Mínguez y Sophie Quentin.
Un libro profusamente ilustrado dirigido a los cervantófilos antes que a los cervantistas.

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El Quijote samurái de Eduardo Giménez Burgos

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El año Cervantes nos han traído a la memoria encuadernaciones extraordinarias. Hoy describimos un trabajo  terminado en abril de 2012 por Eduardo Giménez Burgos, un encuadernador que es profesor en la Escuela Libro de Zaragoza y el gran divulgador en España de  la encuadernación oriental.  

 Sobre este Quijote samurái este encuadernador ha empleado madera con articulaciones y charnelas de piel de ternera. Las tapas y el lomo son de ébano de Macassar con incrustaciones de caoba de Santo Domingo. Como sucede en algunas encuadernaciones de Jean de Gonet, en este caso la madera puede ser descrita con el vocablo griego υλή, una palabra que amalgama en un todo significante la idea de materia en sentido filosófico (Aristóteles), la de árbol, la de materia física con la que se hace un objeto o constituye la parte sustancial de un cuerpo (Tucídides), la idea de material de construcción, por ejemplo, la madera que rellena la parte vacía de un barco  (Jenofonte) y la idea de materia de un poema, de una obra literaria (Galeno). Todos estos significados convienen a esta encuadernación. 

El rotulado del lomo, de tinta negra, se ha hecho a la china. Sobre las tapas, caligrafía original de Kumiko Fujimura con el título de la obra y el nombre de la ilustradora. Las guardas volantes son de papel de Nepal. En el lomo, el título ha sido caligrafiado sobre el tejuelo de madera de caoba. 

El estuche es de seda negra, pero en él se ha utilizado también papel momigami verde con pasadores de bambú tallados a mano. Es un estuche articulado (chitsu) que se pliega en tres piezas: la tapa exterior, la tapa interior y el fondo. Es una funda protectora de un libro, pero podría haber sido un receptáculo de otros objetos, también un contenedor de varios libros  que tratan de un mismo tema. Este estuche es una recreación de las «cajitas japonesas» típicas de la fábrica narrativa del “Quijote”, que, como es sabido, está estructurado como un diálogo de «los autores que deste caso escriben» (I,1) con un segundo autor, el compilador, quien, a su vez, descubre la obra de un tercero –Cide Hamete Benengeli–, a quien se llama «primer autor», artífice de una obra trasladada y adaptada por un cuarto interviniente que es a la vez traductor, censor y exégeta. Texto dentro de texto, libro dentro de estuche, digno correspondiente de la relojera arquitectura que de su   sofisticado objeto narrativo nos ofrece Cervantes. 

Las citas a la cultura nipona son múltiples, a saber, la cubierta ha tenido en cuenta la estampa japonesa (Ukiyo-e o «pinturas del mundo flotante», que tanto fascinaron a Paul Jacoulet) con escritura en ideogramas con tinta china; sobre la madera se han caligrafiado  o letras; el armazón es una estructura ligatoria llamada encuadernación japonesa (por su semejanza con la encuadernación tradicional de cuatro agujeros). Se separa, sin embargo, de esta estructura ligatoria en la utilización conjunta de madera y piel, que es excepcional en la encuadernación nipona, normalmente fácil de ejecutar, sencilla, con esquinas (kadogire), tira de título (daisen) y cosido interior con la posible variante del cosido de monje. Colocadas a nivel y ligeramente pulidas, sin ningún añadido de barniz o pintura, para resaltar su belleza natural, estas maderas exóticas, de dos tipos, han sido colocadas en tapas y lomo: entre las lamas de madera, el encuadernador ha incrustado varillas que desempeñan una función estética a la vez que estructural: evitar el arqueamiento de las tapas, dadas sus grandes dimensiones. Esta articulación de las tapas ha sido lograda gracias a una doble charnela de piel, visible tanto por fuera como en el interior del libro, lo que permite una sujeción firme y duradera, dado el gran peso que las tapas han de soportar. De hecho, toda la «estructura ósea» de este libro es visible en la suma de las más de cuarenta piezas que la componen conformando una armónica maquinaria de precisión. El lomo, donde las escartivanas facilitan la apertura completa de las hojas, está cubierto, en la cabeza y pie, por esquinas decorativas (kadogire), a semejanza de las encuadernaciones tradicionales japonesas. Son pequeños rectángulos de tela laminada que envuelven las puntas superior e inferior del lomo.  
Las caligrafías de las tapas, como las del interior, se componen de ideogramas pintados con pincel, tinta china y caracteres latinos. Las palabras "Don Quijote", que leemos en la cubierta anterior, están en katakana, sistema de escritura utilizado para los vocablos extranjeros. "Samurai", en el centro, está escrito en Kanji o ideograma chino. En la cubierta posterior leemos el nombre de la ilustradora y vemos el sello del encuadernador en sus transcripciones fonéticas en japonés. En el centro del lomo ha sido rotulado el título con tipos de bronce, al estilo occidental. La disposición de las caligrafías emula la que podemos ver en mu- chas cortinas tradicionales japonesas llamadas noren, pero de este motivo inspirador, muy estilizado aquí, sólo queda la forma, si bien, de algún modo, el concepto que el diseño traslada a la cubierta del libro cumple idealmente las mismas funciones que estas cortinas desempeñan en la cultura oriental: embellecer el objeto que ocultan, invitar a descubrir un contenido no manifiesto, preservar lo que está dentro (en el interior de las casas y comercios, dentro de las tapas de los libros), anunciar o dar al público lo que cabe esperar hallar después de franquearla (en el caso de los libros, la cultura escrita). 
Giménez Burgos ha culminado un diseño hermoso a la vista, sensual para el tacto y, dadas las propiedades de las maderas, piel y tinta china, agradable al olfato. Como los inciensos en las igle- sias, la suavidad del aroma que no se desprende fácilmente de los materiales busca recrear, despertar y purificar los sentidos para volver al sujeto más propicio a la contemplación. 

Domina la economía de medios, como en las encuadernaciones del gran encuadernador Vladimir Tchékéroul, donde cada paso ha pedido un juicio particular referido a sus propias circunstancias, sin más indagaciones, un orden y una correspondencia infalibles entre una cosa y otra que observa los pasos para alcanzar un resultado funcional teniendo en cuenta las propiedades físicas y el cálculo de las resistencias de los materiales. Los colores de esta encuadernación, concertados entre sí, son sobrios y en todo conscientes de que los ojos se ofuscan lo mismo al ascender de golpe hacia una gran luz que al bajar a la sombra. El arquero que rebasa el blanco no falla menos que aquel que no lo alcanza. 

Juguete pulcro y minimalista solo apreciable por una mirada inmóvil podemos tener a esta estructura japonesa, como las de Florent Rousseau, como los "netsuke" del Salón de Charles Ephrussi, por una cosa apta para ser mirada con arrobo, como un fotograma mizoguchiano de Ugetsu Monogatari, manipulada, acariciada, algo para tocar, un objeto hecho para la conversación divagatoria. Oriente contempla la belleza de las cosas manteniéndola semioculta, entreverada de sombras, para enorgullecerse de su levedad. 

La utilización armónica de los materiales y el ensamblaje milimétrico de las piezas acercan este trabajo a los pulcros “juguetes” de piezas ensambladas terminados con muchos más colores por el encuadernador madrileño Andrés Pérez-Sierra. En ambos casos nos las tenemos que ver con un objeto exquisito y sensual. A este encuadernación, como al Kioto de László Krasznahorkai, cuidad de las referencias infinitas, cada una de las cuales se remonta a una Gloria de un pasado que no puede comprobarse, a una Gloria inexistente situada en un nebuloso e inasible pretérito, se le ha encomendado la tarea de representar lo atemporal, lo intangible, lo que no dispone de realidad. Se trata de afirmar un sentimiento fugaz por encima de cualquier sobrecogimiento grandilocuente. En la caligrafía, lo que Adolph Loos decía del estilo japonés: un abandono de la simetría (resultado de la observación de la naturaleza), un achatamiento o carácter plano, la bidimensionalidad, que sedujo a Gauguin. 

Situaremos esta encuadernación en la constelación de las xilografías, tallas sobre madera, cerámicas, biombos lacados, textiles y estarcidos que, como quería Fukuzawa Yukichi, han logrado congeniar los elementos tradicionales con los modernos. Por su casi monocromía que unifica el cosmos, sus exigencias de pureza, espontaneidad artificiosa, voluntad de transmisión del espíritu, vaga impresión de despertar repentino, reducción dialéctica de opuestos, éxtasis creador, arte entendido como procedimiento mágico, invitación a la meditación, liberación de las fuerzas vitales y animación de un espacio interior, advertimos en esta encuadernación el mismo coup de chapeau á l ́Asie eternelle que, según Maurice Nadeau, los surrealistas habían deseado para toda obra de arte.

Andrés Pérez-Sierra y la encuadernación española del siglo XX

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Encuadernación de Andrés Pérez-Sierra,
¿Por qué no existe en España una crítica especializada en encuadernación de arte? Lo escrito por los bibliófilos sobre el tema, que es mucho, está lastrado por el impresionismo autocomplaciente del coleccionista. La literatura ligatoria de los bibliotecarios, que es el otro grupo que más ha escrito sobre encuadernación, suele ser secuela o antecedente invariable de   inventarios o de bases de datos de encuadernaciones pergeñadas a menudo con “thesauri” de terminología pocas veces contrastada y en absoluto normalizada. El noble arte de la encuadernación, que en el Renacimiento alcanzó las cimas inigualadas de Grolier, Maioli y Canevari, se merece sin embargo algo más riguroso que las meras impresiones del diletante y desde luego algo más atractivo que las listas farragosas de hierros recopiladas por funcionarios ad maiorem bibliotheca gloria. Estudiemos el libro bellamente encuadernado como lo que realmente es: un artefacto que se añade al códice para conservarlo y embellecerlo, una prístina obra de artesanía, un producto salido de la mente y las manos de unos hombres y unas mujeres que algunas veces han sido capaces de terminar auténticas obra de arte. Todos los encuadernadores saben que, en su oficio, un buen trabajo es casi siempre obra de “una mano que piensa” (Juhani Pallasmaa) y que no parece de recibo pensar por intermediación de otro. Por ello resulta inexplicable, y una presentación sesgada de los hechos, que algunos historiadores de la encuadernación coloquen en la primera línea de sus trabajos a las iniciativas de mecenas, nobles y reyes, a las jactanciosas marcas heráldicas que resplandecen sobre sus libros, en detrimento del trabajo realizado por los encuadernadores. Hoy es mucho más conocido el nombre del marqués de Moya, mero comitente, que el de Juan de Sarriá, su encuadernador ¿Por qué presentar el ars ligatoria como un asunto privativo de ricos y poderosos? ¿El autor  material de un trabajo condenado al anonimato? Felipe IV no firmaba los cuadros de Velázquez. Frente a ello no parece descabellado estimular el estudio de la encuadernación de arte propiciando, por un lado,  el conocimiento de encuadernaciones concretas como objetos de artesanía donde la historia del arte confluye con la de la antropología; en segundo lugar, informando sobre la trayectoria de sus autores, a menudo grandes desconocidos. 
Encuadernación de Andrés Pérez-Sierra, Miguel Gamborino,  Los gritos de Madrid, decoración tipográfica.



Para dar comienzo a esta deseable personificación del hoy casi fantasmal arte de la ligatoria hispana glosaremos aquí el trabajo de Andrés Pérez-Sierra (Madrid-1939). Este encuadernador se inició en el oficio en 1989 en el taller de Honorio Sánchez Cruz, un artesano que, desde la postguerra, transmitía sus habilidades sin cortapisas (a diferencia de Antolín Palomino, no colocaba un paño encima de sus trabajos para que no se viera lo que hacía) y que hoy está tan olvidado como su colaboradora, Josefina Díez Lasaletta,  autora de decorados retrospectivos, como Benito Vera, buen dorador y confeccionador de estuches, y tantos otros encuadernadores que por diversos motivos han permanecido en la sombra a pesar de la calidad de sus trabajos. Honorio enseñó a sus muchos alumnos las verdades indiscutibles en el oficio, a saber, que el diseño de arte se sustenta en la técnica; que sin una adecuada construcción del libro este diseño puede naufragar; que, no siendo fácil dominar al unísono técnica y diseño, parece imprescindible la división de trabajo, resucitar la vieja fraternidad entre las artes y las manualidades. En España ha ocurrido generalmente lo contrario: el individualismo militante de muchos artesanos del libro, convertidos, a veces a su pesar, en trabajadores multitareas, se ha convertido en un mal endémico que ha dejado secuelas en nuestro patrimonio bibliográfico. Nada parecido por aquí al tándem francés Martine Melin-Monique Mathieu o Martine-Melin-Georges Leroux, a la vista de los resultados, un seguro de calidad. Es curioso hacer notar que hasta ahora nadie se ha molestado en traducir al castellano el sustantivo francés façonier (la persona que confecciona el cuerpo de una encuadernación sin pensar en su decorado) porque tal oficio es desconocido entre nosotros. Los sustantivos “cogen” las cosas en forma de nombres, mientras que los adverbios y los adjetivos, a modo de herramientas manuales, modifican movimientos y objetos. Las experiencias de la mano infunden al lenguaje su poder directorio y en el caso de la encuadernación propician el asentamiento fundamentado de los decorados. François Brindeau, uno de los grafistas más reputados de hoy, quizá   lo es porque antes fue façonier de Georges Leroux. 

Encuadernación de Andrés Pérez Sierra

       Andrés Pérez-Sierra pasó, tras estos inicios, por el taller de María Francisca Rein antes de proseguir su formación en la escuela-taller de Ana Ruiz-Larrea. Allí, desde 1992 a 2004, con intermitencias, hace tabla rasa de los hierros, los mosaicos y los dorados de la gloriosa tradición clásica (que hoy mantiene José Luis García Rubio en la estela de Manuel Bueno Casadesús y el taller Galván). En lugar de ello, un decorado renovador sustentado en la obra (geométrica) bien hecha: Micheline de Bellefroid (1927-2008),  maestra insoslayable de muchos encuadernadores europeos, entre ellos de Ana Ruiz-Larrea, a su vez carismática profesora de no pocos encuadernadores, y la tradición belga de la Escuela de la Cambre, cuya cabeza visible fue el maestro Vladimir Tchékéroul, llegan a España; lo hace con bastante retraso pero al fin llegan propiciando que encuadernadores como Inmaculada Gazapo, Margarita del Portillo, Isabel García de la Rasilla, Dolores Baldó y Carlos Sánchez-Álamo, entre otros, aprovechen los inventos que François Brindeau, Florent Rousseau, Jacky Vignon, Edgar Claes y Claude Ribal habían difundido con generosidad impartiendo cursos monográficos y que sobre estos inventos desarrollen su propia personalidad. Pero esta modernidad que, al doblar el siglo XXI, rompe moldes ha entrado en nuestros encuadernadores con escasa deliberación: desde los relumbrones casticistas de Palomino, desde el academicismo racionalista de Emilio Brugalla Turmo, los dos maestros que junto con José Galván dominan la segunda mitad del siglo XX, a unas “vanguardias” que, al decir de la encuadernadora alemana Metchild Lobisch, incorporaron al ars ligatoria los ismos del siglo XX con cincuenta años de retraso o no las incorporaron en absoluto. “Nuestra herencia no ha venido precedida de ningún testamento”, reza el aforismo de las Cartas de Hipnos que tanto fascinó a Hannah Arendt. 


Encuadernación de Andrés Pérez-Sierra

Lo que podemos llamar “escuela de Madrid” no tiene nada que ver con la ligatoria que se ha desarrollado en Cataluña, donde una tradición bibliófila secular y una política institucional de apoyo a las artes del libro mediante la enseñanza desde el siglo XIX ha hecho caminar a los encuadernadores por otros derroteros. Es curioso constatar que Santiago Brugalla Aurignac (Barcelona, 1929-), quizá a causa de su buen conocimiento de la historia del arte, puede que por su innato cosmopolitismo cultural, es probablemente el único encuadernador español que, antes de terminar el siglo XX, había incorporado a sus diseños la idea de asalto a la racionalidad de las formas artísticas que arranca del “Cabaret Voltaire” de Zurich. Dejándose impregnar por Informalismo catalán y por el cubismo de Braque y Picasso (“los ojos de Picasso” es el título de una de sus más célebres encuadernaciones), este artista del libro rompió (recordemos los efectos de sus altos y bajorrelieves) con el gusto acendrado del taller de la calle Aribau por los grolieres, gascones, padeloups y demás pastiches. 

     
Encuadernación de Santiago Brugalla para "Los ojos de Picasso" de Rafael Alberti

      Es una excepción a la que cabría añadir la espléndida recepción del hilo de oro de Thérèse Moncey por parte del taller Galván de Cádiz. Pero no se puede pedir más: en los años 1910 no tuvimos en España a nuestro Pierre Legrain, en los 1920 a nuestra Rose Adler, en los 1950-1960 a nuestro Henri Creuzevault , y en los 1970 a nuestro Pierre-Lucien Martin. París marca la pauta, establece las diferencias y pone de relieve las carencias. 


   La renovación que trae Pérez Sierra en Madrid, diez años más joven que Santiago Brugalla, es diferente, más peculiar y a su modo más heterodoxa que la del encuadernador catalán. Sus encuadernaturas (es el afortunado neologismo inventado por un encuaderno-arquitecto para designar sus trabajos) son obras de arte, no sólo de artesanía, de un arte   entreverado de geometría, de dibujo y de resonancias espaciales que, como en el caso de las encuadernaciones de François Brindeau, se someten de buen grado a los condicionantes de la física de los materiales. Impregnado por la técnica y por la idea de progreso, admirador a distancia de los engranajes de Edgar Claes, en la órbita del diseño industrial, este encuadernador, en cuyo taller -señala Dolores Baldó- es posible ver tuercas, tornillos, gatos, sierras y alicates, que ha confesado sentirse motivado por los picaportes de los coches, el tapón de un depósito de gasolina o por el encaje milimétrico de la puerta de un automóvil en su marco, ha terminado originales artefactos constructivos fácilmente reconocibles, es decir, ha creado un estilo. Sobre el caparazón del libro, tipografías diseñadas por él mismo o por Cristina Pérez-Sierra Feduchi (en ocasiones rotuladas por Juan Antonio Fernández Argenta) que recuerdan las de Paul Rand y Raoul Hausman. Sobre el veau-box, encima de encartonados de plena piel, revestimientos translúcidos, papeles impresos o tintados, aplicaciones de piel de lagarto, troquelados a varios niveles, alambres de alpaca crean fracturas en el espacio, trampantojos, sorprendentes simulaciones de materia… Láminas superpuestas, fondos de cartulinas a diversos niveles, incrustaciones a ras, incisiones, escisiones, puntos focales troquelados, encajes y acoplamientos de piezas atornilladas crean altiplanicies, sombras, una espacialidad trimidensional. El resultado: estructuras rotundas y sin resquicios que, como sucede en muchos edificios, no desvirtúan   las cualidades de un ornamento que se subordina a los requerimientos tectónicos de la construcción. Los vivaces colores de estas encuadernaciones no buscan la armonía decorativista y pacificadora de la que habla Michel Pastoreau, producen más bien el efecto agresivo de un neón warholiano . 
Encuadernación de Andrés Pérez-Sierra
Pérez-Sierra, que forma parte del grupo de trabajo de encuadernadores españoles autodenominado Cinco+, no alienta, como Ulises Carrión, la reflexión intempestiva sobre el texto del libro, pero sí que propicia una meditación desapasionada sobre él, una decoración que, exonerada   de la obligación de aludir directamente al texto, formaliza sutilmente sus ideas matrices: “Haber leído el texto y recordarlo para inmediatamente olvidarse de él o al menos no tenerlo en cuenta. Solo aromas y sugestiones”, ha escrito este encuadernador. 
Encuadernación de Andrés Pérez-Sierra para Antikódi, de Václav Havel, piel de cabra con aplicaciones de chagrín
En el decorado para Antíkôdi (figura arriba),  un libro de poesías de Václav Havel, la Primavera de Praga y la invasión de Chequia en 1968 por el Pacto de Varsovia quizá (es el adverbio que denota la duda del propio encuadernador) ha sido aludida con una mancha de chagrín anaranjado cuyos contornos remedan un amenazante tanque soviético o puede que un robot hijo de Karel Kapek. Acaso esta máquina, lo que su nombre significa en checo, resuma metafóricamente el trabajo de este original creador de formas y es posible también que el futuro que se vislumbra para la encuadernación de arte en España. 


LIBRO NUEVO: Isadora Duncan. Danza y artes del libro

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Isadora Duncan (1877-.1927) revolucionó la danza clásica transmitiendo a sus movimientos de baile un impulso vital ajeno a la disciplina y :entrenamiento gimnásticos. Frente al academicismo, el despojamiento espiritual y el pathos dionisaco de la antigua tragedia griega para alcanzar la máxima intensidad expresiva y tocar los grandes símbolos de la vida. La influencia de Isadora llegó a bailarines como Nijinski, Wigman y Pina Bausch, a hombres de teatro como Gordon Craig, a escultores como Auguste Rodin y Antoine Bourdelle, a dibujantes como Granjouan y Walkowitz, a fotógrafos como Edward Steichen y a poetas como Sergio Esenin. 

Este libro estudia el impacto de Isadora Duncan en José Clará (18781958), artista destacado del noucentisme cataln. Se reproducen los dibujos que este escultor realizó entre 1912 y 1913 con los pasos de baile de la bailarina. La Duncan baila para nosotros. El artista pinta el movimiento. Junto a estas imágenes encontraremos un texto del editor, una evocación lírica de la Duncan obra de G.A. Denis y un artículo razonado del filósofo Roger Garaudy.

El estado de las cosas. Encuadernación y comunicación poética

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Retrato fotográfico de la encuadernadora Rose Adler. Al Fasini, 1935.
Hay, en España, una generación de defensores del capitalismo que invocan la democracia y el pensamiento crítico como virtudes inherentes a  cualquier modo de pensar bien  las cosas.  So  capa de tolerancia, han impuesto sus puntos de vista invocando   grandes palabras, como si ellas bastasen para salvarnos de la catástrofe a la que nos aboca el propio sistema que ellos defienden.  Es una ideología que,  pareciendo desideologizada, obedece sin embargo a un plan  que se orienta subrepticiamente  hacia el acabamiento del  legado humanista.  Esta situación, que afecta a todo el cuerpo social de las Batuecas y en especial a su  sistema educativo, también ha tocado con fuerza al mundo del libro o códice impreso.   Como es sabido, éste  no es sólo memoria artificial. Es, además, soporte físico. El texto  informático sólo  pide cubrir la primera función . La segunda, en cambio, es un rasgo exclusivo típico del paralelepípedo, una entidad material  que, a veces, ha dado lugar a usos del objeto diferentes a los que podemos considerar intrínsecos de la propia transmisión de contenidos ideológicos. Entre estos usos  diferenciales destacan los que, después de los beaux livres de Vollard y Kahnweiler,  hacen  los artistas del libro en el sentido que toma esta expresión desde los años 1960.   Uno de ellos, destacado, entre los primeros, el artista belga Marcel Broodtahers,  en  Image (1969), con el sonido de fondo de  Un coup de dés jamais n´abolira  le hasard, con las letras y las  palabras que aquellas conforman,  logró  crear  configuraciones espaciales que, habiendo perdido su identidad comunicativa como  mensajes, se convirtieron  tan sólo en   objetos para  ver. El verso de este libro es   unidad de forma no de sentido, como en Mallarmé.
Cubierta de Un coup de dés.... Image. de Marcel Broddthaers, Amberes, 1969
       

Pero los nativos digitales  (por utilizar la   expresión  de Prensky)   que hoy campan a sus anchas por el mundo de la cultura se empeñan en ver al libro de un solo modo y en esta su peculiar manera de ver las cosas  el realismo visceral y sólo potencialmente artístico del objeto queda olvidado, al menos relegado. ¿Por qué?  Ignoran las utilizaciones alternativas   que pueden rodear a  su  producción y difusión: libro-regalo, coleccionismo bibliófilo, funciones representativas y simbólicas del objeto entre reyes y nobles, objeto de arte, objeto de culto religioso en las encuadernaciones ricas de orfebrería y otras muchas funciones, sin olvidar el interés crasamente antropológico que le podemos atribuir como  objeto (como, sin duda,  sucede en los códices coptos que cubrían los manuscritos de Hamouli y Nag Hammadi). 

El bibliófilo José Albuquerque delante de su biblioteca

Tampoco parecen prestar demasiada atención  a  las circunstancias editoriales  que concurren en   la producción de cada libro material que, como es sabido, condicionan   la naturaleza  de su mensaje conceptual. Cuando Juan Ramón Jiménez escribió  “en edición  diferente los libros  dicen  cosas distinta”, seguramente quería darnos a entender que la presentación de un texto en  una u otra  edición, con una u otra tipografía,  ilustración o encuadernación,  matizaba o condicionaba   nuestra  manera de percibir lo que su autor había querido decirnos; que  este sentido  añadido y connotativo es bastante indisociable  del vehículo que lo transmite,  hoy algo   bastante  olvidado, pero  que, en 1945,  señaló  con claridad el poeta francés René Char cuando,  en plena Guerra Mundial, compuso  Hojas de Hipnos, una  eminente serie de aforismos cuyas sucesivas presentaciones  editoriales decantaban una y otra vez el   alcance de una  escritura enigmática.  En la versión definitiva  de esta obra,  publicada   por Albert Camus en Gallimard y que dejó huella en el pensamiento de Hanna Arendt, el  poeta de l´Isle-sur-Sorgue  borra los títulos   que, en la primera edición,  habían encabezado sus máximas y los sustituye  por escuetos  números   con la intención de  desprender a sus sentencias heracilitianas o senequistas de cualquier referencia personal o geográfica  dándoles  un aliento universal. La letra explicita, objetiviza; el número pitagórico impersonaliza, abunda en la reflexión, propicia la abstracción.  

Dos páginas de Hojas de Hypnos de René Char con anotaciones del autor. A cada sentencia precede un número.



Pero no  sólo la   ordenación formal del libro altera su mensaje; también la ordenación estética  condiciona sus significados. Comparemos  la primera edición de la Lettera amorosa chariana con la edición   bibliófila de este mismo poema que editó   en Ginebra  Edwin Engelberts el año 1963: en esta última presentación, las catorce litografías que realizó ex profeso para esta edición  el pintor  Georges Braque, cuyos colores  translúcidos se hacen eco de las resonancias panteístas   que impregnan  este bello poema de amor,  amplían el significado de los apodícticos versos charianos con unas alusiones plásticas de una  pertinencia y oportunidad para con el texto que   sólo podía llevar  término con éxito el gran pintor cubista, a la sazón “aliado sustancial”,  y gran conocedor y admirador de la poesía de René Char. 


El editor suizo Edwin Engelberts



Portada de la primera edición de Letra amorosa, de René Char,  publicada bajo los auspicios de Albert Camus
Una de las litografías  que  Georges Braque pintó para Lettera amorosa: el pintor amplía el significado  de la poesía

Hay muchos más ejemplos de esta intercomunicación entre el texto de una obra literaria y su decorado:  Fernando Marco/Juan Ramón Jiménez, Ochoa/Rubén Darío, Bonnard/Verlaine, Manet /E.A. Poe, Matisse/Mallarmé,  Louis Jou/Cervantes… 

Página de Paraléllement, ejemplo de "libro dialogo":  el  pintor  Bonnard "comenta" las poesías de Verlaine.


Por lo que hace al ars ligatoria, no o es del todo incierto  que   el hábito  haga al monje”. Las encuadernaciones de Rose Adler, las de Pierre-Lucien Martin, más recientemente las de Jean de Gonet, que también  vistieron Lettera,   alteraron sustancialmente la presentación de  este poema, de un modo radicalmente diferente a como las presentaciones que en los años 1970 hizo Marcel Broddthers en su libro de artista de  Un coup de dés jamais n´abolira le hasard ampliaron el significado  del célebre poema de Mallarmé.  En los primeros supuestos, la intervención sobre el objeto pretendió crear  un libro de bibliófilo mientras  que en el caso del artista belga  todo conspiraba hacia la producción de un libro de artista.

Michel Brodthaers, Un coup de dés n´abolirá jamáis l´hasard







Una de la encuadernaciones de Pierre-Lucien Martin para Lettera amorosa 

Conscientes de este poder transformador que tenían las artes aplicadas al libro, los poetas  Juan Ramón y  René Char    decidieron intervenir en los pormenores editoriales de sus  propios poemas: unas veces se trató de una mera colaboración;  otras impusieron  a sus editores sus puntos de vista sobre ilustración, tipografía o encuadernación. Por solo dar un ejemplo:  en  los  minuscules que salieron de la imprenta de Alès, el gran editor Pierre-André Benoit (más conocido por las siglas PAB)  llegó a convertirse en un pelele que obedecía con humillante  sumisión los caprichos bibliófilos del omnisciente poeta provenzal. 

Los "minúsculos" de PAB eran delicados y frágiles libros de poemas  de  un  formato inferior a 9,5 cms.  Ilustrados con gouaches, eran librillos  de tirada limitada y  escasa difusión impresos en  Alés  desde 1951 bajo la supervisión de Pierre-André Benoit. El librero  Jean Hugues descubrió la capacidad de la encuadernadora Rose Adler para trabajar sobre estos  pequeños formatos, auténticos bibelots, objetos pequeños, raros y bonitos.















Juan Ramón Jiménez, editor de sus propios libros






Juan Ramón y René Char estaban persuadidos  de que  sus   poemas eran algo más que letra.  Creían, además,  que quedaban  inválidos, quizá inconclusos,  sin una  presentación formal que, en su complejidad,  los confirmara, glosara o ampliara. Para conseguirlo   no necesitaron invocar el famoso espíritu de las   vanguardias  de Gómez de la Serna, Vicente Huidobro o  Paul Éluard  ni las teorías del poema pintado. Les bastó con recordar que Martin Heidegger, amigo y confidente de Char, escribió  que  el pensamiento es  Handwek,“trabajo de la mano”.  Para estos cometidos, en un contexto de libro diálogo (según la acuñación de Ives Peyré), el  códice de papel encuadernado ofrece al lector común (y no sólo al coleccionista bibliófilo) un formato cognitivo perfecto, que desde luego no encontramos en el  iPad, el Kindle o el Nook.
En 1899  el sociólogo Thorstein Veblen  había considerado el libro   de bibliófilo   objeto decadente propio de la clase ociosa. Reducida hoy la  democracia cultural a un sentimiento melancólico, el  neoliberalismo vigente, secundando  un excluyente colonialismo digital,  ha reducido, en nombre del bienestar,  el libro de papel bellamente encuadernado a un objeto suntuario, un anatema  del cual  el libro de artista apenas parece  haberse librado  como demuestra el hecho de que se haya iniciado su tímida aparición en los espacios  museísticos, como el Museo de Arte Reina Sofía,  y en galerías de arte  como la Ivory Press de Madrid. 
Ante este estado de cosas, es preciso recordar  que  el modelo vigente de lectura,   relacionado con dispositivos epistémicos paralelo-frontales,   depende en gran medida  del tamaño medio de una  página y  que ésta   (salvo en casos como la prosa aforística de Don Sem Tob o en el de los cuentos de Augusto Monterroso)  es insuficiente para presentar todo el contenido del libro. Mientras   la información digital se hace efectiva a base de efímeros "pantallazos",    el libro en rollo de tira continua, el modelo de la antigüedad clásica que  quiso resucitar la boutade del novelista  Juan Benet para Una meditación, se ha quedado en papel mojado. Frente a ello domina la   lectura rápida e interrumpida a causa, entre otros motivos, del multitasking que propician los aparatos informáticos, pero este  multitasking -según  Nicholas Carr y   Roberto Casati- no es una forma de pensar y actuar que hallamos escogido libremente, sino más bien un orden provocado por un  design interesado del  Silicon Valley, esto, es,   un orden impuesto por la inercia tecnológica.    

Tampoco parece haberse tenido en cuenta, dentro de este enfoque transversal,  que la encuadernación de un libro es condición necesaria  para presentar  en forma  de objeto ergonómicamente accesible contenidos intelectuales complejos respetando el orden lógico de las divisiones de un   texto. En cambio, la información digital, desestructurada, radicalmente desjerarquizada, de uso  para   internautas presos de señuelos digitales, no habiendo sido “encuadernada”,   ha olvidado que   los ligatores del siglo XVI, reuniendo en un mismo volumine  tratados de contenido aparentemente  diferente,  establecían novedosas relaciones interdisciplinares dentro de la enciclopedia del saber renacentista.   

Encuadernaciones renacentistas de la Biblioteca del Monasterio de El Escorial

La falta  de esta  y otras reflexiones parecidas han herido de muerte en España a aquellas  encuadernaciones cuyo arte no consiste en crear el  ornamento pesado vacuo  y artificioso denostado por  Loos, sino en "comentar" y ampliar el texto que cubren. Como esta diferencia no se ha hecho, la encuadernación sin más  y la encuadernación de creación casi han sido borradas del mapa.  Varios hechos lo confirman:   el  Congreso de Bibliofilia,   encuadernación artística, restauración y Patrimonio bibliográfico que se celebró en Cádiz  en los años  1999, 2004 y 2009  ha quedado huérfano de  subvenciones públicas por parte del Ayuntamiento de la ciudad milenaria a pesar de los  esfuerzos de su promotora, la bibliotecaria Rosario Martínez López. 


 Hecho aún más sintomático de este estado de cosas es la desaparición forzosa de  AFEDA, - siglas de la Asociación para el Fomento para la Encuadernación de Arte- que hace varios meses ha cerrado sus puertas en medio de la indiferencia absoluta de las instituciones públicas tras una intensa actividad entre los años  1992  y 2014   convocando premios, alentando publicaciones y organizando cursos de encuadernación.  Con ella muere Encuadernación de arte, la única revista española dedicada exclusivamente al estudio y presentación de la encuadernación de arte, una publicación que hasta hace muy poco presentaba trabajos sobre las encuadernaciones históricas, hacía públicos los trabajos de los encuadernadores hispanos, presentaba las novedades de la encuadernación europea y   creaba  opinión   en el sector.
Portada de la revista Encuadernación de arte (foto de Emilio Brugalla en su taller), órgano de Asociación para el Fomento para la Encuadernación de Arte









La falta de apoyos sociales también ha golpeado con fuerza a los   pocos editores que,  en las últimas décadas,  ponían en el mercado libros sobre bibliofilia y encuadernación. La editorial Clan, que en los últimos décadas ha editado una serie de interesantes manuales técnicos sobre encuadernación, entre ellos la Encuadernacion japonesa, de Kojiro Ikegami, mantiene su actividad en medio de las dificultades.  Ollero/ Ramos, quizá la editorial más conspicua sobre encuadernación y bibliofilia, que además ha apostado por la reedición de la revistas literarias, hoy trata de sobrevivir como empresa editorial manteniendo una  actividad más bien soterrada. 

Uno de los diseños de portada de Jorge Menella para  la editorial Ollero/Ramos, editorial especializada en libros sobre encuadernación.
La atención se ha desplazado hacia los estudios sobre los aspectos externos  del libro encuadernado. Se prefiere estudiar la encuadernación como mero  producto editorial -basta leer el libro de Adolfo Castañón Trópicos de Gutenberg (Trama editorial, 2012) o como expresión de los gustos de los ricos comitentes que la apoyan (miremos las más recientes exposiciones sobre encuadernación).  

Así las cosas, ¿cómo es posible   que aún  siga vivo el coleccionismo de encuadernaciones de arte   en España?  ¿Cómo se mantiene en pie la encuadernación de arte?

Encuadernacion de arte de Carlos Sánchez-Álamo

La antorcha llamea con intermitencia gracias al empeño  de algunos pocos encuadernadores: Andrés Pérez-Sierra, Juan Antonio Fernández Argenta, Guadalupe Roldán, Carlos Montoya, Concha López Bermejo, Joseph Cambras, Carlos Vera, Carlos Sánchez-Álamo, Dolores Baldó, el taller Galván, taller Obradoiro Penumbra, Zigor Anguiano, Eduardo Giménez Burgos, Cristina Puyol, Loreto Fiuza, Luis Mínguez y algunos otros que trabajan en París, como Ana Ruiz-Larrea, Antonio Pérez Noriega y  Marilú Bererciatúa  siguen creyendo en los valores de presentación de un bello libro  contribuyendo con su trabajo a que no nos  olvidemos  de cómo se coge un libro, cómo se pasan sus páginas, cómo se mira un índice, cómo se mete el  volumen  en su estuche  girándolo y apoyando luego las puntas de los cantos en el perfil del estuche por su parte inferior  haciendo un leve movimiento para encajar  el libro, como hacía Enrique Moreno.

Marc Chagall. Los libros de pintor

RAMÓN GÓMEZ HERREA

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El día 10 de marzo falleció en Barcelona el encuadernador Ramón Gómez Herrera.



Formado en la Escuela de Artes Gráficas con César Paumard, afincado desde 1962 en Barcelona, Ramón fue el maestro español indiscutible en el arte del mosaico de pieles. Lo realizaba con suma dedicación con herramientas de repujar el cuero y con procedimientos de su invención que permitían un perfilado libérrimo de figuraciones.

El lienzo de sus composiciones estaba conformado por dos espacios: por un lado, las cubiertas y lomos; por otro, las guardas, pero a veces el mosaico invadía también el estuche, la camisa y la funda. 
Ramón confíó los diseños de muchas de sus encuadernaciones a artistas del diseño como Cristóbal Ruiz (1933-1981), que colaboró con el encuadernador entre 1965 y 1995y que le aportó una impronta mediterránea, los recursos de la figuración, de la abstracción lírica y la influencia de José Lapayese del Río. Alex Fité (desde 1968) y Jorge Hernández (entre 1978-1990) realizaron también para Gómez diseños abstractos inspirados en Kandinsky. Miquel Ruiz, hijo de Cristóbal, trajo a sus diseños la influencia de Grau Sala, Antonio Clavé, Antonio Casero, José Mompou, Manolo Hugué, Ángel Bellido, Alejandro Sirio, Sonia Delaunay, Georges Braque, el optical y el pop art.
Los diseños de estos artistas, que Gómez trasladó con originalidad a la cubierta de sus encuadernaciones, tomaron a menudo como modelo aguafuertes de Picasso o litografías de Dunoyer de Segonzac, un conjunto de influencias donde no faltó la huella del cubismo, futurismo, expresionismo, informalismo y de la vanguardia española.

Ramón Gómez fue el fundador de la escuela española del mosaico del siglo XX, que ha tenido numerosos seguidores (entre ellos Santiago Raventós), grandes admiradores en el mundo de las artes del libro (entre ellos el encuadernador José Cambras y la marmoreada Montse Buxó) que han valorado en sus trabajos la simbiosis plenamente lograda entre creatividad, virtuosismo, perfección técnica y buen gusto. Prescindió de las herramientas tradicionales, de la regla y el compás. Sus decoraciones simbólicas tenían gran fuerza significativa individual. En sus bellos mosaicos el color tiene expresividad propia, el diseño alcanza gran efecto visual y supera las limitaciones propias de las pieles para aproximarse a los tonos de la paleta del pintor. La confianza que depositaron en Ramón  bibliófilos como Maurice Lachard, que fue principal mecenas, Bartolomé March, Antonio Toccaceli, Luis Bardón, José Parés, Santiago Saavedra, Jacques Menetrey, Maud Spira, José Albulquerque Dueñas, el justo homenaje que recibió en el año 2004 en el Congreso de bibliofilia Cádiz han refrendado la imensa calidad de una obra que con todo certeza el paso de los años se encargará de situar como una de las cimas de la ligatoria de arte española contemporánea.
La encuadernación del  libro de arriba obra de Ramón Gómez Herrera cubre   una primera edición de "A la pintura" con dibujo y dedicatoria de Rafael Alberti. Describimos este trabajo: camisa amarilla, tapa suelta con piel decorada con la imagen de dos cabezas: la de la izquierda es una silueta picassiana con reminiscencias del Guernica; la de la derecha, una silueta inspirada en la nítida y exacta delineación de contornos de Piero della Francesca. El subconsciente freudiano surrealista frente al clasicismo quattrocentista. Tras estas cabezas hay un fondo de decoración tipográfica ordenada en cinco líneas horizontales que recorren toda la cubierta de derecha a izquierda: mayúsculas azules sobre mosaicos de color verde con los nombres de los pintores cuyos cuadros celebra la poesía de Alberti: Gutiérrez Solana, Boticcelli, Leonardo, Picasso, Berruguete, El Greco, El Tintoretto, El Bosco y Miguel Ángel. Como discreto homenaje a la pintura, en la contratapa, sobre un fondo de becerro blanco, un mosaico reproduce el lienzo de Van Gogh "Mi habitación de Arlés". Gómez ha suprimido los colores expresivos y premonitorios de muerte del original y ha preferido concentrarse en la delineación pura de las siluetas de los objetos domésticos.
Descanse en paz este gran artista del libro.

La deconstrucción de la encuadernación original

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En 1945 Jules Cain escribió  que “los encuadernadores (si queremos llamarlos originales) deben   demostrar que son creadores inventando los diseños de sus  encuadernaciones de modo que éstos expresen  su personalidad”. No es una obviedad. Antes de Legrain y de la  fundación de la Société de la Reliure Originale, en la  Francia del final del siglo XIX, los decoradores de encuadernaciones  practicaron sin freno la copia, el remedo, el plagio, el remboîtage y el pastiche. Las  pieles románticas se ornaban con decoraciones  á la plaquette con el medallón de Apolo y Pegaso, con espirales curvilíneos "a lo Maioli", con vegetales fanfares, con geometrías  Jean Grolier del Renacimiento… En  España  dominan los  revivals   neomonásticos, neomudéjares, neoplaterescos y neogóticos. 

Encuadernación neobizantina de Paul  Lortic  

       ¿Tienen realmente interés estas copias del pasado? ¿Aportan algo a la historia? ¿Hemos de considerarlas  una simulación? ¿una falsificación?: “Fake ¡Its a phoney!”, exclama Mr. Gutman al final de El Halcón Maltés. Falsos aldinos,  grolieres  idealizados, canevaris de cartón piedra...El librero Pedro Vindel manda al artesano madrileño Victor Arias (1856-1935) reencuadernar un Doctrinal de Caballeros con un escudo  heráldico  falsamente antiguo  con las armas del Rey de Inglaterra o con la del marqués de Frómista. José Lázaro Galdiano,  collector hispano de referencia a mediados del siglo XX, compra  para su biblioteca madrileña como mudéjares del siglo XV ligaciones postizas terminadas en Cataluña a finales del XIX. También los Derains de Wolfgang Beltrachi o los Modiglianis de Elmyr de Hory engañaron a los expertos de Sotheby's , como vemos en el Fake de Orson Welles.

        Pero las encuadernaciones retrospectivas no siempre se terminaron, animus lucrandi, para  dar gato por liebre  a incautos bibliófilos. A menudo, los  tuneadores del romanticismo, que en Francia se llamaron pasticheurs  (su  “sumo sacerdote” fue  Georges Trautz (1808-1879)),  copiaron  el   pasado porque lo admiraban o bien porque lo  consideraron un signo de   progreso. No estaban hartos, como los habitantes de la Eutropia de Calvino,  o como los practicantes de la vida moderna líquida descrita por Baumam,  de todo lo  que habían disfrutado hasta el momento. “El siglo XIX avanza dando pasos hacia atrás”, reza el ingenioso oxímoron de Charles Nodier.  Para nuestra sorpresa, los términos  de una tópica antinomia se invierten cuando, en 1890, el encuadernador Marius Michel considera la imitación marca de originalidad:  en uno de sus escritos, el creador de la flora ornamental dice  haber terminado “un  diseño muy original que es una feliz imitación de los filetes de Grolier”.    




Encuadernación al estilo Le Gascon de Emilio Brugalla 

Encuadernación  neofanfare de Joseph Thouvenin


 ¿Cómo  trabajan los  encuadernadores retrospectivos? Primero, antes de asir la plegadera,  estudiaban el modelo prestigioso in praesentia o in absentia. Después lo reproducían  y no era raro que lo perfeccionaran, que corrigieran los defectos de su decoración o que la idealizaran hasta alcanzar un arquetipo, una creación universal que compendiara todo un estilo histórico de encuadernación, como sucede en el célebre Misale Toletanum que vemos abajo  En este empeño,  lo falso, como sucede en Jorge Luis Borges, incorporaba la idea de  creación universal, pues  el simulacro  de la imitación imbuía al libro encuadernado de la perfección requerida por una estética que aspiraba a abarcarlo todo. También los primeros intentos de Borges de escribir obras de ficción fueron   imitaciones universales: las Vidas imaginarias de Marcel Schwob, biografías que el bonoaerense reescribió para la Revista multicolor los sábados de 1933, se convierten en  Historia universal de la infamia.

Encuadernación neomudéjar 



Entre 1830 y 1900 proliferan en toda Europa los "ejercicios de estilo" (en el sentido de Queneau) , las recreaciones nostálgicas:  de la mirada al pasado nacen   encuadernaciones prototípicas, eminentes, solemnes y monumentales.  Veamos. En los primeros años del siglo XX, los franceses Cuzin y Mercier imitan los encajes de Padeloup. En Barcelona,  Hermenegildo Miralles (1860-1961) recrea a Maioli, copia a Canevari, interpreta a Padeloup. Desde 1940, su cotérraneo, Emilio Brugalla  Turmo (1901-1986) , en la órbita  del neotradicionalismo noucentista de Ramón Miquel y Planas, da nueva vida a Le Gascon sin salirse un ápice de la copia. En los años 1950-1960, la encuadernadora galaica Josefina Díez Lasaletta (1890-1969) ,  tras estudiar encuadernaciones de la Biblioteca Nacional de España y del Palacio Real, Archivo Histórico Nacional y de la Corona de Aragón, catedrales provinciales y de las bibliotecas de los monasterios de las Huelgas, Guadalupe y la Cartuja de Jerez, a partir de calcos, frotis, dibujos y esbozos, reprodujo  ligaciones españolas en sus mínimos detalles y defectos, entre ellos ejemplares del taller de Sancha para Guías de Forasteros.  En los años 1960-1970, el burgalés Antolín Palomino Olalla (1909-1995) había decorado  tapas de libros con el jarrón de  Sancha. En los 1970-1990, el taller Galván de Cádiz había  resucitado el estilo aldino, la dentelle de Padeloup y Derome, el estilo romántico de Miguel Ginesta, quien, a su vez, imitaba a Thouvenin y sus encuadernaciones "a la catedral"…. Más recientemente, en Madrid,  el taller madrileño de Ángel Camacho Martín (1954) e Iván  Camacho  Navarrete (1979) ha resucitado el plateresco, mientras que  en Barcelona el encuadernador y profesor de encuadernación Joseph Cambras Riu (1954) termina fidedignas   encuadernaciones retrospectivas según los patrones gótico-monásticos, mudéjares, platerescos, aldinos, de Maioli y de Le Gascon.

Encuadernación gótico-monástica de Joseph Cambras

Encuadernación al estilo Le Gascon de Emilio Brugalla El dorado "de mil puntos" exige un   trabajo minucioso: ensayos previos, aplicación  de los hierros principales, de hierros de tres o cuatro puntos, fijado de los puntos a una temperatura inferior a la del dorado principal, punteado al vacío..













    Los nombres de Grolier, Claude Picques, los Ève, de Thou, el “encuadernador del Arco de Cupido”, Luc-Antoine Boyet, Derome, Padeloup, Le Monnier, entre otros, evocan   para los bibliófilos retrospectivos del siglo XIX un pasado glorioso, mítico y brumoso que, según la teoría de la cultura de Jung,   expresaría un subconsciente estético colectivo a base de los logros más descollantes de un arte (como el ligatorio) poco proclive a la innovación. La expresión metódica de la vinculación al pasado, del apartamiento del presente y la negación del futuro se encuentra en el racionalismo de la anamnesis platónica, es decir, en la teoría de que todo nuevo saber es simplemente recuerdo: recordar, de nuevo, las formas contempladas antes del nacimiento, recobrar un pasado primigenio o ahistóricamente eterno, una teoría según la cual la esencialidad coincide con lo que ya ha sido. El  búho de Minerva sólo emprende el vuelo cuando cae la noche.¿Nostalgia del pasado? ¿“Retrotopía”, búsqueda de la utopía en el pasado, en el sentido de Zygmunt Bauman, que da felicidad a quien ejercita esta facultad de recordar?  “Soy feliz testigo -escribe Vladimir Nabokov- del  supremo logro de la memoria, que es la magistral utilización que hace de las armonías innatas cuando recoge en sus repliegues las tonalidades suspendidas y errantes en el espacio”. Pero esto no sucede siempre. En algunos encuadernadores  el pathos del cambio no está en la contemplacion y la interpretación, sino en la ruptura de la rígida  compartimentación  entre  pasado y futuro. Los  decorados resucitados   por los bibliófilos James Rothschild, Bauchart, Mercier y Mankey no siempre fueron  un   diagrama   que  unificara  la composición como si fuera un argumento   demostrativo de  la excelencia del pasado o   de la perversidad de lo moderno.

Encuadernaciones neogrolierescas  del siglo XIX

Para las encuadernadores retro el sistema de las referencias históricas es un presupuesto necesario para construir  su manufactura, pero, como le sucede al escultor con el molde de hierro, dicha condición  pronto desaparece, en el instante mismo en el que el armazón ha sido retirado y emerge pletórica una obra  nueva, autónoma y distinta. Se produce entonces una  inversión en la función de las correspondencias: el modelo inspirador, el medio propuesto por el autor de origen, se convierte en un misterio que sólo habremos de dilucidar en la medida en que los elementos  formales útiles en  la construcción de la encuadernación pasen a convertirse en parte de la interpretación. La  encuadernación retro se reinventa como  un sistema de correspondencias formales. El exégeta insomne de los motivos, el analista positivista de hierros y el catalogador hastiado crean pistas falsas o inciertas, persiguen rastros ciegos antes de llegar a conclusiones inútiles. Escapa a su análisis la estructura formal oculta, borrada del mapa  (pero, a pesar de todo, visible)  de la encuadernación retrospectiva. En el  Ulisses de Joyce tampoco comparecían de manera evidente los cantos de sirena de la narración homérica: ¿met him pike hoses o  metempsicosis?, duda Molly. En la encuadernación  retrospectiva, como le sucede al escritor irlandés  con el molde griego, la referencia perdida se muestra al mismo tiempo que su versión actual y en esta  duplicidad se impone a veces una parodia o una ambivalencia donde el modelo puede funcionar como procedimiento de unificación y argumento secreto. Como  la encuadernación que vemos en el presente  se muestra al mismo tiempo que la  versión precedente, no es interesante  diferenciarlas. El modelo es un plan platónico, una realidad infusa, el elemento  que comunica una cualidad a la composición:  por un lado, nos deja reflexionar sobre el origen de la decoración del libro; por otro, abre un debate sobre si la imitación es parodia, sombra duplicada en la pared de la caverna, plagio, cita o alegoría. 



Encuadernación neoplateresca del taller de Ángel e Iván Camacho

¿Qué sucedería si, en vez de uno de los clásicos del renacimiento o el barroco, el prototipo que ha de imitarse fuese una reliure original  en el sentido que Paul Bonet dio a este sintagma en 1945? ¿Es posible convertir la  vanguardia  en clásico? En París, Ana Ruiz-Larrea revive la bandas horizontales e irregulares de Pierre-Lucien-Martin. En Madrid, Juan Antonio Fernández Argenta, los desniveles y anfractuosidades en la piel de Monique Mathieu.  
    La encuadernación que vemos  al comienzo de este artículo ha sido  terminada  en EnCuadernaViaun taller y estudio de encuadernación ubicado en Madrid que hoy regenta Concha López Bermejo, una encuadernadora que adquirió las destrezas ligatorias en la Escuela de Artes y Oficios de Madrid e inició su actividad profesional en el laboratorio de Encuadernación de la Biblioteca Nacional de Madrid.
    

                      Encuadernación original de Pierre Legrain






       El trabajo de  EnCuadernaVia es, a no dudar, una recreación. El modelo, un decorado original de Pierre Legrain (lo vemos arribaa), un decorador de interiores y diseñador francés que, regresado a París de la Gran Guerra, gracias a los encargos que le hace Jacques Doucet entre 1917 y 1919, empieza a diseñar encuadernaciones sobre los libros de autores contemporáneos que coleccionaba el "costurero". Como los cubistas, Legrain recurrió en sus mosaicos de pieles a la geometría logrando un  equilibrio entre grandes superficies de cuero desnudo y  decorados geométricos a base de bandas rectas y círculos concéntricos dorados o en paladio con materiales inéditos en encuadernación como el nácar, la piel de serpiente, de zorro, las maderas exóticas o lacas que contradecían el clasicismo secular del dorado o grofado sobre la piel.


Encuadernación retrospectiva "al estilo de  Legrain" terminada por Concha López Bermejo en el taller EnCuadernaVia de Madrid

EnCuadernaVia ha enfrentado el reto de reproducir un modelo complejo: ha terminado un "bradel" sobre cuyas cubiertas se  ha impreso, encima de un lienzo, una reproducción de la composición del original de Legrain. En el lomo de piel de cabra marrón, observamos una sección de círculo, en mosaico de piel, semejante en color y forma a los de las tapas. Los hilos dorados, agrupados en tramos de cuatro en cuatro, hacen referencia también a varias obras de este encuadernador. Se completa el diseño con el rotulado del nombre autor y del título siguiendo el perfil del círculo. Los cajos han sido realizados en la misma piel que el lomo.En su reflexión sobre la decoración legraniana, López Bermejo ha decidido que la imitación del modelo prestigioso no sea parodia ni sombra duplicada del original. La  decoración del lomo repudia el plagio, prefiere la cita, la alegoría, desarrollar las posibilidades de un decorado original (integración de los motivos de la cubierta en una composición nueva) cuyos aciertos indudables han sido  aprovechados para reinventar lo que podemos llamar un neoestilo Legrain que  transforma el déco originario  en una   decoración que no sería justo llamar pastiche. Como en tantas encuadernaciones retrospectivas, la reproducción no excluye la originalidad. No estamos ante un libro shanzhai que, como un iPhone chino o un fake de Harry Potter,  parodie el modelo, sino delante de una decoración cuyo primer autor  nunca sospechó que su trabajo de invención pudiera ser deconstruido con tanto ingenio, ante una forma híbrida intensiva que ha dado continuidad en el tiempo al original del pasado transformándolo. 


René Char: Poesía y artes del libro

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Lettera amorosa, de René Char, es el gran poema del amor de la vanguardia francesa del siglo XX. George Braque lo ilustró con sublime humildad y Edwin Engelberts le dio una forma editorial bella y elegante. La primera parte de este libro presenta, en texto bilingüe, las dos versiones de Lettera amorosa: la manuscrita en 1952 por Char ilustrada por Jean Arp titulada Guirnalda amorosa y la impresa en 1963 acompañada de veintinueve litografías de Braque. En la segunda parte el lector encontrará un estudio sobre el impacto de la poesía de Char en la cultura del siglo XX. Arte, amistad y amor unieron en un mismo empeño al impresor Pierre-André Benoit, a la editora Ivonne Zervos, a los encuadernadores Rose Adler, Pierre Lucien-Martin y Georges Leroux, al librero Jean Hugues, a los pintores Georges Braque, Greta Knutson, Joan Miró, Joseph Sima, Louis Fernández, Pierre Charbonnier, Alberto Giacometti, Nicolas de Staël y María Helena Vieira da Silva, a los poetas Pierre Reverdy, André du Bouchet y Jacques Dupin y a los filósofos Martin Heidegger y Hannah Arendt. De todos ellos se habla en este libro.



CODEX expone en "Honorio y Anita"

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La tienda de material de encuadernación “Honorio y Anita” que en el número 8 de la calle Ardemans de Madrid regenta desde 2015 el encuadernador Carlos Montoya se ha convertido en los últimos tiempos en un punto de encuentro esencial para los aficionados a la encuadernación de arte en la capital de España. Además de su actividad habitual, centrada en la venta de pieles, papeles marmoreados y toda suerte de utensilios de encuadernación, en los últimos meses ha iniciado una actividad paralela consistente en la exposición de encuadernaciones, concretamente las terminadas por las Escuelas privadas. Tras iniciar su andadura con una muestra general de lo que hacen las escuelas madrileñas, en los últimos meses puede verse en las vitrinas de la planta baja de este establecimiento una selección de las últimas encuadernaciones salidas de los talleres de encuadernación más activos en Madrid en los útimos años.
La exposición que vamos a comentar y que fotografiamos en esta entrada está dedicada a las encuadernaciones terminadas en CODEX, un taller-escuela de encuadernación que regentan Guadalupe Roldán y Susana Domínguez, dos reconocidas encuadernadoras de arte con un amplio palmarés de premios y varios galardones del Ministerio de Cultura. CODEX, que abrió sus puertas en 2006 en Rivas-Vaciamadrid, se propuso desde sus inicios difundir las artes del libro en un espacio de uso colectivo en el que intercambiar procesos de trabajo e ideas dando a sus alumnos una formación continua y estableciendo relaciones con otros aspectos relacionados con las artes del libro. CODEX imparte cursos de encuadernación en clases reducidas (máximo de seis alumnos) con atención personalizada a cada uno de ellos y también imparte cursos monográficos.



Encuadernación de Guadalupe Roldán
Encuadernación de Isabel Palmero

Entre las alumnas de CODEX cuyas encuadernaciones podemos ver en esta exposición destacan las creaciones de Isabel Palmero, Francisca Consuegra, Inés Roldán, Camino Criado, Evangelina Nucete y Pilar Calahorra.
Las encuadernaciones de Guadalupe Roldán Morales que se exponen en esta muestra (fig arriba) pero sobre todo las que conocemos desde años atrás siempre han buscado lo esencial de la obra encuadernada y una interpretación personal del texto sutilmente exteriorizado mediante referencias implícitas. Esta expresión de lo escrito encuadernado es compatible con una forma decorativa que ha bebido en lo que Guadalupe Roldán, que es historiadora del arte, considera vanguardia: la escultura vasca del grupo Gaur: Chillida, Oteiza y Basterretxea; además, las creaciones de Tàpies, Giacometti, Equipo Crónica, los grabados de J.J. Ulzurrun Martija, los negros de Pablo Palazuelo, su abstracción lineal. Guadalupe Roldán ha inventado un mundo místico poblado de formas originales; ha simplificado las formas para adensar el contenido evitando el cromatismo y abrazando un esencialismo despojado y elegante, el “menos es más” de Mies van der Rohe. Cerca de Pierre Soulages, Roldán cree en el poder agitador de emociones que convoca el color negro, al que considera tono que mejor realza el motivo decorativo cuando domina con pocas intermitencias la cubierta del libro o se aplica como fondo. En sus encuadernaciones está presente también la pintura de Antonio Saura. Sobre box-calf, diseños impolutos e imponentes en su presentación nítida de áreas "borde a borde" o en relieve sobre pieles puras, sin teñir, sin grano, tan sólo manchadas por una leve tipografía.  
Encuadernación de Susana Domínguez
Susana Domínguez, la otra socia fundadora de Codex, se formó con María Manso en el taller-escuela Antolín Palomino de Madrid, ha sido alumna del taller-escuela "Cizalla" de María Josefa Crespi y ha seguidos cursos con Beatriz Moreno. Desde 1993 colabora con Guadalupe Roldán. Aplica sobre la piel películas de color, pan de oro, aluminio o cobre. Experimenta con diferentes técnicas de tintura de pieles con anilinas, buscando efectos y colores que aporten textura visual. También cultiva la técnica del transfer y el collage con papeles Japón tintados y combinados con la piel. Susana Dominguez, que ha dado clases de encuadernación en Méjico, cree que el diseño ligatorio ha de avanzar de la mano de las ideas de libertad, expresión artística, investigación y búsqueda de nuevos materiales y técnicas, tanto en la decoración como en el tratamiento de los materiales.

La exposición de “Honorio y Anita” es muy recomendable para todos los amantes de las bellas encuadernaciones y la iniciativa de Carlos Montoya digna de encomio. La disposición de las piezas, correcta. En este caso la encuadernación deja de ser un arte de lo mínimo, un arte anticolosalista para convertirse en una parte esencial de una creación plástica de mayor envergadura. No deben perderse esta exposición quienes consideran el libro un soporte apto para el arte de hoy: marca un camino a seguir para otras muestras que -nos anuncia Carlos Montoya- se sucederán en el futuro en este mismo local.





Ana Ruiz Larrea o el arte de la encuadernación

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      En el pequeño y exclusivo mundo de la encuadernación de arte española todo el mundo conoce a Ana María Ruiz-Larrrea
 (1947). Es, quizá, la figura más carismática de la encuadernación española del siglo XXI, la profesora de encuadernación por antonomasia, una excelente enseñante a juzgar por los testimonios de sus muchos alumnos sobre los que a veces ha influido de forma más que determinante. 
     Ruiz-Larrea personifica la ruptura con el anquilosado mundo de la encuadernación española del siglo XX (dominado por las glorias petrificadas de Antolín Palomino y Emilio Brugalla), un nuevo modo de comunicar la cultura ligatoria ajeno a los secretismos de antaño, pero encarna también la estética contemporánea, la ruptura con la repetición de los grolieres, canevaris, padelopus o sanchas, el dinamismo puro de la acción porque la suya es una trayectoria jalonada por innumerables inciativas asociativas, por la organización de exposiciones y encuentros entre encuadernadores y por un sinfín de actividades para  fomentar la encuadernación de arte.  
        Tras estudiar historia del arte en Madrid, Ana Ruiz Larrea descubre la encuadernación en 1979 gracias a su madre y a una
 amiga alumna del encuadernador tradicional Ladislao Álvarez. En 1981 viajó Bruselas, donde conoció a Christine Léonard (1949), una encuadernadora de la que recibió clases particulares y  que le ayudó a preparar el difícil examen de ingreso en la Escuela de La Cambre de Bruselas, que aprobó en 1984. Junto con Liliane Gérard y Jacqueline Liekens, Léonard había sido una de las alumnas belgas predilectas de Micheline Bellefroid (1927-2008), profesora y "dama de hierro" de la encuadernación en Bélgica, una persona que dejó huella en  una generación por más que algunos de sus discípulos criticasen su severidad y rigorismo técnico.  Como Léonard, Ana Ruiz Larrea tuvo la suerte de tenerla  como profesora  y esto ocurrió entre los años 1983 y 1986.                  

         Micheline será recordada  por la invención del papel kromekote, por la terminación de "cuerpos de obra" técnicamente  irreprochables, por haber incorporado  a sus encuadernaciones los drippings de Jackson Pollock, las caligrafías japonesas  de Wols, los motivos del pintor Georges Mathieu  y también  por su diatriba contra los que ella llamó “encuadernadores de arte" o "decoradores de libros” obsesionados, según Micheline, con ser considerados artistas antes que encuadernadores porque descuidaron las prácticas tradicionales del  oficio en aras de la libertad absoluta en el diseño (Micheline   polemizó sobre la cuestión con el encuadernador británico Philip Smith en un artículo: "Assez de reliures décorées!"). Frente al ego del artista que se afirma por la extravagancia formal y el libro-objeto, Micheline, alejada de la suntuosidad visual "a lo  Paul Bonet",  "a lo Philip Smith", nunca dejará de afirmar que el encuadernador no es más que un artesano que practica el "arte de la encuadernación" y no la "encuadernación de arte", que está al servicio del la literatura y del libro.  

Maqueta de una encuadernación de Micheline de Bellefroid
Ana Ruiz-Larrea, como la alemana Mechthil Lobisch, artista conceptual, reina del minimalismo, fue una de las alumnas no belgas más aventajadas de Micheline, de quien aprendió una decoración  “aestructural” según la estética del pintor belga  Jo Delahut. Micheline le transmitió también la construcción rigurosa del libro defendida   por Vladimir Tchékéroul (1899-1992), quien   hasta 1966 en sus llamadas encuadernaciones   "zen"preconizó la perfección formal, el dominio   de la técnica, la ascesis espiritual,  unos “no decorados” jansenistas que hoy nos dejan mudos a causa de su perfección y rara elegancia,    

Cuaderno de notas de Micheline de Bellefroid sobre el papel Kromekote
Expone Ana Ruiz Larrea por primera vez sus libros  en 1987 en Amillo y se da a conocer en Madrid, donde muchos solicitan sus clases. Retiene entonces de sus años belgas, a más  del  minimalismo de Delahaut, la idea de estructurar el  espacio decorable de las cubiertas del libro, desde Pierre Legrain las dos tapas + el lomo,  como unidad decorativa ininterrumpida y en este punto se separa de   Bellefroid, cuyas tapas aspiran al alcanzar la simetría en torno al eje del lomo del libro, en cuyas  encuadernaciones  los motivos  mosaicados  han sido centrados sobre una tapa en tanto  que la otra se limita a repetirla.   Pero la aportación técnica más descollante de Ana Ruiz-Larrea está en el lienzo de las ornamentaciones: pieles preparadas para cambiar su apariencia natural, pieles impresas, chifladas, agujereadas, pieles raspadas,  boxcalf con pequeños puntos de anclaje, incrustaciones de piel de cocodrilo en relieve, vachette, aplicaciones bombeadas, decorados lisos embutidos “borde a borde”, carnazas obtenidas de la división o el chiflado, pieles impresas... 

    En el decorado, la armonía entre los colores, que nunca desentonan (más cercana aquí Ana Ruiz Larrea de la elegancia discreta de Rose Adler que de los decorados apabullantes de Paul Bonet),  relaciones metafóricas con el texto, la representación siempre alejada de lo figurativo,  el programa  de la Société de la Reliure Originale... Pero aquí también está presente Micheline: "Cuando recibo un libro para encuadernar, lo examino rápidamente, vuelvo después sobre él, leo ciertos pasajes, los dejo madurar en mi imaginación. Apenas me formulo mis impresiones, pero las dibujo a  lápiz. Y, finalmente, poco a poco, surge una maqueta en color que someto a la aprobación del cliente. Discutimos sobre ella juntos. Después, me pongo a pensar..." 
Ana Ruiz Larrea  y Micheline de Bellefroid en el año 2000
En las encuadernaciones de Ana Ruiz Larrea la forma del libro queda intacta, pues esta encuadernadora ha renunciado a las experimentaciones sobre la estructura (emprendidas por Jean de Gonet), sobre la forma (que obraron Daniel Knoderer y Jan  Sobota) y a la alteración de la forma del paralelepípedo. Como era de esperar, desaparecen  los pequeños hierros en beneficio del mosaico, se apuesta por el geometrismo déco estilizado por Van de Velde y por el elegante decorativismo contenido de Creuzevault. Los diseños de Ana Ruiz Larrea, que el interesado puede ver en el sitio de Michéle Garrec (michelegarrec.com), en la foto de abajo y al final de este artículo,  son abstractos, racionalistas, de formas depuradas, siempre  animados  por un grafismo espontáneo y vivaz y por unos colores  agradables a la vista. 






Encuadernación de Ana Ruiz Larrea terminada en 2013. Box con incrustaciones de piel de anguila
Ana Ruiz Larrea reinventó el oficio de encuadernador en España, donde  nunca   hubo una buena enseñanza oficial de la encuadernación: no la habido de la altura suficiente en la Escuela de Artes y Oficios.  Desde 1991 practicó  en su escuela privada de diseño y encuadernación de Madrid una pedagogía que compaginaba la enseñanza de las habilidades tradicionales  con la estética   contemporánea. “A todos los que hemos trabajado con ella nos ha enseñado todo lo que sabe y esta figura es atípica en el mundillo íntimo de la encuadernación de arte”, ha dichoAndrés Pérez-Sierra, uno de sus alumnos. Esta pedagogía  se sustenta en la progresión, en la claridad en la concepción de diseño y en la elaboración de un proyecto previo, pues “nunca se debe empezar a encuadernar un libro, ni siquiera la costura, antes de tener una idea precisa del resultado que se persigue”,  metodología que valora la toma de notas escritas, la captación de las maneras y del sentido que tiene cada gesto, saber qué, por qué y cómo se van a hacer o a no hacer las cosas, la prueba del ensayo, error, la superación. ..

    Antes de establecerse en la región de París en 2003,  Ana Ruiz-Larrea había introducido en España la idea de modernidad, y en cierto sentido la había monopolizado. Seguramente europeizó la encuadernación española, porque rompió con la secular confusión entre los oficios de restaurador y encuadernador y con el dorado de pequeños hierros y la impresión con plancha, también porque, sin contar con ayuda oficial, al doblar el siglo XX, trajo a los talleres de Madrid a algunos de los  encuadernadores europeos más innovadores, entre ellos al  belga Edgar Claes (autor de  encuadernaciones de policarbonato), al  imaginativo y versátil Florent Rousseau (papeles decorados), a Jacky Vignon (inventor de estructuras trenzadas) y al destacado grafista François Brindeau (con quien hoy comparte taller), profesor  en la Escuela Estienne formado con Jean de Gonet.  

Ana Ruiz Larrea en su taller
      En Francia, Ana Ruiz Larrea hoy da clases en el Taller de Artes Aplicadas de Vésinet, como hasta poco Annie Persuy, como Sün Evrard, Godelieve Dupin de Saint Cyr, Florence Jumelle, Florent Rousseau, Michel Richard  y  Marie-Pia  Jousset. Ha impartido   cursos de encuadernación en Canadá, Munich, Suecia y Bélgica (Mariemont). En España, tras trasladar su taller a Saint Maurice (región de París), su influencia persiste, pero a duras penas, entre sus alumnos aglutinados en torno al grupo Cinco +. Hoy su estética camina hacia una simplificación formal  que valora los colores de una misma gama, a veces tan solo escandidos por incisivos juegos de rombos o de filetes verticales. Ha intensificado, en paralelo, el trabajo sobre la piel previo al recubrimiento: sutil pulimentado, elocuente abombamiento, expresivo desgarro….  Los años han reforzado la simbiosis entre la estética y el cuerpo de obra en beneficio de una potente expresividad de los significados literarios y hoy la encuadernadora española  ha conquistado un estilo mejor definido que el de sus comienzos, seguramente la culminación de su prolongada reflexión sobre el arte de la encuadernación, pero quizá, más todavía, el fruto de varias décadas consagradas a la comunicación a los demás de sus habilidades e investigaciones. 

     





Encuadernación de Ana Ruiz Larrea terminada en 2013. Box, mosaicos incrustados y bombeados de cabrito y peiles impresas con cuadros de Palladio
¿Qué queda hoy entre los discípulos de Ana Ruiz-Larrea de la defensa de la tectónica del libro de Bellefroid? Andrés Pérez-Sierra ha construido “máquinas imposibles”, “juguetes” de colores vivaces en función del cálculo de los materiales, las resistencias y la división del espacio en varios planos. Dolores Baldó, hoy volcada en la enseñanza en su taller de Madrid, ha erigido sensibles mosaicos de pieles perforadas o alteradas en las que ha mezclado colores con un equilibrado sentido de su compatibilidad y armonía. Isabel García de la Rasilla tradujo encima del cuerpo de obra las metáforas de los poetas del 27, que colecciona como bibliófila, y las imágenes de los livres de peintre. Inmaculada Gazapo, que admira mucho a Jean de Gonet (“todo para la vista, el máximo para el tacto, economía en materiales y colores”), ha inventado mínimos decorados racionalistas en encuadernaciones con incrustaciones de aluminio sobre cuero. Margarita del Portillo, con diseños de inspiración escultórica, desarrolla un minimalismo de escuetas líneas simétricas. 
       Estos cinco encuadernadores de arte conforman hoy el autodenominado Grupo Cinco+. Pero la influencia de Ana Ruiz Larrea ha sido reconocida también por una nueva generación de encuadernadores: Carlos Sánchez Álamo, Gonzaga Gil-Delgado Friginal, Ana Prada, Marielle Zaraluqui, María Francisca Rein-Duffau, Miguel Peréz Fernández, Juan Antonio Fernández Argenta, Zigor Anguiano, Helena Jiménez de Aberasturi, Paz Alomar, Paz Gancedo, Gonzaga Gil-Delgado, Ángel Gómez Pinto, Blanca-Jacob Ernst Escario, Concepción Luna Sánchez Álamo…..


Encuadernaciones de Ana Ruiz Larrea










































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Guadalupe Roldán Morales, una encuadernadora esencialista

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      Guadalupe Roldán Morales es una de las encuadernadoras de arte españolas más reconocidas en el actual panorama. Hace unos días le propuse un cuestionario sobre su modo de entender la profesión; le pedí también que me hablara de su propia experiencia en este bello y difícil trabajo que es encuadernar libros decorados con diseños de arte. Ella no sólo accedió a a mi pretensión respondiendo a mis preguntas, sino que, además, quiso explayarse sobre algunos de los asuntos candentes en el oficio. Creo, por ello,  que lo que ella dice en esta entrevista podrá interesar a sus compañeros de trabajo, a los que aprovecho para invitar a intervenir en foro abierto sobre los asuntos   departidos. Pero, antes de entrar en materia y tras agradecer a Guadalupe  su colaboración desinteresada en este blog dedicado a la encuadernación de arte, quisiera decir unas palabras sobre su trayectoria profesional y hacer una sucinta glosa de sus encuadernaciones, aunque para esto último nada mejor que mirar despacio las fotos  con las que termina esta entrada. 
     Guadalupe Roldán dio sus primeros pasos como encuadernadora en el taller "Cizalla" (con Ana Ruiz y Ruiz y Gonzalo Sánchez Arévalo) y después recibió enseñanzas de esas dos magníficas profesoras que son Ana Ruiz Larrea y Dolores Baldó; sobre este bagaje, a lo largo de los años, ha profundizado en sus destrezas  adquiridas con rebuscas incesantes desde lo que podemos considerar una metodología decididamente autodidacta basada en la investigación, la observación, el estudio y el esfuerzo personal; desde hace unos años colabora en "Códex", su  taller de encuadernación sito en Rivas Vaciamadrid, con Susana Domínguez, donde da clases. Por la reciente exposición celebrada en Madrid en la tienda de encuadernación "Honorio y Anita" (que ha sido objeto de una reseña en este blog) hemos podido comprobar la calidad de los trabajos de sus alumnos. 
       Las encuadernaciones  de Guadalupe  Roldán (que ha diseñado también  libros de artista  en colaboración con J. Ulzurrún y Álvaro Ulzurrún, quienes interviene en el diseño de sus decorados) han obtenido varias veces el reconocimiento del Ministerio de Educación (Premio a las Mejores Encuadernaciones Artísticas)  y galardones en Suecia y  Reino Unido (en Oxford su nombre ha  figurado entre los Distinguished winners de la asociación Designer Bookbinders en el año 2017). También han sido premiadas en  Francia y Holanda y,  a su modo, algunos de los  bibliófilos españoles mejor preparados  las han "premiado" también distinguiéndolas con sus encargos, como podremos comprobar leyendo los pies de las fotos con las que termina esta entrada. 
      Sobre la calidad técnica del cuerpo de obra de estas encuadernaciones, sobran las palabras: basta con mirar la bella imagen del cosido con  escartivanas del Tagebücher, de Franz Kafka, ilustrado con litografías de  Antonio Saura que se reproduce también al final de esta entrada.

    Por lo que hace al diseño, lo primero que llama la atención es la definición resuelta de su estilo. Nada de componendas ni de fáciles soluciones de compromiso. Guadalupe Roldán profesa una estética que podríamos llamar militante, pues sus decorados expresan de forma sencilla, contundente y definitiva  lo esencial de los textos que recubren. Ante nosotros un mundo místico poblado por formas inspiradas lejanamente en las esculturas de Eduardo Chillida, en las pinturas de Antonio Saura y en la omnipresencia del negro invasor de Pierre Soulages. Guadalupe Roldán simplifica las formas para adensar el contenido, evita el cromatismo, abraza lo despojado y elegante del “menos es más” de Mies van der Rohe y abomina del horror vacui, sambenito que, mucho antes de Sancha y Palomino, ha pesado como baldónsobre la encuadernación de arte española. Frente a ello, lo escueto y lo expresivo,decorados capaces de integrar los procedimientos genuinos del arte secular de encuadernar libros con las exigencias de la vanguardia artística del siglo XX, como quería Paul Bonet.



J.L. Ch.¿Cómo puede formarse un encuadernador de arte en la España de hoy?

G. R. M. No estoy al tanto de cuáles son los organismos oficiales que en este momento se ocupan de la formación de los encuadernadores.
Sé que existe un módulo de Formación Profesional de Técnico Medio en Encuadernación y Manipulados de Papel y Cartón, pero no sé qué se aprende.
Es de suponer que habrá instituciones oficiales y/o departamentos donde encuadernadores de prestigio se ocupen de enseñar este noble oficio.
Por otro lado, existen escuelas y talleres a lo largo de nuestro país que desarrollan una gran labor, eso sí, en el ámbito privado.

"Muy pocos "locos" de los libros son capaces de valorar el trabajo que conlleva una encuadernación de arte".

JL.Ch.¿Cómo ves la situación general de la encuadernación de arte en la España de hoy?

G.R.M. Creo que en España hay grandes encuadernadores que ponen empeño e ilusión en sacar adelante este oficio elevándolo a arte. Muestra de ello es que en los certámenes internacionales de encuadernación de arte los españoles siempre están presentes y, muy frecuentemente, en lugares destacados. Eso se debe al trabajo, al esfuerzo y al bien hacer de personas individuales, maestros, profesores y alumnos, empeñadas en hacerlo cada vez mejor.
Otra cosa es que ese esfuerzo se vea recompensado en lo que vale, tanto por la sociedad, el Estado y los mecenas.
Se lucha continuamente contra dos cosas fundamentales: por un lado, la decadencia del libro de papel y por otro los afanes capitalistas de que a todo ha de sacarse el máximo rendimiento económico.
Muy pocos "locos" de los libros son capaces de valorar el trabajo que conlleva una encuadernación de arte.
Incluso el Estado colabora en esto. No se favorece ni se difunde el gran potencial que tiene España. Los concursos son escasos y en los pocos casos que existen no se publicitan ni se retribuyen suficientemente.
La ausencia de asociaciones de encuadernación también es un factor en contra.

"El bibliófilo da ánimo, confianza e ilusión al encuadernador"

JL.Ch. ¿Cómo influye el bibliófilo en tu trabajo?

G.R.M. El bibliófilo da ánimo, confianza e ilusión al encuadernador. De pronto hay alguien ahí que conoce y valora tu trabajo. El hecho de recibir un encargo llena de energía a los que encuadernamos. Da vitalidad pensar en el diseño, en la elección de los materiales, en el proceso constructivo y recrearse en el momento final de admirar la obra.
Sería bonito volver a los tiempos en los que la biblioteca era ese lugar maravilloso donde colocar tus tesoros en papel, donde la vista elije qué tocar y leer sentado en un lugar confortable. Ese lugar mágico donde los niños aprenden donde se encuentra el saber y todo lo bello y humano que contienen los anaqueles. Y si están hermosamente encuadernados, mejor. Pero parece que esto está siendo engullido por las prisas, la rentabilidad y lo tecnológico. Quiero decir que no confío en la continuidad que las nuevas generaciones vayan a dar a la labor de abuelos y padres.
Espero que cada vez más haya ese tipo de bibliófilo, acorde a los tiempos, alejado del tradicional, que se relacione con el encuadernador de forma distinta y que saque y nutra estos momentos de vacío. Hablo del que ama a los libros y los protege para la posteridad, sea cual sea su poder adquisitivo y el valor de sus libros.

"El bibliófilo exige calidad, que el vestido sea potente, elegante y lleno de alma."

J.L. Ch. ¿Cuáles son las exigencias del bibliófilo?

G.R.M. Creo que, al hacer un encargo, el bibliófilo busca en el encuadernador la afinidad, su bien hacer, su estética y sobre todo que comparta con él la complicidad con el libro que le confía, que el encuadernador lo entienda y que, por ello, lo vista de la manera más digna.
Exige calidad, que el vestido sea potente, elegante y lleno de alma.
Habría que distinguir entre el bibliófilo preciosista o clásico que busca ante todo la belleza y el porte elegante de los lomos con nervios y dorados, y aquel otro que potencia la creación de vanguardia, donde prima la complicidad del contenido con la encuadernación.


JL. Ch. Así es, una cosa son las llamadas "encuadernaciones-casaca",  como las neoclásicas de Bozerien, siempre homogéneas, monótonas, sustituibles, producto de un arte tradicional, trabajos que sólo conquistan  la relevancia artística  cuando  rompen con  una tradición acumulativa de repeticiones,  y otra muy distinta las "encuadernaciones de estética contemporánea", "estrictu sensu" las de la "Société de la Reliure originale" (desde poco antes de mediados del siglo XX) , siempre "a la escucha de texto", las hoy codiciadas obras de arte únicas de  Creuzevault,  Cretté   o Bonet.  La "encuadernación de creación" deja de ser un artesanado; no es, desde luego, como se dice vulgarmente de la encuadernación,  un arte menor ni un arte aplicado; es  arte, ni más ni menos, un arte igual a los demás, si es que puede establecerse una jerarquía entre las artes, y ello porque las aportaciones técnicas y estéticas que demanda la terminación de  una "encuadernación de creación" piden una  armonización  especialísima de componentes e iniciativas variopintas orientados todos ellos a la consecución de un todo orgánico, algo  seguramente extraordinario
       

G.R. M. A mí me gusta presentar al cliente, antes de comenzar mi trabajo, uno o varios diseños para que elija. El libro es suyo y creo que tiene derecho a formar parte del equipo. No me gusta decidir sobre algo que no es mío. Sería, desde mi punto de vista, imponer mi criterio. Y puedo asegurar que los resultados de este diálogo son muy satisfactorios y enriquecedores.

"Lo difícil para mí es resumir el libro en apenas unas formas o trazos. Ser esencialista. Me gusta tender a lo mínimo".

JL.Ch. ¿Qué es para ti más importante a la hora de elegir el decorado de una encuadernación: el texto e ilustraciones del libro o ser fiel a tu propio estilo de diseño?

G.R.M. Las dos cosas, dependiendo del libro una irá por delante de la otra.
Sin olvidar mi estilo creo que éste siempre debe estar acorde con el contenido, no importa que el libro lleve o no ilustraciones. Ante todo me llama la atención el color, el papel, la tipografía, la ligereza o la densidad del texto. Me informo sobre la obra; si no la he leído, ojeo y leo entre líneas para captar su espíritu. Si conozco la obra, ya tengo dado el primer paso.
Lo difícil para mí es resumirlo en poco, en apenas unas formas o trazos. Ser esencialista. Me gusta tender a lo mínimo.


J.L. Ch.Guadalupe Roldán practica un esencialismo oracular, la economía de medios; sus diseños parecen crómlechs maltrechos; es la vision de un cosmos en expansión expresado con unos blancos y unos negros donde, como escribió Cirlot de la pintura de Saura, "la vida y la muerte se entremezclan, se funden como realidad pugnante". Diseños sencillos e impolutos en su presentación de áreas nítidas, de áreas "borde a borde" sobre pieles duras, sin teñir, sin grano, solo manchadas por una leve tipografía que no perjudica la rotundidad de la expresión.

"Si el diseño es potente, tiene alma y llega de forma ordenada y completa al espíritu, es que detrás hay un artista".

JL.Ch. ¿Crees que el autor material de una encuadernación de arte ha de ser la misma persona que el inventor de su decorado?

G.R.M. Es como se ha venido y se viene entendiendo a la hora de valorar a un encuadernador. Es el debate. Desde luego no es mi caso.
Para los proyectos importantes suelo trabajar en colaboración con mi esposo J.J. Ulzurrun, y a veces con mi hijo Álvaro Ulzurrun, a la hora de pensar un diseño. Lo pensamos y repensamos aunque siempre prevalece mi criterio, no tanto por capacidad y formación estética sino porque llevar al libro un diseño a veces es complicado.

JL. Ch. En efecto, diseñar sobre papel es una cosa y trasladar al libro ese proyecto cosa muy diferente. En la Escuela de la Cambre bruselense, la gran profesora de encuadernación que fue Micheline de Bellefroid -cuenta su antigua alumna Christine Léonard- hacía ejecutar a sus alumnos  diseños que había inventado el pintor Jo Delahaut sin tener en cuenta las limitaciones técnicas que, sobre el libro, imponía trabajar con determinados materiales.

G.R. M. Creo que ser encuadernador de arte no lleva necesariamente aparejado ser artista y eso hoy se confunde con mucha frecuencia.
Si el diseño es potente, tiene alma, llega de forma ordenada y completa al espíritu, es que detrás hay un artista.
El diseño entonces puede llegar a ser intemporal.

"Lo más complicado es, que con mi estilo de colores muy austeros y ausencia de texturas, pueda conseguir un diseño que capte la esencia del texto".

JL.Ch. ¿Cómo determina el texto del libro que encuadernas el diseño de tu encuadernación?

G.R.M. Intento descubrir y captar en la temática sus mensajes. No es lo mismo encuadernar un texto infantil que un poema o una epopeya. Lo más complicado es conseguir un diseño que capte la esencia del texto sin renunciar a mi estilo de colores muy austeros y con ausencia de texturas.

JL.Ch. ¿Cómo influyen las ilustraciones y demás rasgos bibliofílicos del libro en el diseño de tus encuadernaciones?

G.R.M. De forma definitiva. Sobre todo los colores.
Huyo de la traslación de las imágenes de las ilustraciones al diseño. Ahí sí que me separo del ilustrador, pero por respeto a su obra. Emularlo sería para mí un insulto. Él o ella han hecho su trabajo y a mí me corresponde hacer el mío. Entonces sólo puedo recurrir a los colores y a las formas esenciales.

"Lo que hacemos no es más que la recopilación de todo lo que hemos aprendido de otros y por respeto a nuestros maestros nosotros debemos enseñar lo que sabemos".

JL.Ch. ¿Secretismo para preservar lo que nos ha costado mucho esfuerzo adquirir o, por el contrario, trabajo en equipo y principio de colaboración?

G.R.M. Apuesto decididamente por el trabajo en equipo. Así lo llevo haciendo durante 20 años tanto en nuestra escuela, Códex, como a nivel personal.
Guardarse para sí lo que uno sabe es mezquino y está en contra de la buena tradición de lo que es ser maestro. El que sabe algo debe enseñarlo, si no ¿para qué sirve?
De hecho, lo que hacemos no es más que la recopilación de todo lo que hemos aprendido de otros y por respeto a nuestros maestros nosotros debemos enseñar lo que sabemos.

J. L. Ch.   “Jamás daré en España ninguna enseñanza, ya que no puedo seguir dando lo que a mí no me dieron. Yo he sido un autodidacta y no puede presumir nadie de haberme enseñado nada" (Antolín Palomino). Las resentidas palabras del maestro burgalés  han quedado obsoletas. Desde entonces las cosas han cambiado mucho en España con  la proliferación de escuelas de encuadernación, el auge del trabajo en equipo y con la difusión de habilidades y técnicas a través de la interesante literatura de los manuales de encuadernación. Sus autores son, entre otros,  Sabrel, Monje, Torrente Secorún, Cecilio Cámara,  Emilio Brugalla, José Cambras, Carlos Vera...



JL.Ch. ¿Por qué crees que en la España de hoy hay tan poca demanda de encuadernaciones de arte de estética contemporánea?

G.R.M. Supongo que porque seguimos anclados en los cánones clásicos, en el arte, en la música, en las artes escénicas, etc... Aún no hemos asimilado el arte de vanguardia de hace más de un siglo. Queremos seguir viendo lo que entendemos, o creemos entender, y aún no hemos dado el salto a lo que sentimos.
Quiero decir que, como en el arte, nos sigue llamando la atención lo realista, las imágenes recurrentes, lo que conocemos. Nos da miedo el arte abstracto y demás vanguardias porque, al no sentirlo, seguimos queriendo ver un gorro cuando ni siquiera hay un elefante.
Mientras las escuelas infantiles y de primaria no den una formación estética seria seguiremos anclados en lo antiguo, y a los que demandan encuadernaciones de arte les pasará lo mismo

JL.Ch. ¿Crees que el dominio del dorado tradicional es imprescindible en la formación de un encuadernador de arte?

G.R.M. Creo que sí, pero la vida no da para dominar todas las técnicas.
Respeto profundamente todos los oficios y el tiempo que lleva conseguir la maestría.
Un buen dorador es definitivo para rematar una obra en equipo, que como he dicho antes es mi forma ideal de trabajar.


"Siempre pienso que no se va a valorar suficientemente una encuadernación sencilla, liviana, con poca cosa. Si pudiera librarme de ese prejuicio, haría encuadernaciones aún más simples."

JL.Ch. ¿Qué factores piensas determinan el precio que ha de pagar el bibliófilo por una encuadernación de arte?

G.R.M. Para mí es imposible contestar a esta pregunta ¿El tiempo invertido? ¿Los materiales utilizados?
Me temo que, desgraciadamente, se siguen valorando esas cosas.
A veces, me sucede a menudo, cuando me hacen un encargo o me presento a un concurso, dado que soy muy minimalista, me asalta la duda de que el que el cliente o el jurado pensarán que me he quedado "corta". Siempre creo que no se va a valorar suficientemente una encuadernación sencilla, liviana, con poca cosa.
Si pudiera librarme de ese prejuicio haría encuadernaciones aún más simples.


"La encuadernación de arte no está pagada. Si contamos las horas desde que se piensa en el diseño, la elección de materiales, la preparación del proyecto... entonces es impagable".

JL.Ch. ¿Ves posible con la crisis económica actual una encuadernación de arte a precios asequibles o crees que esta singular profesión, la de la  bibliopegia, nunca se liberará de sambenito de ser considerada un "arte ricos”?  Seguramente Veblen habría descrito  lo que se paga por una encuadernación conspicuous consumption, gasto de una suma elevada que hace la clase ociosa en un bien inocuo.

G.R.M. Entramos en el terreno, de nuevo, de la rentabilidad. La encuadernación de arte no está pagada. Si contamos el tiempo que lleva pensar el diseño, la elección de materiales, la preparación del proyecto (que en mi caso es larga, ya que no cuento con hacer correcciones), la elaboración y acabado... entonces es impagable.
Así las cosas, ¿qué hacer? Pues seguir encuadernando.
Mientras los bibliófilos no cejen en su empeño de conseguir una encuadernación de gran calidad a un precio bajo, supongo que estará condenada a desaparecer.
Cuestión diferente es que seamos capaces de empezar a valorar otras cosas, nuevos materiales, técnicas constructivas novedosas, algo más que el mero encartonado, que tengamos en cuenta presentaciones más vanguardistas y sofisticadas. En ese caso es posible que entre todos podamos sacar adelante este arte-oficio. Que deje de ser un arte de ricos para ser un arte de todos.

JL.Ch. No les falta razón a los encuadernadores que sostienen que, en las transacciones de encuadernaciones de arte, los adquirentes no pagan generalmente ni la mitad de las horas que el encuadernador invierte en su trabajo. Tampoco la competencia y habilidades acumuladas. Por ello  pocos encuadernadores se aventuran  hoy a ejecutar trabajos a la antigua usanza, esto es,  decorados con pequeños hierros, cincelados de cortes, trabajos que pueden necesitar cientos de intervenciones algunas de las cuales   (al menos en el dorado)  tienen que repetir varias veces. ¿Cómo pagar con equidad  este trabajo?  

JL.Ch. ¿Qué futuro crees le espera a la encuadernación de arte en España?

G.R.M. Si no tomamos, o  las autoridades no toman, cartas en el asunto lo veo anodino y aburrido.
Hace falta ya, y de forma urgente en este país, la creación de una escuela o instituto integral del libro. Incluso a nivel universitario.
Es fundamental enseñar tipografía, grabado, restauración, dorado, técnicas constructivas, fotografía, etc... en un gran centro interdisciplinar donde puedan formarse las nuevas generaciones.
¿Que eso entraría en conflicto con las escuelas privadas? ¡Bienvenido sea!





ENCUADERNACIONES DE GUADALUPE ROLDÁN 

Entreguerras: o de la naturaleza de las cosas
J.M. Caballero Bonald

Edición especial para el Premio a las Mejores Encuadernaciones Artísticas, 2013
Seix Barral, 2013
Medidas:17,5x28x2,3 cm
Galardonado con el Primer Premio 2013

Encuadernación en piel negra  box calf. Decoración conaplicaciones en pieles blanca y gris. Incisiones. Diseño concebido en colaboracióncon José J. Ulzurrun.

Foto de la encuadernadora

Tagebücher

                                                                             Frank Kafka

                                                                  Litografías de Antonio Saura

                                                                       Texto en alemán

                                                            Manu Press, Stuttgart 1988

                                                                 Medidas: 26x32x3 cm



                             Encuadernación en piel boxcalf negra, cosida sobre escartivanas. Decoración

                                   con aplicaciones en piel de vacuno blanca e incisiones.
                                 Diseño concebido en colaboración con José J. Ulzurrun.
                                                         Foto y texto cortesía de www.unikabooks.com




Palinuro de México
Fernando del Paso

Edición especial para el Premio a las Mejores Encuadernaciones Artísticas, 2017
Seix Barral, 2016
Medidas:19x23x6,5 cm
Galardonado con el Tercer Premio 2017

Encuadernación en piel charol negra. Decoración conperforaciones 
Diseño concebido en colaboración con Álvaro Ulzurrún




Tagebücher
Frank Kafka

Litografías de Antonio Saura
Texto en alemán
Manu Press, Stuttgart 1988
Medidas: 26x32x3 cm

Encuadernación en piel boxcalf negra, cosida sobre escartivanas. Decoración
con aplicaciones en piel de vacuno blanca e incisiones.
Diseño concebido en colaboración con José J. Ulzurrun.

Foto y texto cortesía de www.unikabooks.com



Dix Tours de Maitre Renard
Zehn Streiche Von Meister Fuchs

Jean de la Fontaine
Aguafuertes de Brigitte Coudrain
Edición bilingüe francés/alemán
Manu Press, Stuttgart 1977
Medidas: 18x37x1,5 cm
Ejemplar 123
Encuadernación en piel de vacuno negra ybox calf marrón. Decoración conaplicaciones en piel de vacuno blancae incisiones. Estuche con grabado original.
Diseño concebido en colaboracióncon José J. Ulzurrun.
Texto cortesía de www.unikabooks.com

Foto de la encuadernadora







Les nuits de Sibérie
J. Kessel

Eaux-Forts de Alexeieff
Ernest Flammarion,1928
Medidas: 24,5x21x2,3 cm

Encuadernación en piel negra  box calf. Decoración conaplicaciones en pieles blanca, roja y gris. Incisiones. Diseño concebido en colaboracióncon José J. Ulzurrun.
Foto: de la encuadernadora
Imagen cortesía de Diego Martínez Casado









I Premio de Encuadernación Artística de la Imprenta Municipal del Ayuntamiento de Madrid

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       El 27 de Diciembre de 2017, y con presencia de la regidora de Madrid,  Manuel Carmena, se falló el I Premio de Encuadernación Artística convocado por la Imprenta Municipal del Ayuntamiento de la capital de España. Ante todo saludar esta iniciativa del Ayuntamiento de Madrid convocando  un premio  de encuadernación cuya dotación económica supera ligeramente a la del Ministerio de Educación, Cultura y Deporte; en segundo término aconsejar que la próxima convocatoria se haga con mayor antelación, pues esta vez el concurso ha cogido desprevenidos a algunos encuadernadores que hubieran querido presentarse.
   Los ganadores del certamen (se trataba de encuadernar el libro de  Gloria Fuertes Me crece la Barba, digno colofón a un año de homenajes de la ciudad de Madrid a la  popular poetisa) fueron "Obradoiro Penumbra" (primer premio), Eduardo Giménez Burgos (segundo premio) y Juan Antonio Fernández Argenta (tercer Premio). 
 Aunque los tres  son sobradamente conocidos por los bibliófilos españoles, no sobran los datos de presentación.
       "Obradoiro   Penumbra” es un  taller de encuadernación artesanal creado en 1987 en A Coruña por Rosa Fernández Iglesias y María del Carmen Villalba Caramés en el que colabora  esporádicamente Antón Requejo. Fernández Iglesias y Villalba Caramés se  formaron  en la Imprenta Artesanal del Ayuntamiento de Madrid  y tuvieron como profesor al añorado Vicente Cogollor Mínguez,  un referente en el mundo de la encuadernación de arte madrileña. Villalba Caramés ha trabajado como encuadernadora del libro antiguo en el Arquivo do Reino de Galicia. En 2003 "Obradoiro" obtuvo el segundo  premio a las Mejores Encuadernaciones Artísticas del Ministerio de Educación y Cultura. En 2004, el segundo Premio Nacional de Encuadernación Artística José Galván del Ayuntamiento de Cádiz y el premio a las Mejores Encuadernaciones Artísticas” del Ministerio de Educación y Cultura. 
    Las encuadernaciones del "Obradoiro Penumbra" se caracterizan por integrar sobre soportes encartonados en veau, oasis, galuchat y vacuno materiales  tales como huesos tintados incrustados, metales y maderas africanas (tapas articuladas al estilo de Alain Taral y Pérez Noriega). En este  taller se estudian, investigan y experimentan nuevas  técnicas de pintado, grabado al linóleo y lijado. La decoración siempre está relacionada con el texto: el taller gallego trata de transmitir en sus diseños las emociones que depara la lectura del texto a través del color, del tratamiento de  la piel y de   técnicas decorativas como las  incisiones o el mosaico. Los diseños parten de una idea figurativa que, posteriormente, los encuadernadores traducen  a un lenguaje abstracto.  En el taller de A Coruña se han encuadernado libros de artista y libros de pintores. 
En la encuadernación ganadora, como en otras de "Obadorio Penumbra", observamos un  gusto por los planos de diversos niveles (en lo que podemos considerar un recuerdo de las encuadernaciones de  la gran decoradora parisina Monique Mathieu),  por las incisiones (al estilo de François Brindeau), por las incrustaciones y por las piezas aplicadas; también el jansenismo de la línea austera, la sobriedad en el uso de los colores (en este caso la monocromía), la demarcación lúcida entre una planicie y un amplio valle de reposo, el  trazado cubista (con recuerdos de Braque), la estructuración geométrica del espacio en áreas nítidamente delimitadas... Como en Claude Honnelaître, un retorno a las "madres" de la arcilla y el limo.

Primer premio: Encuadernación de Obradoiro Penumbra
Eduardo Giménez Burgos (Zaragoza, 1958), autor de la encuadernación que ha obtenido el segundo premio,  es profesor de encuadernación en la Escuela Libro de Zaragoza, se ha formado con James y Stuart Brockman en el Reino Unido y con Edgard Claes en Bélgica y ha divulgado ampliamente en España la encuadernación oriental enseñándola y traduciendo el libro clásico de maestro artesano Kojiro Ikegami La encuadernación japonesa. La encuadernación galardonada, como otras de este  encuadernador, quien en  2013 obtuvo el segundo premio de la International Competition of Designer Bookbinders de  la Bodleian Library oxoniense,  es un  juguete pulcro y minimalista donde la armonía de los colores y un milimétrico ensamblaje de las piezas convierte al libro encuadernado en un exiquisito objeto de bibliofilia. Giménez Burgos ha abrazado el refinamiento oriental: estructuras japonesas, incrustaciones en madera de nogal, de ébano de Macassar, estuches de seda o de papel monigami, pasadores de bambú, los colores sutiles y oportunos agradan la vista con el mínimo de recursos.
Segundo premio: encuadernación de Eduardo Giménez Burgos
     Juan Antonio Fernández Argenta (Madrid 1969), que ha obtenido el tercer premio, es un reconocido  profesional de la encuadernación que termina  enteramente en su taller de Pozuelo Alarcón (Madrid) todos y cada uno de los pasos necesarios para la obtención de un libro de arte bien encuadernado. 
  Prima facie, Fernández Argenta es  façonnier, es decir, hacedor del soporte material del libro; es también un gran dorador que ha sabido adaptar las técnicas clásicas a la estética contemporánea. Es sobre todo rotulador, muy reconocido entre sus compañeros de profesión que no dudan en pedirle su colaboración. Fernández Argenta ha terminado encuadernaciones matéricas de indudable buen  gusto cuya identidad reposa en audaces formas tipográficas rotuladas en varios colores, letras laceradas al estilo de Jacques Villeglé que pululan sin cortapisas y libérrimas sobre pieles tintadas  dando forma literaria a un acendrado gusto por el enigma y el entrevero. Como los futuristas, Fernández Argenta  libera  estas letras, dispuestas en sugerente batiburrillo, de las ataduras formales de la tradición para resaltar sus cualidades plásticas en aras de un lirismo absolutamente elocuente    








Pierre Reverdy: La libertad de los mares

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 El 5 de abril de 1954 el poeta francés Pierre Reverdy terminó la transcripción caligráfica de un grandioso poema que escribió en la abadía de Solesmes con una escritura de gran expresividad natural: La Libertad de los mares. El gesto de la mano realizó un trabajo minucioso sobre páginas de grandes dimensiones trazando imponentes letras de gran fuerza emotiva. Es una escritura equilibrada, alineada con esmero, simétrica que, como un río de aguas apacibles, discurre inmensa y majestuosa. El grafismo, de hechura soberana, se armoniza a la perfección con la idea de extensión infinita y espléndida magnificencia que sugiere el título del libro. 
El pintor Georges Braque ilustró este poema con sublime humildad, Fernand Mourlot lo imprimió con limpieza y el gran editor Tériade lo convirtió en un elegante livre de peintre. La colaboración entre los tres produjo uno de los hitos señeros de la bibliofilia francesa del siglo XX desconocido del gran público a causa de su rareza y carestía. 

La presentación que hoy hace la editorial PRAHA de la Libertad de los mares saca al libro de la contemplación de unos pocos (obra rara, aurática, escasa en el comercio) sin que pierda su condición prístina manteniendo incólume la fusión de la escritura de un poeta con su caligrafía y las imágenes de un pintor.
Pierre Reverdy
La libertad de los mares
Edición y traducción de José Luis Checa Cremades  
Praha-Artes del libro
Madrid, 2017

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